«La responsabilidad del Estado es enterrar a sus ciudadanos e investigar los crímenes»


«LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO ES ENTERRAR A SUS CIUDADANOS E INVESTIGAR LOS CRÍMENES»

Almudena Carracedo dirige junto a Robert Bahar ‘El silencio de otros’, una película documental que acompaña a supervivientes del franquismo por la querella argentina.

LA MAREA | EDUARDO ROBAINA | 16-11-2018

Este viernes llega a los cines El silencio de otros, que narra el periplo de las personas supervivientes del régimen franquista a medida que organizan la denominada querella argentina y se enfrentan a la dura realidad de la justicia y las instituciones. Es un documental porque cuenta un hecho real que ocurrió en nuestro país. Pero también es una película, porque logra la narrativa propia de una gran producción. Hay protagonistas definidos, pero es una historia coral que va más allá de las personas que el largometraje refleja. En la primera secuencia vemos a María Martín, que con más de 90 años seguía manteniendo la esperanza de encontrar a su madre y que descansara junto a su padre. Falleció en 2014 sin poder lograrlo. “Los humanos son muy injustos”, decía en un momento del documental. El final muestra la otra cara, la parte feliz. Fue el caso de Ascensión Mendieta. Ella sí consiguió, en 2017, encontrar los restos de su padre y darle un último adiós. Historias, ambas, reflejos de la situación que vive nuestro país desde hace tanto tiempo. La incertidumbre de no saber si llegará la despedida final.

La película está dirigida por Almudena Carracedo y Robert Bahar, ganadores de un premio Emmy por su anterior documental, Made in L.A.. Han sido siete años de viaje. Empezó en 2011: 450 horas de grabación, un año de catalogación, más otro año y medio de montaje. “Hecha artesanalmente”, confiesa la codirectora. Ese esfuerzo se ha transformado no solo en la buena crítica, sino en los premios cosechados hasta el momento. Están nominados a Mejor Largometraje por laAsociación Internacional de Documental (IDA) y al Mejor Documental en los Premios de Cine Europeo (EFA). Además, ha sido 14 veces galardonada a nivel mundial, incluyendo el premio del público y el premio de cine por la paz en la Berlinale. Esta semana ha sido presentada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Me gustaría empezar por el título. ¿Quiénes son esos ‘otros’?

Esto nunca lo he contado. Realmente viene de una frase que dijo Dulce Chacón: “Somos la generación del silencio de los otros”. Ella le puso el “los” y nosotros se lo hemos quitado, porque nos parecía muy acusatorio y queríamos que tuviese un sentido más colectivo. Es un poco la idea de que es un silencio heredado y que no podemos contar la historia porque no la conocemos. Recuerdo ver la entrevista cuando leí La Voz Dormida, que me impactó muchísimo, y le dije a Rober [Brahan]: “Algún día haremos una película que se llame El silencio de los otros“. En cierta manera, mucha gente cuando ve la película nos dice que en realidad es El silencio de todos. Cada persona que va a ver la película sale con una idea diferente sobre el título. La película habla de dos lados, pero no solo hay dos lados; es multifacética, tiene muchas capas. Para apelar a esa idea de que en realidad todos hemos, de alguna manera, participado en ese silencio, había que quitarle ese “los”. No era unos contra otros, sino un todos colectivo.

El espectador puede sacar varias lecturas de la película (memoria histórica, dignidad, política, labor educativa, histórica, justicia…). ¿Cuál era el objetivo de ustedes?

A través de la querella argentina la película toca muchas temas. La película habla de ese proceso de búsqueda de dignidad, de procesos transicionales, el que hemos llevado a cabo en nuestro Estado, pero también en otros. Es decir, cómo cada país decide lidiar con su pasado de una manera diferente, poner un espejo. También trata del tan manido perdón, del olvido, de la necesidad de recordar. En fin, de todas las cosas que nos motivan a los seres humanos. Como dice Chato [uno de los querellantes] en un momento de la película: me di cuenta de que no luchaba por mis convicciones políticas, sino porque era un ser humano. Lo que queríamos precisamente era tener una película compleja y nada panfletaria. Sabíamos que los movimientos memorialistas acogerían la película con mucho cariño, pero también sabíamos que para llegar a un público más allá tenía que funcionar como película en sí misma. Tenía que llevarte de la mano como espectador solo a través de las vivencias de los personajes.

