Apocalipsis, no
Apocalipsis, no: Por Luis Sánchez. Domingo, 29 de septiembre de 2019

Luis Sánchez

«Cuando el miedo del patrón choca con el miedo del obrero, y no hay un colchón que amortigüe el golpe, saltan chispas y surge el monstruo«. La frase bien podría pertenecer a Novecento (1976), la extraordinaria película de Bernardo Bertolucci; pero no, la frase forma parte del aire de oliva virgen extra que respiramos cada día.

El fascismo del siglo XX era militarista: necesitaba invadir países y matar en serie (la poderosa máquina, al servicio del exterminio); pero tenía enfrente el comunismo (y fue la URSS la que derrotó al ejército alemán: Stalingrado, 1942-43, el principio del fin). En cambio, el fascismo del siglo XXI (reduccionismo economicista y dictadura del dinero) no tiene quien le pare los pies (en la década de los 80 del siglo pasado, Ronald Reagan y Margaret Thatcher desregularizan el mercado financiero, cae el bloque socialista y, como consecuencia, empieza a debilitarse el Estado de bienestar), y aunque no renuncia a la guerra (la madre de todos los negocios), por ahora, es más de carácter financiero (con la globalización, el capital, al convertirse en transnacional, invade, o abandona, pacíficamente los países), mediático (publicidad-consumo; propaganda-manipulación), tecnológicoadictivo (mentalidad operativa, barrido de memoria y entretenimiento banal) y, teratológicamente, de rostro amable y simpático (más que matar, el monstruo de hoy en día deja morir, puesto que abandona a las víctimas a su desdichada suerte, ya sean minorías étnicas, indigentes, pobres, desempleados, refugiados, inmigrantes…). Una pregunta: ¿crucero o patera?

Mucha atención al vicio: una vez aparece el monstruo en escena, solo desaparece para volver a salir en cuanto amenaza borrasca (el socorrido recurso para asegurar el beneficio económico). La hipocresía del burgués produce monstruos. Así es, lo exprimen todo: no dejan nada a salvo, excepto la estupidez (para los pobres) y la codicia (para los ricos). Y al hablar de seres extraños, deformes o monstruosos, recordemos que el mayor extraterrestre es aquel que te obliga a salir de tu propia tierra (o en su defecto, de tu propia vivienda).

Con un crecimiento económico exponencial, todo acaba adquiriendo una dimensión macro, gigantesca, monstruosa… Hasta el espacio urbano se transforma en un conjunto de contenedores funcionales y, como resultado de todo ello, el hombre se torna diminuto, insignificante, aislado e indefenso. La masa humana, como un zombi.

Un breve repaso histórico, para no perder comba en la cultura: el siglo XVII fue el siglo del teatro (y el de la pintura); el siglo XVIII, el del ensayo (y el del humor); el siglo XIX, el de la novela (y el del cuento); el siglo XX, el del cine, y el siglo XXI, el de…, el de… —¡suéltalo ya, morral!—, ¡el del videojuego! Sí, queridos amiguitos, otro mundo es posible (el virtual), pero a cambio de sacrificar este (el real).

La conversión del planeta en una explotación industrial. Todo vale, todo está permitido, a condición de que resulte rentable. Juego perverso, porque el beneficio carece de límites. Hay que mirar siempre adelante, al futuro (se rompe el vínculo con la Historia, que se da por superada), a fin de instaurar un nuevo orden mundial (tras el atentado a las Torres Gemelas, de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001; a todo esto, pero ¿aquello fue, de verdad, un atentado…?). Tanta tensión te consume, te derrota.

Como civilización nos dirigimos hacia un inminente colapso, si a ello añadimos los efectos del cambio climático, los muertos se contarán por decenas de millones y el panorama será desolador. Pero no importa el terrible sacrificio que pague la Humanidad (¡holocausto!), porque nos espera un nuevo redentor, más allá del hombre conocido, un ser superior: el cíborg (mitad máquina, mitad hombre). El mayor salto evolutivo, y con todo el poder de la creación. El producto estrella del patriarcado tecnocrático.

Viendo, pues, cuál es la tendencia, solo una observación: este descabellado mundo o lo salva la mujer o no lo salva ni Dios. ¡Cuánto echo de menos un feminismo que abogue por una economía colaborativa y que proteja el medio ambiente! Adecentar la vida: una renta básica universal y una industria que limpie el planeta. Todo es ponerse…

¡Apocalipsis, no!


Fuente →  gurbrevista.com

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