Curas implicados en los crímenes franquistas

Curas implicados en los CRÍMENES franquistas. Parte 1, Arengas y Delaciones: Desde el 14 de abril de 1931 la Iglesia Católica se manifestó hostil a la II República Española. Cardenal Segura: “Que la ira de Dios caiga sobre España, si la República persevera”. El obispo de León pidió la unión de los católicos contra el «laicismo judío-masónico-soviético». El arzobispo de Zaragoza legitimaba la violencia franquista: “En beneficio del orden, la patria y la religión”. Obispo Múgica: “Para España la mejor de las Repúblicas siempre será peor que la peor monarquía”. Los obispos llamaban a los asesinos a intensificar la matanza. Muchos curas participaron en la ‘caza del rojo’, dando falso testimonio en consejos de guerra, alentando desde púlpitos y radio a cometer barbaridades, elaborando informes como una ‘policía político-social’.

Muchos curas emitieron informes sobre los maestros que se inclinaron hacia una educación laica y libre. “El párroco de Calamocha (Teruel), informó sobre un maestro de Badalona como «fusilable»”. El cura de Nierva (Segovia) escribió sobre el maestro Mariano Domínguez, asesinado en agosto de 1936: “Nunca cumplió con sus deberes cristianos, poseía ideas avanzadas en la escuela antirreligiosa y antipatriótica en grado supremo”. En Euskadi muchos religiosos delataron a sus propios compañeros que consideraban nacionalistas.

Antonio Añoveros, después obispo de Bilbao, estuvo presente en la matanza de las Bardenas, y un cura castrense, lejos de paralizar la matanza, bendijo la barbarie de Valdediós. El cura de Obanos, Santos Beguiristáin, participó activamente contra los vecinos Republicanos de los cuales elaboraba listas: Los fusilados eran “muertos por el peso de la justicia”. Tras la entrada en el pueblo de los franquistas, el cura de Rociana, Huelva, Eduardo Martínez clamaba desde el balcón del ayuntamiento: ¡Guerra contra ellos hasta que no quede ni la última raíz!, porque los 200 que ya habían asesinado le parecían pocos. Tras sus informes, 2 meses después se detuvo, juzgó y fusiló a otros 15 vecinos. Un capellán castrense entró en los barrios obreros sevillanos de La Macarena con la columna de legionarios y falangistas “a sangre y fuego”.

El cura de Pamplona Fermín Izurdiaga, fundador de “Arriba España” y de “Jerarquía, revista negra de la Falange” animaba así: “Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Por Dios y por la Patria!”. El sádico jesuita Vendrell, párroco de la cárcel de Alicante, que llevaba un crucifijo del nueve largo bajo la sotana, les decía a los que iban a ser fusilados “No tened miedo porque los moritos tienen buena puntería”. El coadjutor de la parroquia de La Concepción (Huelva), Luis Calderón Tejero realizó un fichero de “rojos” que, después de la guerra, se convirtió en «información cualificada» del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo”.

El cura Isidro Lombas Méndez participó en la represión en Badajoz elaborando las listas de quienes había que llevar a la Plaza de Toros para ejecutar, bajo la presencia de respetables y ‘piadosas’ damas, jovencitos de San Luis, eclesiásticos, virtuosos frailes y monjas de alba-toca. Con las listas del cura Juan Tusquets fueron detenidos más de 300 masones, la mayoría de ellos posteriormente asesinados. El obispo de Lugo Rafael Balanza y Navarro animaba a sus párrocos a delatar a sus vecinos. El párroco de Seixalbo (Orense), dio informes negativos de 19 personas. Elías Rodríguez Martín, párroco de Salvochea en la cuenca minera de Huelva, nombraba a los que debían ser detenidos y eliminados.

En Alsasua los capuchinos «estaban como fuera de sí, poseídos de la exaltación de la hora mesiánica». «Hemos hablado con los requetés», declaraba el jesuíta Huidobro, capellán de la Legión, «que lo llenan todo de religioso idealismo, patria ¡Cómo hablan de la muerte!». Un fraile cordobés le dijo al cura del cementerio de San Rafael que 76 asesinatos en una noche eran pocos: «700 deberían ser». Por muchos «culpables e impíos» que mataran, decía un cura de Rota, aún quedarían más: «A todos los descubriremos; todos llevarán su merecido; no se escapará nadie; entendedlo bien ¡NADIE!». Manuel Vaquero, párroco de Tocina (Sevilla), presidente de una junta de caciques del pueblo acordaban a quienes había que fusilar, mataron mucha gente.

El predicador de la iglesia de la Merced de Burgos pedía un castigo implacable: «Que su semilla sea borrada, la semilla del mal, la semilla del diablo, los hijos de Belcebú son los enemigos de Dios». Cardenal Isidro Gomá: “La guerra es como un plebiscito armado. Paz, sí. Pero cuando no quede un adversario vivo”. Miguel de los Santos Díaz y Gómara, obispo de Cartagena: “Benditos sean los cañones si en las brechas que abren florece el Evangelio”. Enrique Pla y Deniel, obispo de Salamanca: La guerra es “necesaria” y “una gran escuela forjadora de hombres”. En 1939, exterminada la II República Gomá recibió de Franco, en la iglesia madrileña de Santa Bárbara, el espadón de caudillo victorioso y paseó al dictador bajo palio con varios obispos saludando brazo en alto, al modo fascista.

Continua en: Parte 2, Pistoleros


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