No a todos les terminan de gustar que se refieran a ellos como ‘víctimas’.

Exactamente. No solo son víctimas en sujeto pasivo. Muchos no se sienten representados en la palabra “víctima”. Intentamos englobar a la mayor colectividad posible.

¿Ha habido ya críticas a la cinta?

Nos ha sorprendido porque todavía no hemos recibido ninguna. No sé si es verdad que la película está calando muy profundo; eso es bonito. Una persona me comentó que echaba de menos al PSOE, y estoy de acuerdo. Nos estudiamos horas y horas de discursos de Felipe González. Imagínate. Pero no encontramos nada que pudiese funcionar. Cuando la película bucea en el pasado, en este contexto político, es importante entender que el PSOE lideró y orquestó la situación en la que estamos ahora.

¿Un punto de inflexión fue la llamada Ley de Memoria Histórica?

Lo intentó, pero bajo mi punto de vista no lo consiguió. Se quedó corta porque no estaba blindada. En cuanto entró el PP el Estado no se hizo cargo de las exhumaciones. No se trata de dar dinero a las asociaciones para que lo hagan ellos. Tu responsabilidad como Estado es enterrar a tus ciudadanos e investigar los crímenes que se han cometido. El PP se jactaba de dar cero euros a la memoria histórica. No se ha asegurado el cumplimiento de la ley. Basta con ver todas las calles dedicadas al franquismo. Hace falta mucho apoyo y un poquito de reforma para que sea una ley de memoria histórica como realmente se merece este país.

Fueron seis años de grabación. Empezaron a grabar en 2011, pero ¿dónde comenzó ese viaje?

En Madrid. Hay dos orígenes. El más primigenio soy yo y un dolor creciente. En la universidad tenía mi grupo y organizábamos charlas, pero nunca pensamos que este fuera un tema que tuviera que ver con nosotros. Es curioso, veíamos la paja en el ojo ajeno. Pero a través de películas que trataban el tema de la memoria como El viento que agita la cebada [Ken Loach, 2006] ha habido algo que iba creciendo en mí sobre la que yo sentida una responsabilidad, como artista, como creadora, de lidiar con él.

Luego, el origen inmediato es en 2010, cuando sale el tema de los bebés robados. Nosotros estábamos terminando la difusión de nuestro documental anterior, Made in L.A. Nos habíamos mudado a España, y cuando llegamos nos encontramos con la querella, que se estaba iniciando. Enseguida nos dimos cuenta de que era como un tren que avanzaba en la oscuridad. Recuerdo que un día le conté a Carlos Slepoy esta idea y me dijo: “Bueno… un tren postal, va despacito, parando en cada ciudad”. Esa escena estaba en el documental, pero después se cayó.

¿Cuál fue la última escena que grabaron?

Durante el montaje seguimos grabando. Grabamos, por ejemplo, el entierro de Timoteo Mendieta. Aunque la primera calavera no fuese su padre fue el más hermoso. Ella [Ascensión Mendieta] había encontrado a su padre. Nos pareció más bonito acabar con ese momento metafórico más que con la del entierro.

Han sido muchos años con un mismo proyecto. ¿Cuánto de rentable es?

¿Rentable? [ríe]. Aquí no ganamos nada. Realmente es muy difícil. Para apoyar un proceso tan largo… Quiero que quede claro: cuando digo que han sido siete años de nuestra vida es que han sido siete años de nuestra vida. No hemos hecho otra cosa. Muy intenso. Hemos tenido que buscar financiación debajo de las piedras. En la última fase, sobre todo, teníamos un equipo en España al que había que pagar, porque hay que hacerlo. Sacamos financiación de muchas instituciones europeas, de Estados Unidos… De España no.

¿Nada?

