Javier Fernández Quesada y la memoria fracturada

Javier Fernández Quesada y la memoria fracturada: La muerte del estudiante Javier Fernández Quesada -tiroteado por la Guardia Civil en las escaleras del Campus Central de la Universidad de La Laguna el 12 de diciembre de 1977– sigue, 41 años después, lacerando a la sociedad canaria. Una muerte que ha quedado en la impunidad de unos tiempos que políticos de distinto pelaje denominaron Transición, y que no pararon de loar como el triunfo de las libertades, de la democracia y del Estado de derecho.
En realidad, pese al empeño en “fijar la memoria” en un relato oficial viciado, a pocos se les oculta ya -ahora que se ven claras las costuras del Estado- que esa maniobra política –esa denominada Transición– sirvió para que los poderes políticos y económicos de la dictadura garantizaran su continuidad sin que nadie les pidiera cuentas.

Si contamos el tiempo desde ese aciago 12 de diciembre de 1977, obtenemos 41 años de memoria fracturada; 41 años de luchar contra el olvido y contra los designios de un régimen que decretaba silencio oficial. Silencio oficial quebrado momentáneamente cada mes de diciembre, pero sin que se consiguiera reconocimiento y reparación del crimen cometido. En este sentido, el asesinato de Javier Fernández Quesada demanda algo más que una simple compunción. Tendríamos que hablar de la creación de una “comisión de la verdad” y entender su muerte como crimen de lesa humanidad, puesto que se trató de un crimen cometido dentro de una estrategia del terror destinada a frenar cualquier tipo de apuesta política que no diera como resultado este sistema que hoy muestra sus costuras deshilachadas.

El pasado año, cuando se conmemoraban los cuarenta años del crimen, fuimos testigos de dos formas muy diferentes de entender el ejercicio de la memoria. Por un lado, los estudiantes organizaron unas jornadas desde las que se reclamó, activamente, el esclarecimiento de los hechos, la verdad y la reparación. No solo se trataba de recordar, sino que se planteaba la recuperación colectiva de una memoria combativa capaz no solo de ese acto de recordar, sino de una memoria que fuera combativa en virtud de su disposición hacia la acción en cuanto que se reclama la verdad y la justicia.

La Universidad de La Laguna, dirigida por Antonio Martinón Cejas, organizó -por otro lado- un acto “político” conmemorativo que pretendía una comprensión inerte y pasiva de la memoria; un simple ejercicio mnemotécnico que no pretendía interpelar a los poderes responsables de decretar un silencio de cuatro décadas, limitándose el acto institucional a celebrar los supuestos logros “democráticos” de esta sociedad. Un ejercicio retórico que se desinfla cuando se advierte la enorme contradicción en que se incurre al vanagloriar un Estado de derecho que tiene como particular esencia “de derecho” imposibilitar cualquier esclarecimiento de la verdad e impedir su ejercicio -como acto de suprema justicia- en el caso Fernández Quesada.

Ciertamente, sería mucho esperar que una institución de orden, como es la Universidad, tuviera entre sus objetivos el que se supiera toda la verdad en un crimen político como este; sería mucho pedir que la institución rindiera cuentas de su propia historia y ayudara a dar luz en ese mar de penumbras. Sería mucho pedir que la Universidad ayudara a esta sociedad canaria a romper, como decía el poeta, con ese “silencio amordazado” que la caracteriza. Por ahí no tenemos grandes expectativas, puesto que poco tenemos que esperar de un mundo como el universitario que depende tanto de prebendas y de otras miserias.

Sin duda, no será fácil ver triunfar la verdad en el caso Javier Fernández Quesada. Posiblemente tendremos que esperar. Puede que sea cuestión de mucho tiempo. Pero no olvidemos que la memoria también sabe ser -como ya apuntamos- memoria combativa, sabe ser memoria militante, capaz de sembrar semillas de resistencia para que no nos gane nunca la partida el olvido. Reivindicamos, por tanto, esa memoria militante; memoria capaz de escenificar el recuerdo desde el profundo convencimiento de que la esperanza no es siempre sinónimo de resignación.

Fuente → elpaiscanario.com

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