Las primeras celebraciones del 8 de marzo en Barcelona (1936-1938). De la participación electoral a la lucha antifascista

Cèlia Cañellas y Rosa Toran, historiadoras. Carteles de la colección del Pavelló de la República (CRAI UB).

Las primeras celebraciones del 8 de marzo en Barcelona (1936-1938). De la participación electoral a la lucha antifascista : 80 años después de acabada la guerra de España y cuando las movilizaciones femeninas se refuerzan ante las ofensivas del tradicionalismo en Europa y América, no está de más recordar la subordinación y sumisión femenina implícita en el ideario fascista, y cómo se opusieron al fascismo las mujeres en los 8 de marzo de 1937 y 1938. 

La celebración del Día de la Mujer en Europa se impulsó a partir de 1911 a propuesta de Clara Zetkin en la segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas del año anterior. Muy pronto el estallido de la Primera Guerra Mundial hizo añadir a sus reivindicaciones igualitarias, el antimilitarismo y la oposición a los conflictos armados.

La fijación del 8 de marzo en el calendario de efemérides del socialismo internacional como Día Internacional de la Mujer trabajadora quiso reflejar el reconocimiento de la Unión Soviética al protagonismo colectivo de las mujeres rusas en febrero de 1917, cuando las manifestaciones contra la carestía de la vida y en favor de la retirada de su país de la guerra ayudaron a propiciar el fin del zarismo. Sin embargo, en el ámbito comunista faltó la especificidad de género en el combate femenino, ya que las reivindicaciones de las mujeres quedaban ligadas y subordinadas, hasta cierto punto, a la lucha del proletariado por su emancipación.

En España tenemos constancia de que la primera celebración del #8M fue en 1936, después de la victoria electoral del Frente Popular 

En España tenemos constancia de la celebración del 8 de marzo de 1936 en Madrid y Barcelona poco después de la victoria electoral de las izquierdas el 16 de febrero, a la que contribuyó decisivamente el voto femenino. Las asociaciones de mujeres antifascistas se habían movilizado en campañas para conseguir la amnistía y ayudar a las familias de los encarcelados por las sublevaciones de octubre de 1934 en Asturias y Cataluña y reclamaron la participación de las mujeres advirtiéndolas de los peligros que les deparaba el futuro para ellas y sus criaturas si seguían las derechas en el poder, como habían podido comprobar tras los recortes en las medidas reformadoras del primer bienio republicano.

En Madrid los partidos del Frente Popular organizaron el Homenaje a la mujer española el 8 de marzo de 1936 como un acto de masas para agradecerle su participación en las elecciones legislativas recién celebradas. Catalina Salmerón, militante del Partido Republicano Radical Socialista e hija de Nicolás Salmerón, el histórico dirigente republicano, recordó a las asistentes el agradecimiento que debían a la República por los derechos políticos y sociales que les había otorgado y aceptó el homenaje como merecido. En cambio, las diputadas a Cortes Dolores Ibarruri, por el PCE, y Julia Álvarez, por el PSOE, rechazaron homenajes y agradecimientos y coincidieron en dar valor a la lucha de las mujeres para que los hombres las consideraran como iguales. Ambas valoraron el peso del voto femenino, emitido contra la reacción y por la amnistía, pero mientras Julia Álvarez priorizó las reivindicaciones obreras y el fin de la discriminación de sexo en los salarios, La Pasionaria reclamó la necesaria implicación femenina en la confrontación fascismo-antifascismo que enturbiaba Europa, con una llamada a impedir una futura guerra como deseaba la Alemania nazi. Según la prensa, el acto acabó con manifestaciones por varias calles con banderas rojas y carteles de propaganda marxista.

«La Pasionaria reclamó la necesaria implicación femenina en la confrontación fascismo-antifascismo que enturbiaba Europa», escriben las autoras Clic para tuitear

El mismo día en Barcelona, un mitin en la Monumental se centró, por encima de la efeméride femenina, en el recuerdo de los hechos de octubre de 1934 y en la celebración del retorno del presidio del presidente y los consellers de la Generalitat, amnistiados por el nuevo Gobierno. Dolors Bargalló, de Esquerra Republicana de Catalunya, única mujer que intervino, también recordó la contribución del voto de las mujeres en la victoria del Front d’Esquerres y la necesidad de su lucha para llegar a la emancipación que les correspondía, haciendo una llamada por el pacifismo ante el peligro de una nueva guerra promovida por los fascismos.

