FRANCO HA VUELTO
FRANCO HA VUELTO: Imaginen que encienden el televisor. Que aparece Arias Navarro sonriendo en blanco y negro y que les anuncia aquello de “españoles, Franco ha vuelto”. Se reirían porque la escena parece tomada de una película de ciencia ficción. Y ese es su triunfo. Muchos creen que el franquismo acabó con la muerte en la cama del dictador, pero no. Pervive en las calles y, lo que es peor, en nuestras instituciones, herencia de 40 años de oscuridad. En ellas continúan desarrollando su actividad muchos de los que se acostaron siendo franquistas y, al día siguiente, amanecieron demócratas. Así, de golpe y porrazo.

La semana pasada una colega alemana fue a una comisaría de Madrid para denunciar el robo de su cartera. El policía le acabó confesando su secreto: se sentía franquista. Mi amiga, cuyos abuelos lucharon convencidos para Hitler, salió de allí despavorida. No concebía aquello, de la misma manera que no le cabe en la cabeza que alguien en su país pueda declararse nazi. No es una cuestión política, sino de derechos humanos. De justicia. De memoria. De dignidad. Ahora lo entiendo todo. El domingo cientos de trasnochados pudieron, con impunidad y alevosía, homenajear a Franco en pleno centro de Madrid 43 años después de su muerte. Los policías detuvieron a las activistas de Femen, con el torso desnudo, pero dejaron que los convocados siguieran exaltando al fascismo.


Paul Preston, director del Centro de Historia de España en la London School of Economics, defiende que en nuestro país pervive un franquismo sociológico. Lo relata con acierto Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), en un artículo publicado en 2016: “La transición española fue la promesa de una democracia verdadera que comprábamos a plazos; primero adquiriríamos el hardware, la posibilidad de elevar nuestro nivel de consumo, tener polígonos llenos de grandes cadenas de venta y distribución, y de organizar mundiales y olimpiadas. Después cambiaríamos el software creando una verdadera cultura democrática que iría evaporando el franquismo, los malos hábitos del nacionalcatolicismo y, con la entrada en la UE, seríamos de repente como los franceses, ciudadanía civilizada, culta, consciente y libre”.

Las élites de la dictadura, apoyadas por el contexto de la Guerra Fría, calcularon que el desarrollo económico y el ascenso del nivel de consumo de la mayoría de los españoles les permitiría conservar sus privilegios. Su objetivo era seguir siendo la clase dominante en democracia mediante un relato embellecido de la transición política, reconciliación nacional incluida. Lo consiguieron. La realidad es que, a día de hoy, los que perdieron la guerra siguen siendo los perdedores. Los vencedores, con sus largos y rimbombantes apellidos, continúan colmando las élites del país. Son su flor y nata. Cuando se les habla de aplicar la Ley de la Memoria Histórica, o de recuperar a los 115.000 republicanos que siguen en fosas comunes, hacen uso del comodín: “No podemos reabrir viejas heridas”. Pero ahí están cuando llega el 20-N y se trata de homenajear al dictador.

Hay quien aspira a instaurar el franquismo sin Franco. Ahí está Vox, que continúa creciendo y al que las encuestas ya le otorgan representación en los parlamentos. Europa entera camina a la deriva: la posibilidad de que vuelvan los autoritarismos es real. Pero cuando en el viejo continente ese sentimiento era inexistente, los fascistas ya discurrían por otros partidos españoles que aún no han olvidado de dónde vienen y quiénes son los suyos. Son esas “batallitas del abuelo” o ese “acordarse de desenterrar las víctimas del franquismo solo cuando hay subvenciones“. O ese “con Franco vivíamos mejor” o tal vez ese “con Franco no pasaba” de cada día. No culpo a Luis Alfonso de Borbón por homenajear al dictador en sus redes sociales. Al fin de cuentas era su abuelo. Lo que le afeó es su intento por rescribir la historia.


Es cierto que Franco se fue hace 43 años. Y también que está más presente que nunca: el Gobierno ha iniciado el proceso para exhumar sus restos del Valle de los Caídos y las hordas de nostálgicos se han quitado la careta. Sin embargo, no sé muy bien a quienes se refiere el nietísimo cuando habla de “traidores a la patria”, si a los que maldicen al fiambre o a quienes organizaron un golpe de Estado en 1936 para acabar con la Segunda República, una democracia con sus aciertos y sus errores. Luis Alfonso, al que considero inteligente, atribuye a su abuelo obras como la Seguridad Social, las universidades, las viviendas protegidas, las carreteras y los hospitales. Pertenece a la generación de Casado, esa que cree que antes de ellos el mundo no existía. Pero sí. Antes del franquismo España era un país próspero, con una economía sólida y con una de las constituciones más avanzadas del planeta. Lo que trajo su abuelo fueron 40 años de terror. Aún hoy vemos deambular a sus fantasmas. El virus se propaga. De nosotros depende que España se convierta en The Walking Dead.


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