¿Por qué no se celebra el cincuentenario del borbonismo?


¿Por qué no se celebra el cincuentenario del borbonismo?: Este pueblo español es muy olvidadizo. No se ha acordado de celebrar el cincuentenario de la instauración de la monarquía fascista del 18 de julio, como la llamó su instaurador, el exgeneral rebelde que causó la feroz gue-rra de 1936, y convertido en dictadorísimo genocida sojuzgó al pueblo du-rante 36 años, dejándolo “todo atado y bien atado”, como él mismo dijo. Cincuenta años es una fecha digna de ser conmemorada, teniendo en cuenta que los designios del dictadorísimo para perpetuar su régimen genocida se han cumplido hasta ahora estrictamente conforme a sus planes.

Todo empezó el martes 22 de julio de 1969, cuando el dictadorísimo anunció a sus “procuradores” en su caricatura de “Cortes” la propuesta de designar a Juan Carlos de Borbón y Borbón como sucesor suyo a título de rey, una vez jurase lealtad a su exigua persona y lealtad a los llamados Principios Generales del Movimiento, por los que se regía la dictadura para anular las libertades del pueblo español.

Había redactado cinco artículos, constitutivos de la Ley 62/1969, de 22 de julio, por la que se provee lo concerniente a la sucesión en la Jefatura del Estado. El artículo primero instauraba la monarquía en la persona de Juan Carlos de Borbón y Borbón; el segundo estipulaba que para ello debía jurar ante las Cortes lealtad al actual jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional; el tercero ordenaba que el designado ostentaría desde ese momento el título de príncipe de España con tratamiento de alte-za real; el cuarto anunciaba que una vez vacante la Jefatura del Estado, el príncipe juraría antes las Cortes su cargo de rey, y el quinto decretaba que esa Ley entraría en vigor el mismo día de su publicación en el Boletín Ofi-cial del Estado.

INSTAURACIÓN MONÁRQUICA

En el discurso que leyó para convencer a sus siempre obedientes “procu-radores” aprobados por él mismo, les aclaró que hacía una instauración monárquica, y no una restauración, como había hecho otro general traidor a España, Arsenio Martínez Campos, al sublevarse en Sagunto contra la Re-pública en 1874 y proclamar rey a Alfonso XII de Borbón y Borbón. Expli-có que esa monarquía derivaba “de aquel acto decisivo del 18 de julio, que constituye un hecho histórico trascendental que no admite pactos ni condi-ciones”. Es decir: se trataba de perpetuar el régimen tiránico procedente de la rebelión militar del 18 de julio de 1936, por medio del sucesor a título de rey que él mismo había elegido, “valorando con toda objetividad las condi-ciones que concurren en la persona del príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón”. Como es natural, los “procuradores” votaron mayoritariamente que sí.

La Ley está insertada en el BOE del 23 de julio de 1969, páginas 1167 y siguiente, de modo que entonces entró en vigor, y ya sólo faltaba que el de-signado jurase continuar los designios genocidas del dictadorísimo, para ser proclamado su sucesor a título de rey.
No perdió el tiempo en hacerlo. A las once de la mañana de aquel infausto 23 de julio, el designado sucesor recibió en el palacio de la Zazuela, acom-pañado de su familia, a la llamada “Mesa de las Cortes Españolas”, inte-grada por los altos jerarcas del régimen, militares de alta graduación y el arzobispo de Madrid--Alcalá, Casimiro Morcillo, en representación del na-zionalcatolicismo. El ministro de Justicia y notario mayor de la dictadura leyó la Ley 62/1969, y el designado aceptó el texto muy complacido.