Las proclamas femeninas tomaron una nueva dimensión a partir de la resistencia popular en defensa de la República contra el golpe de estado militar de julio de 1936, cuando las mujeres volvieron a las calles, que ya habían ocupado en 1931 celebrando el fin de la monarquía. En el verano de 1936 las túnicas clásicas y el gorro frigio dieron paso a la imagen de las milicianas, chicas jóvenes con mono azul y fusil, que pervivió durante todo el periodo bélico aunque, desde el mismo otoño, fueron pocas las mujeres que se mantuvieron en el frente, mientras tomaba fuerza el discurso político de la heroicidad de la resistencia femenina en la retaguardia. Las mujeres eran imprescindibles para contribuir a la victoria republicana manteniendo el ánimo ante las dificultades de abastecimiento y el terror a los bombardeos, además de suplir las necesidades de mano de obra ante la marcha de los hombres al frente, incorporándose a talleres e industrias para confeccionar uniformes y fabricar municiones. Y, para aumentar la moral de los soldados, organizaron campañas de recogida de dinero para material o ropa, talleres para tejer y coser ropa de abrigo.

El apoyo de la Italia de Mussolini y de la Alemania nazi a los militares sublevados facilitaba la identificación de la defensa de la República con la causa antifascista y no resultaba demasiado difícil relacionar la exaltación de la virilidad y la subordinación femenina con el militarismo y el carácter agresivo de los regímenes fascistas, ni contraponerlos con la voluntad de emancipación y el pacifismo desplegados desde la primera guerra mundial por los movimientos de mujeres de izquierdas. Con la creciente implicación de las potencias fascistas contra la República, el inicial posicionamiento de rechazo popular contra el golpe de estado militar pasó a definirse políticamente como la guerra de independencia de un pueblo que había alcanzado recientemente sus libertades, frente a la fuerza militar de unos regímenes dispuestos a aniquilarlas a escala internacional de manera que el conflicto español se convirtió en símbolo internacional de la resistencia antifascista.

En esta nueva coyuntura se celebró en Barcelona el primer 8 de marzo en guerra, enmarcado entre la Semana de la Guerra y la Semana de Ayuda a Madrid. La situación de la capital sitiada por los fascistas requería generosidad por parte de las mujeres catalanas pues suponía aceptar envíos de alimentos y material, aunque ello hiciera disminuir las reservas propias, y también para aceptar la movilización de sus maridos, compañeros e hijos hacia un frente más alejado. La solidaridad reclamada se expresó en la manifestación femenina que el 25 de febrero de 1937, Día de la dona en guerra, recorrió el centro de Barcelona y en las intervenciones del mitin del 7 de marzo en la plaza de toros Monumental, donde se reafirmó que sólo la lucha común de todos los pueblos de España podía derrotar el fascismo. «Las nacionalidades de Iberia no quieren vivir supeditadas a la esclavitud del fascismo ni ser colonias de Italia o Alemania», dijo Aurora Arnaiz, activista vasca de las Juventudes Socialistas Unificadas. En dicho acto Dolors Bargalló (ERC), en nombre de Socorro Rojo, recordó que era el momento de exigir lo que las mujeres se habían ganado un lugar en la guerra y otro en la obra de avance social, mientras Carme Julià (PSUC), en nombre de las Mujeres Antifascistas, afirmaba que “juntas y con un solo grito de voz, hoy, 8 de marzo de 1937, ante el mundo protestamos también de la guerra que mata a nuestros hijos, y hacemos la resolución de ayudar a luchar por la libertad del pueblo”. Fue el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, quien, en sus palabras, vinculó el homenaje a Madrid con el Día Internacional de la Mujer Antifascista, afirmando que la lucha emprendida se enfrentaba a la barbarie y a la violencia, y que las mujeres participaban en ella para salvar la civilización y defender la paz, aunque no pudo evitar galantearlas al considerarlas «l’estímul de les nostres gestes, el consol dels nostres sacrificis i poesia per als nostres ulls…». 1

