Dormiremos mejor sin el dictador

Dormiremos mejor sin el dictador: Tras un muy largo período de idas y venidas judiciales, finalmente el cadáver de Francisco Franco saldrá del Valle de los Caídos. Allí lleva enterrado desde que falleciera y se iniciara el camino a la Democracia que hoy tenemos. En ese momento pudimos haber evitado que naciera ese concepto tan peligroso y repulsivo que es el “relato histórico”.

Quienes usan esa expresión suelen hacerlo en un contexto electoralista. Hablan del relato definiéndolo como una realidad ideologizada, una percepción de la historia que se narra desde la subjetividad. La derecha española escoge este término para criticar la corriente social que no está de acuerdo, por decirlo de un modo respetuoso, con que la represión del franquismo se pueda justificar. Recalcando que el “no estar de acuerdo” es una forma sutil de decir que cualquier demócrata se ofuscaría con una afirmación así.

El escenario actual: un conflicto continuo en el que los restísimos localizadísimos del generalisísimo son, por un lado, un arma para criticar a los progres y pedir que no se les compre el relato y, por otro lado, un argumento para gritar al electorado “Hola, soy decente, vótame”. Y desde luego no se es decente por hacer lo humano -dejar de rendir culto a un dictador-, sino por hacer lo excepcional, haberlo exigido y proclamado cuando se intentó ocultar. Nadie lo hizo en su momento, y por eso estamos aquí: buscando el respeto perdido de una parte de la población insultada por el mero hecho de cuidar el féretro del que murió en su cama.

El respeto, ese elemento que puede hacer que sonriamos al diferente con sinceridad, puede ser un arma de doble filo que, mal entendida, nos sitúe en la posición de tener que convivir con el que ha borrado nuestra historia, nuestras posibles vidas y nuestras oportunidades de rendir homenaje a quien fue fiel a sus ideas. El respeto nos da lo mejor y lo peor del ser humano, pero dependerá de nuestra manera de gestionar la realidad el que logremos la paz… o la guerrilla.

Y usamos la palabra guerrilla, porque es en lo que seguimos encontrándonos. No estamos en mitad de una batalla campal a gran escala, sino en medio de disputas que tienen que ver con cuáles de nuestros vecinos tienen un pasado palpable o tienen un episodio en blanco y rojo que golpeó sus recuerdos. Si queremos que todo esto sea real y sea humano, debemos olvidarnos de verdad del rédito político y preocuparnos de la humanidad.

Hay que poner el foco en restaurar la decencia y la justicia que iguale de verdad a todos, y no solo que mantenga el borrón y cuenta nueva que se produjo en la Transición. Con aquel reinicio que se produjo a mitades de los 70, se obvia todo lo que sucedió durante una dictadura represiva. Es por ese motivo que el argumento en defensa del franquismo es el derecho de una familia de enterrar a su antepasado donde quiera. No les falta razón, tienen derecho a ello.

El problema para comprar estos planteamientos está en que es imposible asumir con normalidad humanitaria que la familia Franco tenga ese “privilegio” y no el resto de familias que sufrieron su mandato. El problema está en que, junto a otras tantas personas, los restos de Lorca siguen desaparecidos y los de Franco son visitados y mantenidos con dinero público. El problema es que todo el mundo conoce a más de una persona con asesinados en sus antecedentes familiares y Franco falleció tras gobernar, humillar y destrozar la vida del bando al que venció en la Guerra Civil.

No dormiremos en paz hasta que se recupere el pasado arrebatado, hasta que se deje de manipular una realidad por el simple hecho de mantener viva la España que algunos echan de menos. No dormiremos en paz hasta que de verdad se quieran curar las heridas abiertas. Hasta que se deje de venerar a un asesino y el discurso contra este no sirva para ganar votos, sino para retratar a quien no se los merece.

No es banal volver a hablar sobre esto. Es muy importante. Porque familias enteras que lloran con lo que relata Amenábar en “Mientras dure la guerra” perdieron la esperanza de recobrar su pasado. De honrar a su familia. Lo dijo el ya mencionado Lorca, el sentimiento de perder la esperanza es el más terrible. Sacar a Franco de una cruz construida con dolor y sangre recupera ese pellizco de ilusión. Quizá no por encontrar a familiares en cunetas y tumbas, pero sí por dejar de tener que respetar a quienes nos mataron. Así, la historia podrá descansar un poco más en paz.


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