Así lo aseguró en el discurso que leyó a continuación, con las dificultades de dicción que permitirían a los humoristas divertirse a su costa. Entre  otras declaraciones no menos explicativas de su talante, pero excesivamen-te largas para recordarlas ahora, afirmó: “Mi aceptación incluye una pro-mesa firme, que formulo ante vuestras excelencias, para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimien-to del deber, velando porque los Principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino sean observados, sino también para que, y dentro de estas normas jurídicas, los españoles vivan en paz y logren cada día un creciente desarrollo, en lo social, en lo cultural y en lo económico.” De modo que asumió el llamado Movimiento como suyo, y sus leyes ilegales como normas a las que sujetar su conducta, haciéndose cómplice en conse-cuencia del genocidio contra el pueblo español llevado a cabo durante la dictadura, y además prometía continuarlo.

EL ESPECTÁCULO

La culminación de aquel siniestro espectáculo tuvo lugar aquella misma  tarde, cuando el designado perpetró el juramento. Llegaron juntos en el mismo automóvil a las llamadas “Cortes” el dictadorísimo, que lucía uni-forme de capitán general con la cruz laureada de San Fernando que él mis-mo se concedió, y el designado sucesor, con uniforme de capitán del Ejér-cito de Tierra, en el que destacaba el collar del Toisón de Oro que él mismo se concedió, y la gran cruz y banda de la Orden de Carlos III.

Arrodillado ante una mesa presidida por un crucifijo, puesta una mano sobre los Evangelios, el designado respondió así a la pregunta que le for-muló el presidente de las llamadas Cortes: “Sí, juro lealtad a su excelencia el jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás leyes fundamentales del reino”, a lo que replicó el presidente: “Si así lo hicierais, que Dios os lo premie, y si no, os lo demande”. Ha sido la pri-mera vez en la historia de España en que un Borbón cumple un juramento.

A esta declaración contra el pueblo español y sus libertades cívicas, y en medio de los aplausos de los llamados “procuradores”, dijo el dictadorísi-mo: “Queda proclamado como sucesor a la Jefatura del Estado su alteza real el príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón.” De acuerdo con la ley redactada por el dictadorísimo, desde ese momento recibía el título de príncipe de España, con tratamiento de alteza real, hasta el momento en que ascendiese a la categoría de rey por fallecimiento de su protector.


Hay que repasar completo el discurso leído seguidamente por el procla-mado, para observar cuánta era su identificación con el dictadorísimo y su régimen genocida, que se proponía continuar, pero es demasiado largo para copiarlo aquí. Sirvan de ejemplo y resumen estas palabras tan significati-vas: “Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de su excelencia el jefe del Estado y generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero necesarios para que nuestra patria encauzase de nuevo sus destinos.” O sea, que de una rebelión militar y de la guerra consiguiente, a Juan Car-los de Borbón y Borbón le parece que surgió una legitimidad, en su opi-nión, que entonces heredaba él del mayor traidor a España en toda su histo-ria. Tal es el espíritu patriótico de Juan Carlos de Borbón y Borbón. 


Después, dirigiéndose al dictadorísimo, el ya proclamado príncipe de Es-paña le dijo: “Mi general: desde que comencé mi aprendizaje de servicio a la patria me he comprometido a hacer del cumplimiento del deber una exi-gencia imperativa de conciencia. A pesar de los grandes sacrificios que esta tarea pueda proporcionarme, estoy seguro que mi pulso no temblará para hacer cuanto fuese preciso en defensa de los Principios y leyes que acabo de jurar.”

Todos estos datos están tomados de las amplias informaciones insertadas en el diario madrileño fascista Arriba, en los días 23 y 24 de julio de 1969.


EL PRÍNCIPE DE LA DICTADURA

El BOE del día 24 de julio insertó el Decreto 1586/1969, de 23 de julio,  de la Jefatura del Estado, por el que se establecen los honores y preemi-nencias de S. A. R. el Príncipe de España. Eran iguales a los aprobados pa-ra los capitanes generales de los tres ejércitos.   

A partir de ese día el sucesor apareció junto al dictadorísimo en los desfi-les militares conmemorativos de su victoria, y en las manifestaciones de adhesión inquebrantable cuando en el mundo democrático se censuraba a la dictadura española. La continuidad del régimen estaba asegurada. Así se comprobó en las dos ocasiones en las que el sucesor sustituyó interinamen-te al dictadorísimo por enfermedad, del 19 de julio al 2 de setiembre de 1974, y del 30 de octubre al 20 de noviembre de 1975, cuando los médicos acordaron desconectarle los innumerables aparatos que lo mantenían con-gelado con una extravagante apariencia de vida.

