Libertad, ese gravamen indeseable (al parecer)

Libertad, ese gravamen indeseable (al parecer)
Antonio Frías

Si es que nos hemos pasado de rosca, no podemos soportar tanta libertad contra el pecho, entre los labios, bajo los pies. En la comunidad de vecinos, en la asociación, en el barrio, en la provincia, en las instituciones, en casa Eustaquio el tabernero, en la sacrosanta nación de naciones. No, y basta. Nos lo decía hace poco un entendido desde las páginas del diario Córdoba: las mujeres nunca han gozado de tantos derechos como hasta ahora. Ahí queda. Y es verdad, andan como locas sin saber dónde poner tanta autonomía, aunque, yo que las compañeras, la pondría, en forma de macetón, estrellada contra la cabeza del autor de tan optimista estimación.


Pero las cosas no suceden por ensalmo, ¡plum-plaf!, y ya tenemos la novísima nueva novedad novedosa. Nanai de la China. En Psicología hay una cosa que se llama regresión a la media, que estriba, ni más ni menos, en lo que dice: que cuando se pasa la cosa de altura en la curva de Gauss, viene el tío Paco con las rebajas. Y esto es lo que nos sucede a la manoseada plebe, que nos hemos atragantado con la libertad, de tal modo que ya no sabemos qué hacer con ella. Cierto es que intentamos comprar, con su imagen impresa en una estampita, artículos de primera necesidad en Carrefour; después en el Corte Inglés, donde además, hemos argüido, con pelos y señales, la azarosa historia de su concepto; más tarde lo intentamos en Mercadona, y, por último -qué remedio-, en la tienda de la esquina. Pero ni flores. No admiten esa moneda. Los comerciantes son muy puntillosos. Es obvio que el exceso de circulante ha producido una inflación galopante, por lo que la señora de la antorcha está pasando por sus horas más bajas. Puedo asegurar, sin que se sonroje el patio de butacas, que su pasado prestigio carece de todo valor, incluso simbólico. Así las cosas, ahora me explico lo de la sentencia de la manada, la expoliación de la madre Juana Rivas, a la que unos tribunales marmóreos han dejado sin nada, quiero decir, sin sus hijos, que un cobarde torturador de la noche negra, como Billy el niño, se pasee, a sus anchas y condecorado con medalla pensionada por el Estado, por las ciudades grises, y se condene a un rapero de idioma extravagante, entre otros regalos con los que el Poder viene obsequiando a la parroquia en los últimos tiempos.


Paralelamente se vienen produciendo fenómenos extraños, más propios de Cuarto Milenio, que de la política nacional. Según la última encuesta del CIS, un 20,4 % de ciudadanos votaría a un partido donde militan individuos que dicen estas barbaridades contra la decencia humana: ¿Inocentes o terroristas? El zarpazo verbal lo perpetra en un tuit sobre las Trece Rosas, Joaquín L. Ramírez, senador del PP. Parece que no satisfecho, en otro se pregunta si no habría que tratar a estas muchachas como unas vulgares asesinas en vez de como unas víctimas míticas del franquismo. Otro 20,4 % pondría su confianza en manos del xenófobo Rivera, y un 29,9% se echaría en brazos del PSOE, un partido que, si bien un día ya lejano descubrió a la guardia civil, ahora se gloría de haberlo hecho con la monarquía española de España, buscándole coartadas indignas y resguardándola de pertinentes investigaciones que demanda la honradez de la que tanto presume el partido de los 100 años de ella, según rezaba la propaganda de la presunta casa común de marras. Y es que, lo dicho, la gente va adonde va Vicente, sin un criterio que discierna entre el acantilado que la despeña y la vereda que lleva a la libertad.


La cosa está muy chunga en la cuestión del tambor teutón donde no cesan de repiquetear las baquetas, la bota claveteada enfilada al paredón y las alambradas, y, por supuesto, el cabrón del dobermán que no puede faltar en las orgías de odio de esa gentuza. Y es que los de la esvástica avanzan a pasos agigantados, y no se cortan un pelo. Sacan pecho ante la tibieza; ese proceder es consuetudinario en los cobardes pupilos del fascismo. Detectan las fisuras sociales, la falta de firmeza democrática. El caldo de cultivo que necesitan para crecer es un poder político carcomido por la corrupción. Gestionan el desencanto y prometen el paraíso. Salen, alzan el brazo dónde, cuándo y cómo quieren. Mientras los gobiernos persiguen y encierran en campos de concentración ad hoc a inmigrantes o los devuelven en la frontera, haciéndose los suecos respecto a la legislación en materia de derechos humanos; mientras suceden estas agresiones contra la justicia, digo, ciudadanos hasta ayer respetables los apalean en los manchados telares de las ciudades avaras, navegados por un odio que va in crescendo. Pero todo se deja para mañana, ni los gobiernos ni la sociedad civil están actuando con contundencia, y luego viene lo que viene, porque las barbas del vecino no existen, y las de los hirsutos patrios están más que afeitadas, empero el personal no escarmienta.


Sin subirse al faro de Vigo, se divisa la deriva de Italia hacia la extrema derecha donde afila sus colmillos la Liga Norte. El hedor del auge de los partidos xenófobos en la vieja, rubia y democrática Europa, sin olvidar la siempre inquietante yanquilandia, presagia un más que posible IV Reich, esta vez actualizado, corregido y aumentado. Es la misma guerra, montada contra la humanidad y sus valores de compromiso, solidaridad y libertad. El fascismo se ha colado hasta la cocina de la sociedad civil. Pero aquí nadie se mueve. La afición anda entretenida en historias domésticas, y al lobo, que se acerca peligrosamente al rebaño, que le rompan los colmillos otros. Lo avisó Erich Fromm, que este papanatas vanidoso de dos piernas, con derecho a voto y a embriagarse de estupidez, tiene miedo a la Libertad, y el respetable se lo tomó a cachondeo. Mira que le hemos dado vueltas, pero, finalmente, las ratas se han empeñado en que nos enteremos de lo que vale un peine. Las alambradas tienen muy mala bebida. Ahora, apechuguen con las consecuencias. Estaría de dios, perdón, de Lenin.


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