Manual de VOX para antifascistas emocionales

Manual de VOX para antifascistas emocionales: Foto: Seguidores de Vox celebran los resultados en las elecciones andaluzas. MARCELO DEL POZO / REUTERS

Durante años, cualquiera que osaba aseverar que en España no había un partido de extrema derecha porque ya tenían al Partido Popular se encontraba con el desprecio de todos aquellos que vivían de enyesarlo para saltar a la yugular del antisistema que se atreviera a mostrar la evidencia histórica. No importaba que el mismo partido lo reconociera en sus documentos internos, que expresara que para atraer a ese electorado tenía que azuzar un discurso xenófobo, que tomara decisiones lepenistas, o que tuviera candidatos como Xavier García Albiol que llamara plagas a los gitanos. No era suficiente porque se necesitaba consolidar la idea de que España era un país civilizado en el que la extrema derecha era marginal. Había que esconder que esta se hubiera metabolizado después del franquismo hasta estar incardinada en el partido que nos había gobernado durante años.

Congratula que ahora, al menos, se empiece a llamar extrema derecha a la escisión del PP que resulta ser VOX y que ha sacado 12 escaños en las elecciones andaluzas. Hemos ganado que se reconozca que Pablo Casado se encuentre cómodo con la extrema derecha de la internacional de Steve Bannon en Europa y, que Albert Rivera, que tras ir en coalición con negacionistas del holocausto, llegó a enarbolar la bandera del antifascismo contra Le Pen para apoyar a Macron, ahora esté dispuesto a aceptar el apoyo de la filial hispana de Marine Le Pen y Matteo Salvini. Tenemos las cartas sobre la mesa. Pero hemos perdido más. Mucho más.

La aparición de manera descarnada de un discurso autoritario de extrema derecha que busca involucionar los derechos históricamente ganados de grupos de población oprimida es siempre una terrible noticia. Lo es más aún por la capacidad que tiene la aparición en la opinión pública de discursos regresivos de mover de sus posiciones a los partidos de derechas tradicionales para intentar paliar la fuga de votos al partido más radical y extremista. El escritor Eiríkur Örn Norddhal en su novela Illska, la maldad lo describe de manera precisa: “Cuando los partidos populistas empiezan a consolidarse, van enriqueciendo su vocabulario con préstamos de los partidos políticos tradicionales. Sus dirigentes aprenden a hablar con mesura (en vez de soltando escupitajos), a comportarse como personas e incluso a ponerse en manos de estilistas y agencias de publicidad. Pero mantienen inalterables sus convicciones, aunque digan migrante en vez de negrata. Los partidos tradicionales ven cómo los extremistas les arrebatan seguidores y reaccionan acercándose al fascismo por el otro lado (y dicen negrata para referirse a los migrantes). Da la sensación de que existe un caos enorme”.

¿Qué es VOX?

En lo económico VOX no es más que el programa de Ciudadanos leído a ladridos y con la vena hinchada en la frente. Liberalización como panacea a todos los problemas, eliminación de los servicios públicos mediante la reducción de impuestos hasta hacerlos insostenibles. Ultraliberales aguirristas que desde el extremo siempre pueden ir más lejos que los que gobiernan. Reducción de tasas a las clases altas, eliminación de la progresividad hasta establecer tipos de cotización independiente de los ingresos. Además, un sistema de pensiones mediante capitalización, similar al que impuso el ideario de la escuela de Chicago en Chile a través de José Piñera con Augusto Pinochet y que entrega unas pensiones que en su mayoría no alcanzan el salario mínimo chileno de 370 euros. Un sistema de pensiones que favorece a las grandes empresas y que aboca a la pobreza a los ancianos y ancianas chilenas. Ese es el ideario económico de VOX y con el que PP y Ciudadanos se encuentran plenamente convencidos. Lo veremos en cuanto lleguen a acuerdos, bajadas de impuestos sistemáticas que arruinen los servicios públicos imprescindibles para la vida de la clase trabajadora.