«Juntas y con un solo grito de voz, hoy, #8M de 1937, ante el mundo protestamos de la guerra que mata a nuestros hijos, y hacemos la resolución de ayudar a luchar por la libertad del pueblo» Clic para tuitear

En realidad, pese a que las necesidades obligaban a valorar el peso de la contribución femenina a la guerra desde la retaguardia, el discurso igualitario quedó cada vez más en manos de las asociaciones exclusivamente femeninas, mientras partidos y sindicatos mantuvieron en general una visión patriarcal de la mujer, a menudo subordinada a la protección jerarquizadora de los compañeros masculinos, amparados en su concepción de la falta de preparación política femenina a pesar de su creciente incorporación a la militancia. Su aceptación en el mundo laboral también fue vista con reticencia por los sindicatos, que las veían como una posible competencia y que difícilmente aceptaron el principio de “a igual trabajo, igual salario” cuando empezaron a incorporarse mujeres a sectores hasta entonces muy masculinizados, como la mecánica o la metalurgia. De hecho, la causa femenina desde los partidos se orientó hacia la reclamación de guerra a la guerra, ya afirmada por el movimiento feminista internacional durante la primera Guerra Mundial, con la contradicción de que para hacerla efectiva había que aceptar que los hombres partieran hacia el frente asegurando el triunfo contra el fascismo, único camino que aseguraba un futuro prometedor para sus hijos e hijas.

Entre el 8 de marzo de 1937 y el de 1938, la panorámica sociopolítica varió. Para frenar los avances militares de los facciosos se requería reforzar el ejército popular mediante la continua movilización masculina obligatoria por quintas de edad, haciendo una llamada a las mujeres para que suplieran a los llamados al frente en sus lugares de trabajo, además de reclamarles posturas de firmeza frente a los emboscados y desertores.

Ganar la guerra precisaba reforzar la unidad política, entendida como un nuevo Frente Popular antifascista y las mujeres respondieron a las llamadas unitarias impulsando entidades en las que convivieron diferentes idearios políticos para llegar a propuestas de acción comunes. En Cataluña existían ya organizaciones de solidaridad como el Socors Roig, la Dona a la Reraguarda i l’Ajut Infantil a la reraguarda; y el 25 de abril de 1937 se creó l’Aliança Nacional de la Dona Jove, destinada a concienciar a las jóvenes en sus derechos y a formarlas para ser útiles ante la situación bélica. Y, desde marzo de 1937 la Agrupació de dones contra el feixisme i la guerra inició la publicación de la revista Companya, que se convirtió poco después en portavoz de la Unió de Dones de Catalunya, creada en noviembre de 1937. Dicha entidad se dedicó a organizar actividades para mantener la moral y resolver las necesidades de los soldados, con visitas al frente, celebraciones como el fin de año del combatiente, amadrinamiento de batallones o banderas, ayuda a los heridos, confección y lavado de ropa, y su vinculación con organizaciones internacionales femeninas le permitió difundir la causa republicana en diversos ámbitos de solidaridad antifascista, como la Conferencia del Comité Mundial de Mujeres, celebrada a finales de enero de 1938 en París.

No obstante, el curso de la guerra era cada vez más adverso a las fuerzas leales a la República y las ofensivas franquistas suscitaron una nueva campaña de solidaridad de Cataluña con Euskadi en junio de 1937, poco antes de la caída del frente del Norte que supuso una nueva llegada de personas refugiadas y la ubicación del Gobierno vasco en Cataluña, poco antes que lo hiciera el mismo Gobierno central.

Los esfuerzos de las mujeres para garantizar la relación de la retaguardia con el frente eran fundamentales para el ejército republicano en la medida que iban disminuyendo las esperanzas en la victoria. Y para reforzar la atención hacia su vivencia específica de la guerra se propuso en Cataluña, a instancias de la Agrupación de mujeres antifascistas, la celebración de una Semana de la Mujer como marco a la jornada del 8 de marzo de 1938.