No. Es muy complicado. Por eso ha sido tan importante El Deseo [la productora de los hermanos Almodóvar]. Ellos entraron al final. Para nosotros ha sido muy importante, porque es un sello de aprobación que deja claro que la película es española, pero que tiene vocación internacional. Lo que queríamos es que también funcionara fuera. Ellos [El Deseo] entraron precisamente para este momento de lanzamiento, para que salga con fuerza. Mucha gente irá al cine porque verá ‘Pedro Almodóvar presenta’. Fenomenal. Esa es la idea. Cuando alguien salga del cine se dará cuenta por qué está detrás Almodóvar; ya habrá experimentado qué produce la película. Eso es lo bonito de estar en cines. Es muy importante como activista ir a cines comerciales porque es un espacio neutro donde las personas, más allá de las personas ya convencidas y activistas, pueden ir a ver una película como película. Yo, como activista, reivindico todos los espacios. Incluida la tele, claro que sí. Aunque la gente se levante a hacer pis en medio de la película o que el niño llore. Ese ego no lo tenemos, es mucho más importante que llegue al mayor número de gente posible.

¿Y en plataformas como Netflix o HBO?

Sí, por supuesto. La distribución comercial ahora mismo la lleva BTEAM, una distribuidora independiente con un gran compromiso social. Están siendo un compañero de viaje precioso.

Volviendo al documental. ¿Les ha llegado a superar emocionalmente en algún momento lo que estaban rodando?

Sí. Y también ahora. Durante la película hay momentos emocionalmente muy difíciles porque tienes una empatía muy fuerte con las personas. Se nos ha muerto mucha gente como María Martín y Carlos Slepoy. Tuvimos que montar toda la película después de que Slepoy muriera. Había momentos que tenía que parar porque estaba llorando. Ha sido un viaje conjunto. Nos sentimos partícipes de ese camino. En este otro proceso de difusión son los propios protagonistas los que viajan a presentarla sin nosotros.

¿Ha quedado algo fuera del montaje que les hubiese gustado incluir?

Lo más triste es todas las historias que no han cabido. Obviamente, hay historias que no caben en hora y media. La película es más grande que nosotros y los propios protagonistas. Es una causa muchísimo más grande, y ahí es donde todos los que no han entrado se vean reflejados y reflejadas, que puedan hacerla suya también. Eso es, digamos, el dolor que se te queda, porque claro, la película no es una enciclopedia, tiene que funcionar y no pueden ser tres horas.

Antes comentaban la proyección internacional de la película. Precisamente, no paran de venir premios de fuera para una película con una temática tan delicada en nuestro país. ¿Cómo ha sido la recepción del público extranjero?

Flipan. Igual que aquí, aunque por otros motivos. Lo bonito es que en el extranjero todo el mundo se planteó un reflejo. Hay muchísima sensación de culpabilidad como Estado, como país, por haber sido partícipe de eso. La película plantea un claro espejo de responsabilidad, es decir, el olvido no empezó en la Transición, fue antes. Fue un olvido internacional de los crímenes. Se abrazó a Franco en su lucha contra el comunismo. La película ayuda a otros países a hablar de su propio pasado. Hay muchos países que tienen fantasmas presentes: Francia con Argelia, Estados Unidos con los confederados… Hay que entenderlo: hasta que no se lidie con el pasado, el pasado es presente.

Durante el documental también interviene Jaime Alonso, de la Fundación Nacional Francisco Franco. 

Lo que esperamos es que las personas que muestran ese otro punto de vista sientan que hemos respetado su mensaje. Creo que eso es importante. La película está hecha con respeto. Aunque no comparta el punto de vista del señor Alonso en la mayoría de cosas, lo que dice en la película me parece interesante y queríamos usarlo, porque lo que precisamente dice es que todas esas personas que eran franquistas se quitaron la medalla franquista y se pusieron la de demócratas. Realmente eso habla un poquito de la continuidad del franquismo. Él, claro, denunciándolo desde su punto de vista porque no reivindican su pasado franquista, pero desde el nuestro también porque hay una continuidad. Esperamos que, cuando vea la película si es que la ve, sienta que le hemos respetado.

¿Y cómo ha recibido la gente conocer la existencia de una fundación dedicada a un dictador?

Pues imagínate. No hay más que pensar en Alemania. La verdad es que fuera flipan bastante; con todo. Flipan con el Valle de los Caídos. Recuerdo en Berlín estar Chato hablando del Valle y una persona en la audiencia dijo que el traductor se debía de haber equivocado, que por favor tradujera otra vez porque dijo que había un mausoleo a Franco a 30 kilómetros de Madrid. Entonces, Chato dijo: “No, no se ha equivocado”. Esto es una anécdota que explica cómo se percibe fuera esta situación.