En lo político-social VOX es la extrema derecha tradicional rojigualda. La que se conformó y maquilló en los años de José María Aznar para modernizarse y quitarse el estigma de franquista ineludible con el liderazgo del ministro de Franco. VOX es aznarismo desacomplejado, al imperio a través de dios pero con Whatsapp. La peor cara del PP, la que vivió de la corrupción, la que se manifestaba junto a la Iglesia contra la ampliación de derechos para la comunidad LGTBI, la que acusaba a Zapatero de llegar al Congreso en un tren manchado de sangre, la que utilizaba a las víctimas de ETA para arrojárselas al adversario, la que hablaba de guerracivilismo cuando se intentaba dar justicia y dignidad a las víctimas del franquismo. La extrema derecha encapsulada en el PP pero ahora disgregada.

VOX es un compendio de aristocratada de segundo nivel, de nombres compuestos criados en colegios del OPUS y Hazte Oír que perdieron su influencia en el PP de Mariano Rajoy y sus puestos subvencionados en la Comunidad Autónoma de Esperanza Aguirre mientras buscaban desesperadamente su nicho para poder seguir viviendo del dinero público que siempre ha alimentado sus cuentas. “Hemos cambiado de colores para no cambiar de valores”, decía Santiago Abascal. Un partido reaccionario al más puro estilo de la tercera Ley de Newton, que ha articulado su relato a través de todos los orgullos heridos y el miedo a perder privilegios y status. El de los supremacistas masculinos con el feminismo, el de los franquistas con la exhumación de Franco y, sobre todo, por encima de todo, el de la España de los balcones con los separatistas. Aquellos que sienten España como parte indisoluble de su identidad que han sentido como una afrenta el proceso independentista en Cataluña. 

Santiago Abascal Conde

El líder de VOX es el perfecto ejemplo de político de profesión que no conoce más recursos que los que emanan de “papá Estado” o de la herencia de su otro papá, el biológico, un comerciante textil que tras la muerte de Franco buscó acomodo en cualquier partido de extrema derecha que pudiera facilitarle el desempeño. Todos siguiendo el legado de su abuelo, Manuel Abascal Pardo, alcalde franquista de Amurrio desde 1963 y que puede ayudar a entender la inquina del nieto por la memoria histórica.

No se conoce a Santiago Abascal otro trabajo que no sea del PP o de las administraciones que el PP controlaba. Se afilió con 18 años a las NNGG para hacer carrera, ya en 1999, con 23 años formaba parte del comité ejecutivo del PP en Álava. Un año después fue elegido presidente de NNGG del País Vasco. Fue concejal en Llodio y miembro del Parlamento vasco hasta que su facción cayó y se quedó sin teta de la que agarrarse. Entonces acudió al rescate Esperanza Aguirre y le nombró director de la Agencia de Protección de Datos en Madrid, un nombramiento que sorprendió e indignó a sindicatos y administración y del que llamaba la atención lo exiguo de su currículum, un folio de 23 líneas.

Su nombramiento se hizo cuando ya era presidente de la DENAES, la fundación para la defensa de la nación española, que Santiago Abascal montó para poder vivir de las subvenciones que las administraciones del PP le otorgaban. De hecho, el año de su nombramiento como director de la agencia de protección de datos la fundación cobró 60.000 euros de Esperanza Aguirre. En 2008, DENAES recibió de Esperanza Aguirre 100.000 euros mientras la Asociación de Víctimas del Terrorismo solo 78.000. Santiago Abascal ha sacado mucho beneficio de la ubre de dinero público madrileño.

Aguirre, no contenta con financiar a su protegido con subvenciones y cargos, le creó su propio puesto y le nombró director gerente en la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social, un chiringuito sin actividad conocida que, con un presupuesto anual de 252.000 euro, le pagaba un sueldo de 82.491 al año. No es casualidad que el mismo día que la fundación se disolvió y se quedara sin sueldo público se constituyera VOX como partido. Había que buscarse las lentejas.

La internacional de la la ultraderecha

El partido de Abascal fue creado hace cuatro años y nunca encontró su sitio. Una escisión del PP sin ofrecer nada diferente al PP tenía el futuro que estos años le han dado: un partido marginal y sin presencia relevante. Una simple corriente del partido madre pero sin nada que aportar. Lo cierto es que sigue sin nada relevante que aportar, pero ha encontrado un caldo de cultivo idóneo. Aprovechando las inercias de la extrema derecha europea y de la victoria de Donald Trump consiguió encontrar el modo de abrir brecha. Usó el proceso independentista catalán para ganar presencia entre las huestes conservadoras siendo acusación popular contra los líderes independentistas. Ese es su mérito y nada tuvo que ver Steve Bannon en ello pero, sin embargo, VOX es la filial española elegida por el ideólogo de Trump en Europa. Su iliberalismo en España lo encarna Abascal.