En la segunda de esas sustituciones hizo un ridículo majestuoso el 2 de noviembre, cuando se trasladó a El Aaiun, en el territorio del Sahara, para prometer a las tropas españolas allí acuarteladas que cumpliría sus com-promisos políticos y nunca se abandonaría la plaza. Cuatro días después cruzó la frontera la llamada “marcha verde” organizada por el tirano de Marruecos para reivindicar la posesión de los territorios ocupados por Es-paña, sin que el sucesor a título de rey se atreviera a tomar una decisión al respecto. El 18 de noviembre el Pleno de las llamadas “Cortes” aprobó la descolonización del Sahara, para demostrar lo que vale la palabra de un Borbón. 

EL REY DE LA DICTADURA

Desconectado el dictadorísimo de los aparatos médicos y anunciada su muerte, el sucesor volvió a jurar ante las llamadas “Cortes” el 22 de no-viembre de 1975, diciendo esta vez: “Juro por Dios, y sobre los santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional.” A lo que replicó el presidente del Consejo de Regencia: “Si así lo hiciereis que Dios os lo premie, y si no, os lo demande.” Siendo así, Dios se lo va a premiar cuando él mismo fallezca, por su fidelidad al juramento. El pueblo español no dijo nada al producirse el relevo generacional de la dictadura, porque nadie le preguntó su opinión, y porque no puede hablar desde que lo amordazaron el 1 de abril de 1939 los militares fascistas vencedores.

Conocida la historia de la dinastía borbónica en España, sorprende que un rey cumpla un juramento. Se comprende porque Juan Carlos de Borbón y Borbón no podía faltar a su doble juramento, ni siquiera aunque lo hubiera expresado una sola vez, porque ostentó el título de rey católico. Este título se lo concedió en 1496 el papa Alejandro VI, el más inmundo de los seres humanos de su tiempo, a Isabel y Fernando y sus sucesores, por lo que re-sulta imposible renunciar a él, después de más de quinientos años de vigen-cia, al ser concesión papal. No dará lugar a que Dios se lo demande, como le advirtieron los dos prebostes que le tomaron los sucesivos juramentos. Por eso el dictadorísimo murió tranquilo, el 20 de noviembre de 1975, sa-biendo que todo lo había dejado “atado y bien atado” para perpetuar su ré-gimen, como él mismo lo aseguró en el discurso de fin de año de aquel his-tórico y triste 1969.

Sin embargo, dada la ilegitimidad de la dictadura fascista derivada de la guerra causada por la sublevación militar en 1936, los acuerdos tomados en aquella caricatura de “Cortes” fascistas son totalmente ilegales. En cambio, fue absolutamente legal la decisión aprobada por las Cortes Constituyentes de la República, de cuya legitimidad no puede dudar nadie, en su sesión del 20 de noviembre (¡qué casualidad!) de 1931: los diputados elegidos por el pueblo libremente, acordaron declarar al ex--rey fugitivo Alfonso de Bor-bón “culpable de alta traición” a España, por lo que quedaba “degradado de todas las dignidades, honores y títulos”, que no podría reivindicar “ni para él ni para sus sucesores”. Ahí concluyó legalmente la borbonidad en Espa-ña.

Como es lógico, este acuerdo fue derogado por el dictadorísimo, mediante un decreto del 15 de diciembre de 1938, pero la rebelión militar es un deli-to, por lo que todas sus actuaciones quedan automáticamente invalidadas. Lo que las Cortes Constituyentes legítimas aprobaron es legal; lo que un ex--general golpista decidió es ilegal. En consecuencia, Juan Carlos de Borbón y Borbón no podía ser rey de España, por resultar inaceptable la instauración fascista de la monarquía del 18 de julio.

ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO


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