¿Ha sido difícil lograr que se proyecte el documental en cines?

Efectivamente, hay cines que no la quieren programar. Pero también se lo decimos a la gente: si en tu ciudad no la han programado, llama al cine. Movilízate, porque ellos piensan que estas historias no son interesantes. Es tu trabajo también explicarles que sí te interesa. No obstante, después de la distribución internacional nuestro trabajo es ir pueblo a pueblo, instituto a instituto, ayuntamiento a ayuntamiento.

¿Después de El silencio de otros, continuarán la historia o piensan que por vuestra parte ya está todo contado?

[Ríe] Creo que ahora entregamos el relevo a otras generaciones para que hagan la segunda parte.

Para acabar: ¿qué significa para usted la memoria?

El no olvido. Me parece una perogrullada, pero es así, la memoria es no olvidar tu pasado para entender tu presente: lamarea.com


¿HAY QUE DEROGAR LA LEY DE AMNISTÍA DE 1977? HABLAN LAS VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO

El viernes se estrena 'El silencio de otros', el documental de Almudena Carracedo y Robert Bahar y producido por Pedro Almodóvar que reabre el debate sobre el pacto del olvido

EL CONFIDENCIAL | MARTA MEDINA | 15-11-2018

"Yo tenía seis años cuando fueron a por mi madre. Gentes del pueblo, todos los de Franco. La encontraron al día siguiente, a orillas de la carretera. No los pudieron meter en el cementerio; el pueblo no nos dejó. Ahí, en esos zarzales, tiraron la ropa. La dejaron desnuda. Lo injusta que es la vida… no la vida, los humanos son muy injustos". Habla María Martín López, una octogenaria de Pedro Bernardo (Ávila), que a principios de esta década se convirtió en una de las caras mediáticas del proceso que inició el juez Baltasar Garzón en 2008 para investigar las denuncias presentadas por las asociaciones de la Memoria Histórica por los crímenes del franquismo.

"Cuando fueron a por mi madre la metieron en la escuela, que era la cárcel para mujeres. Allí le cortaron el pelo al cero. Ella no había hecho nada. Eran segadores. Decían que era de rojos. La pasearon por todo el pueblo con tambor y gaitilla para que saliera todo el mundo. Detrás íbamos todo los muchachos del pueblo, pero no me dejaban arrimarme a ella. Aquella noche mataron 27 hombres y tres mujeres: la Lucia, la María y mi madre, Faustina López González. Nos apedreaban los chavales por los caminos. Y tú ibas por una calle y tenías que ir mirando por si me encontraba alguno y me hacía así [gesto de rajar la garganta] y me decían 'no teníamos que haber dejado ni simiente'", recuerda. "Y entonces mi padre me dijo: 'procura sacar los restos un día y a ver si me los traes'. Pero he estado siempre sola. Yo no pido venganza; yo pido los restos para meterla con su marido, nada más".


La relación de España con su pasado más reciente es, como cuenta el documental 'El silencio de otros' —que se estrena este viernes en cines tras su paso por Berlinale y Seminci, entre otros festivales—, cuanto menos sigular. Cuarenta años después del final de la dictadura, la memoria histórica sigue escociendo. Cuarenta años que son muchos para quienes quieren pasar página y que son pocos para quienes vivieron la represión en carne propia. A un lado, aquellos cuyos familiares fueron fusilados en la Guerra Civil, asesinados o torturados durante la dictadura, y cuyos bebés fueron robados y entregados a otra familia. Al otro, aquellos quienes consideran que es mejor olvidar para seguir adelante. Y aquellos, como Jaime Alonso, de la Fundación Francisco Franco, que reivindica que "lo más importante para recordar a Franco es que no se equivocó nunca" y que preservó "la civilización occidental y cristiana de la tiranía comunista".