Bannon intenta establecer en Europa una internacional de la ultraderecha y para ello ha creado una organización con sede en Bruselas. El think tank fue inscrito por el abogado belga Mischail Modrikanen, que es quien gestiona de manera directa las relaciones con los partidos partidarios de la entente. Los acercamientos incluyen a la Lega Norte de Salvini, el Frente Nacional de Marine Le Pen, el Vlaams Belang de Tom Van Grieken, o los Demócratas suecos de Per Jimmie Åkesson, además de tener el favor de Viktor Orban en Hungría. Paradójicamente, existen otros partidos nacionalistas de extrema derecha que rechazan su papel porque lo consideran injerencias estadounidenses. Es el caso de la AfD de Alexander Gauland.

El papel de The Movement de Bannon se circunscribe a facilitar el entendimiento entre formaciones europeas que, a pesar de tener muchas cosas en común, también presentan tremendas diferencias. Modrikamen aseveró en una entrevista a EUObserver que su objetivo era formar una asociación antagonista a la de George Soros y que funcionara de la misma manera que la del empresario húngaro. El próximo mes de enero se celebrará una reunión que intente coordinar a todos estos partidos para una acción colectiva conjunta de cara a las elecciones europeas de mayo.

Es apresurado adelantar los movimientos que VOX pueda hacer al respecto una vez que ya ha conseguido el objetivo principal de entrar en las instituciones. Ya no necesita a Bannon para lograrlo. Ahora ya puede emprender el movimiento de aparente moderación que todos los partidos de extrema derecha inician cuando consiguen la representación política que les proporciona recursos económicos, puestos en la administración y apariencia mediática.

El enlace de Steve Bannon con VOX es Rafael Bardají, vocal de la ejecutiva del partido ultra y que fue asesor ejecutivo con José María Aznar, además de director de política internacional de FAES desde el 2004 hasta 2016. Bardají es un sionista declarado con muy buenas relaciones con los republicanos americanos además de haber creado junto a Pablo Casado la Fundación Friends of Israel Initiative en 2010. Porque VOX es sionista, como se empeña en demostrar Rocío Monasterio cada vez que tiene ocasión. Por eso es complicado para comprender este fenómeno compararlo con los movimientos más dramáticos de la historia de Europa del siglo XX. Ni del pasado ni contemporáneos.

Para conocer a VOX es imprescindible no intentar exportar los marcos ajenos de la extrema derecha internacional de la que bebe. Es utilitarista, usa lo que necesita pero tiene unas peculiaridades endógenas que no son compartidas por los mismos grupos con los que pretendía compartir posición en las próximas elecciones europeas. El Frente Nacional de Le Pen utilizó la misma táctica que el fascismo de los años 30, un discurso mixto: por una parte el identitario y nacionalista, y por otra el obrerista dirigido a los perdedores de la globalización, aquellos que habían perdido todo menos su voto y a los que se les marca el enemigo que explica su situación.

El discurso del Frente Nacional en la región minera de Lorena, como explica el documentalista Joseph Gordillo en su film ‘Mes voisins, chronique d’une élection’. Una línea similar sigue Salvini en Italia, de tal modo que incluso ha llevado a una parte de la izquierda europea a plantearse un cambio en sus postulados para acercarse a la forma de actuar de esta extrema derecha para cercenar su avance.  

Eso no está en VOX, no ha aparecido en su discurso. Sus diatribas contra la inmigración ilegal son tan solo un complemento a un discurso ultranacionalista e identitario de ámbito integrista religioso. Es puramente islamófobo y no ha intentado acercarse a las clases populares con medidas materiales. Los matices con el mensaje racista de sus socios europeos se ven en su relación con los hispanoamericanos, a los que pretenden dar preferencia en los flujos regulados de migrantes. El muro es para Ceuta y Melilla.