Con motivo del Día de la mujer se recordó la necesidad de políticas dirigidas a vencer las reticencias de los sindicatos a la sustitución del trabajo masculino y se reclamó una política decidida para incrementar el número de guarderías y comedores. Partiendo del principio de que, aparte del entusiasmo y buena voluntad, era necesaria capacitación se valoraba la formación del Institut d’Adaptació Professional de la Dona, sin olvidar que la reivindicación “a igual trabajo, igual salario” distaba aun mucho de la realidad. Además, se insistió en reforzar la conciencia de que la emancipación femenina sólo era posible con la derrota del fascismo, amenaza del futuro de las mujeres como madres y como trabajadoras.

En 1938, se reclamaba que la emancipación femenina sólo era posible con la derrota del fascismo, que amenazaba el futuro de las mujeres como madres y como trabajadoras. Clic para tuitear

La solidaridad entre mujeres era reclamada para disminuir los recelos de parte de la población por el incremento de las dificultades de abastecimiento provocado por la llegada de personas refugiadas desde toda la geografía peninsular y además de las protestas en la calle contra acaparadores y especuladores. El mismo 8 de marzo de 1938 en un acto organizado en Barcelona por la Unió de Dones de Catalunya se recordó la necesidad de evitar las discordias espoleadas por la quinta columna entre las mujeres catalanas y las refugiadas pues las unían lazos fraternales como los que existían entre los pueblos de España en el frente. Al finalizar el acto, se repartieron vales para botes de leche condensada a las madres asistentes, como también se hizo al terminar el festival celebrado por la noche en el Teatro Olympia, engalanado con banderas catalanas y republicanas, en el que entre declamación de poemas, actuaciones cómicas, danzas rítmicas y escenificaciones de cuadros relativos a las circunstancias de la guerra, las distintas oradoras insistieron en la necesidad de una política enérgica de guerra y en la importancia de la unidad. Reis Beltral (ERC) no dudó en afirmar que eran “moments por oblidar-nos de tot afecte i tendressa en honor dels interessos sagrats de la victoria”2.

El avance de las tropas rebeldes, frenado temporalmente por la ofensiva del Ebro en el verano de 1938, añadía dramatismo a las llamadas a la resistencia al que se sumó la decepción por la claudicación de las potencias liberales ante el expansionismo nazi, después de la Conferencia del mes de septiembre en Munich.

Desde principios de enero de 1939, pueblos y ciudades de Cataluña fueron cayendo en manos de los facciosos y muchas de las mujeres activas en las organizaciones femeninas de solidaridad antifascista tuvieron que emprender el camino del exilio, donde la sinergia entre dirigentes femeninas de los diferentes partidos posibilitó que la Unió de Dones mantuviera cierta actividad, mientras el nacionalcatolicismo del franquismo retomaba el modelo femenino tradicional y aniquilaba el igualitarismo legislado por la República y los impulsos de libertad desvelados por la situación de guerra.

El despliegue de movimientos de oposición al régimen en el interior situó las mujeres organizadas en papeles subalternos haciendo de enlaces, ofreciendo domicilios de reuniones, visitando los encarcelados y apoyando a sus familias, amparadas ideológicamente en la mentalidad maternalista de asegurar mediante la lucha un futuro mejor para los suyos, dejando de lado las reivindicaciones igualitarias y subordinando en todo momento, la lucha por la igualdad a la lucha antifranquista.

El feminismo rebrotará con fuerza en el tardofranquismo y los años de la transición verán de nuevo celebraciones de nuevos 8 de marzo en las calles catalanas en los que las mujeres, a pesar de los vínculos de continuidad con la conmemoración iniciada desde los ámbitos socialista y comunista a inicios de siglo, centrarán las reivindicaciones en la igualdad legal y su libertad para decidir sobre su vida y su cuerpo, de acuerdo con la nueva ola del feminismo internacional, dejando el discurso antifascista como un recuerdo para la historia.

No obstante, 80 años después de acabada la guerra de España y cuando las movilizaciones femeninas se refuerzan ante las ofensivas del tradicionalismo en Europa y América, no está de más recordar la subordinación y sumisión femenina implícita en el ideario fascista, y los recelos ante los refugiados, conceptos y actitudes contra los que se opusieron las mujeres en los 8 de marzo de 1937 y 1938.


Fuente →  pikaramagazine.com

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