El documental dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar y producido por Pedro Almodóvar analiza la singularidad del pacto tácito de la sociedad española para con los últimos 80 años de su historia y cuestiona la legitimidad de la Ley de amnistía pactada por el Parlamento en 1977, que contradice la Ley de justicia universal que persigue los crímenes de lesa humanidad. Lo que había comenzado a propuesta de la izquierda y partidos nacionalista para el indulto de presos políticos y presos de ETA, FRAP, GRAPO y el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario ​(MPAIAC), acabó como una amnistía "de todos los hechos y delitos de intencionalidad política ocurridos entre el 18 de julio de 1936 y el 15 de diciembre de 1976". El 'pacto del olvido', lo llamaron. "Ese olvido ha de bajar a toda la sociedad [...]; es la única manera de que podamos darnos la mano sin rencor", defendió entonces Arzalluz.

"Nadie planteó que la amnistía se ampliara a los delitos cometidos bajo el paraguas y en defensa de la dictadura. En primer lugar, porque Alianza Popular, su legítima heredera, no quiso intervenir en la Comisión (...) En segundo lugar, porque los franquistas no creían que fuera necesario que les amnistiaran por las tropelías que habían cometido", defendió en 2010 el diputado del PCE Jaime Sartorius en un artículo para 'El País', atribuyendo a la Ley de Amnistía "una interpretación arbitraria y sin fundamento" para defender la impunidad del franquismo. Lo mismo que aduce en el documental la jueza argentina María Servini, instructora desde el país latinoamericano de la única causa en el mundo que juzga los crímenes del franquismo: "La Ley de amnistía que tiene España ha hecho que los jueces españoles ni la Justicia española pueda investigar. Pero los delitos que son de lesa humanidad no prescriben y no hay amnistía que los pueda tapar".

Cuando en 1977 se votó la Ley de amnistía, la sociedad española la recibió como un peaje para conseguir una transición pacífica a un Gobierno democrático. Otros países de Latinoamérica recién salidos de régimenes dictatoriales —Guatemala, Argentina, Uruguay— incluso importaron el modelo español, pero en los últimos años gran parte de los países que transitaron a finales del siglo XX de una dictadura a la democracia han iniciado procesos de derogación de dichas leyes o han perseguido los crímenes de Estado, como en Guatemala, Ruanda, Camboya y Argentina. Incluso la ONU ha recomendado "privar de efectos la Ley de Amnistía de 1977 porque las víctimas, con razón, no olvidan". Sin embargo, en España, ninguno de los intentos ha fructificado salvo la llamada "vía argentina" iniciada en 2010 y que ofrece, de momento, la única esperanza de las víctimas, que sienten que no se les pide que perdonen, sino que se les "exige" que perdonen.

"¿Cómo es posible que se pueda hacer justicia en relación a este tipo de crímenes cometidos desde el Estado? A través de la implicación de distintos tribunales del mundo. Es la idea de justicia universal. Es decir, que los crímenes de lesa humanidad deben ser perseguidos en cualquier tiempo y cualquier lugar por distintos tribunales del mundo. El gran ejemplo es lo que ocurrió en Chile con Pinochet", explica en 'El silencio de otros' el abogado argentino Carlos Slepoy, uno de los abogados clave de la vía argentina.

En el documental, los directores siguen el periplo judicial de cada vez más querellados que buscan encontrar a sus padres enterrados en fosas comunes, encontrar a sus hijos robados o enjuiciar al policía franquista Antonio González Pacheco, alias Billy 'el niño', recientemente condecorado por el Congreso, y el guardiacivil Jesús Muñecas Aguilaracusados de torturar a disidentes políticos. Historias como la de Asunción, una anciana que busca exhumar los restos de su padre de una fosa común y enterrarlos en el panteón familiar, o la de José María Galante, torturado por Billy 'el niño' cuando tenía poco más de veinte años. O las de las madres a las que hasta principios de los 80 —¡hablamos de treintañeros!— les arrebataron los bebés recién nacidos para que los criasen familias adeptas al régimen según las teorías del psiquiatra del franquismo Antonio Vallejo-Nágera para erradicar 'el gen rojo'. Casos silenciados por el Estado y la sociedad, que quizá debe plantearse si una democracia efectiva puede sostenerse sobre el agravio a las víctimas silenciadas: elconfidencial.com


Fuente → todoslosnombres.org

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