Es también muy definitoria la relación que tienen con el pueblo gitano, con candidatos de su partido en la zona de Almería y celebrando con ellos el día del la etnia romaní. Anteponen para distanciarse de la etiqueta racista el pensamiento conservador que puede existir en parte del pueblo gitano, su sentimiento nacional y los valores cristianos en relación con la familia. Son estrategias muy manidas en estos partidos, incorporar el miembro de una minoría para quitarse el estigma. Eiríkur Örn Norddhal lo explica en Illska: “El miembro oprimido de los partidos populistas (el inmigrante, el musulmán, la mujer, la lesbiana, el negro) proporciona a su partido una coartada y, a cambio, el oprimido consigue otra; su existencia en el interior del partido le hace participar de la gama cromática social: quien se opone a la chusma inmigrante no es un inmigrante como ellos (sino un conservador responsable). Y un partido que acepta chusma inmigrante e incluso los ayuda a progresar y los apoya con orgullo, no es, en ningún sentido en absoluto, un partido nazi”.

VOX y el fascismo

El fascismo de nuestro tiempo no es el que se generó en los años 30. Nos ha tocado vivir una nueva conformación de lo primitivo de su ideología, el odio al diferente y la discriminación a la minoría. El autoritarismo propio de aquellos fascismos adopta nuevas formas y lo prioritario es evitar que puedan llegar a tener la suficiente importancia como para implementar sus medidas reaccionarias y antidemocráticas. VOX es lo más parecido que tenemos al fascismo en España y, sin embargo, por eso mismo es contraproducente usar el término en el combate público para evitar que se retroalimente de él.

La polarización del debate siempre es favorable a aquellos que se sitúan en los extremos del conflicto, fomentar esa polarización es lo primero que cualquiera que vive en los extremos desde los márgenes intenta y aprovecha. Esa estrategia es la que siguió y utilizaron los terroristas de DAESH. Su principal activo era dividir el mundo entre los salvadores y los infieles, así solo había dos opciones posibles para los musulmanes. Eliminar la zona gris de coexistencia en occidente entre musulmanes y los habitantes de sus países era el objetivo principal.

La estrategia fue relatada en un artículo publicado en Dabiq, su órgano de propaganda, llamado La extinción de la zona gris. En él hablaban de cómo usar la islamofobia para convencer a los musulmanes en occidente de que la única salida era unirse a DAESH y sus postulados. Su intención era instaurar de forma mayoritaria un sentimiento islamófobo en occidente para facilitar la incidencia de su mensaje. Es decir, aquellos que creían combatir a los terroristas con un mensaje contra los musulmanes lo único que estaban haciendo era incrementar el problema y servir a los intereses de los terroristas. Aquellos que llamaban terrorista a cualquier musulmán creían que había que ser implacable para combatir el terrorismo, cuando lo que estaban haciendo era alimentarlo.

A VOX le haría mucho daño que Carlos Herrera le llamara fascista, no que lo haga Pablo Iglesias. El mismo Podemos creció en el antagonismo de las tertulias contra Eduardo Inda, se sentía cómodo cada vez que lo difamaban, eran voces críticas desde la izquierda las que más le podían molestar y con las que no podía utilizar los mismos recursos retóricos que utilizaba para crecer contra la derecha. Por eso es importante que los verdaderamente antifascistas sean capaces de modular su lenguaje para encontrar los puntos débiles de la extrema derecha patria, para ser más efectivos y diluir el aura de antisistemas que tiene un partido como VOX, que solo es retórica vacía surgiendo de élites acomodadas.

Es comprensible que quien se considere antifascista reaccione de la manera históricamente aprendida cuando identifica el ascenso de la formación que más fácilmente es asimilable con los movimientos autoritarios y antidemocráticos de nuestra historia contemporánea. La emoción es difícilmente asible cuando atisbamos al enemigo más virulento de la diversidad, los derechos humanos y el respeto al diferente. De forma instintiva acudimos a todos esos referentes combativos de nuestra adolescencia, a Durruti, la Modotti y el “No pasarán”. Sí, es tiempo de ejercer de antifascista y por eso, sobre todo por eso, hay que dejar de gritar fascista.

Fuente → lamarea.com

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