
Presentación
«Entre la premisa (estructura económica) y la consecuencia (constitución política) hay relaciones nada simples ni directas, y la historia de un pueblo no se documenta solo con los hechos económicos. Los nudos causales son complejos y enredados, ya que para desatarlos hace falta el estudio profundo y amplio de todas las actividades espirituales y prácticas, y ese estudio no es posible sino después de que los acontecimientos se hayan sedimentado en una continuidad, es decir, mucho tiempo después de que ocurran los hechos […] La historia no es un cálculo matemático […] La cantidad (estructura económica) se convierte en ella en cualidad porque se hace instrumento de acción en manos de los hombres.»1«Las clases dominantes no temen la historia –por el contrario, procuran producir y difundir el tipo de historia que les conviene, y que no suele ser la que se ocupa de la lucha por la libertad y la justicia– sino que, en todo caso, temen a los historiadores que no pueden utilizar.»2
El tándem PNV-PSOE, apoyado por otras fuerzas sociopolíticas, ha dado un paso más en la adecuación de sus respectivos nacionalismos a las exigencias del capital transnacional en este período. Se trata, como veremos, de intensificar la manipulación ideológica en el frente educativo y proclamar «el fin de la historia» al estilo de Fukuyama en 1992, es decir, declarar definitivamente superadas las terribles consecuencias de la explotación salvaje impuesta desde 1936 y luego maquillada por ese imposible metafísico que es la «monarquía democrática».
La «batalla por el relato», la palabrería sobre la «paz», el «perdón»… son nubes que ocultan la dureza de las exigencias imperialistas para realizar «procesos de negociación». Una de las exigencias es negar la historia crítica e imponer solo la oficial como se comprueba en el rechazo sistemático a una Ley de la Memoria que haga justicia popular.
Los respectivos nacionalismos burgueses del tándem PNV-PSOE son incompatibles con la investigación crítica de la historia, que contradice frontalmente los intereses del capital. La lógica de la acumulación ampliada es una necesidad irracionalmente objetiva, que lleva en su interior la pulsión subjetiva de negar la historia desde el momento en el que esta demuestra que la acumulación irracional es frenada y amenazada por la consciencia humana.
Desde finales del siglo XX la historia crítica es aún más inaceptable por la burguesía porque necesita imponer una única creencia: que la lucha de clases y de liberación nacional ha terminado para siempre, que a lo sumo que pueden hacer los «pueblos militantes»3 es aceptar resignadamente los acuerdos de paz y desarme dirigidos por el imperialismo. J. Petras tras estudiar los casos de Irán, Libia, Colombia, Corea del Norte, Palestina, Siria e Irak, ha sintetizado así: «En todos los casos, el principio sigue siendo el mismo. No hay un ejemplo histórico de un poder imperial que renuncie a sus intereses en cumplimiento de un acuerdo escrito. Solo cumple con los acuerdos cuando no tiene otras opciones»4.
La historia escrita por el imperialismo falseará o justificará en su momento por qué se engañó a los pueblos que creyeron en sus promesas de paz, y dependiendo de la época y del modo de producción, muy probablemente, la historia escrita por la clase dominante del pueblo oprimido justificará su colaboracionismo y echará las culpas a las clases trabajadoras que han resistido. Aunque esta lucha del poder contra la historia se intensifique en situaciones como las vistas, en momentos de «negociación», en realidad es una confrontación permanente en las que la clase propietaria del Estado tiene todas las ventajas, como veremos en un breve capitulo posterior.
Advertido esto y al margen de otras consideraciones, es conveniente leer la crítica que V. Navarro hace al montaje de la obra de teatro In Memoriam: La Quinta del Biberón que se está escenificando en Catalunya: «El humanismo pacifista es también una posición política muy rentable de sostener en la España de hoy, en la que se vende el mensaje de que todos eran culpables»5.
No todos fueron culpables: la responsabilidad única recae sobre los invasores franquistas. A la vez, debemos estudiar las presiones del nacionalismo republicano español contra el nacionalismo catalán durante aquellos críticos años: S. Spender describió la guerra bélica y cultural antifascista en su viaje por Europa en 1937 detallando el impacto que le causó el rechazo españolista republicano a la identidad cultural catalana, la masacre de militantes del POUM por los estalinistas y las amenazas veladas de Rafael Alberti a intelectuales catalanes por su «poca cooperación» en defensa de la República6.
La equivalencia entre invasor fascista español e invadido comunista catalán, puede ser ahora defendida de forma abstracta por una cultura reformista que acepta el orden establecido y silencia a la vez la lucha de clases dentro de la nación atacada porque un amplio sector de su burguesía apoyaba al invasor. Pero en el presente contexto de crisis estatal, eso es inaceptable en su forma concreta: la única culpabilidad es la de las naciones trabajadoras resistentes.
Ahora mismo, el Estado y su sucursal en Vascongadas, el gobiernillo autonómico, han extendido e intensificado la permanente estrategia para acabar con la historia popular e imponer la suya, con diferencias de matiz desde luego porque una es autonomista y la otra españolista, pero unidas en la defensa de la civilización del capital. La estrategia sistemática se desarrolla, por ahora, en tres frentes que si bien ya se abrieron antes, ahora están más coordinados.
Uno, el específico para el tercio vascongado de Euskal Herria pero que también infectará a la juventud de Nafarroa: el plan Herenegun7, un plan «pedagógico» que busca «educar en la paz» e introducir el «terrorismo de ETA en la asignatura de Historia»8. Dos, el general impuesto para todo el Estado, que se basa en la misma «pedagogía» autoritaria de Herenegun: «Crearemos una asignatura de valores cívicos y no será optativa»9. Y tres, también a escala estatal, prometer que se va a impulsar la apertura de todas las fosas con decenas de miles de cuerpos porque así las «heridas de España se cerrarán para siempre»10.
Las tres tácticas tienen varias cosas en común: una, negar u olvidar las contradicciones antagónicas del capitalismo que son las que generan violencias enfrentadas; dos, negar el papel del Estado y sus excrecencias fascistas activadas o suavizadas según las coyunturas; tres, negar las responsabilidades de las burguesías y de los reformismos, cargándola sobre la izquierda revolucionaria; tres, impedir que se establezca una Ley de Memoria que castigue las atrocidades capitalistas; y cuatro, imponer la tesis de que se ha cerrado una fase histórica y ha empezado otra: la de la paz, la democracia, la concordia… en la que no tiene sentido protesta alguna. En su versión estatal y vascongada las tres tácticas tienen bastante similitud con el famoso «patriotismo constructivo»11 de los fugaces años de euforia interclasista anteriores a la crisis de 2007, que precipitó la erupción autoritaria y neonazi que recubre con cenizas aquella demagogia pero también los derechos sociales.
En Euskal Herria, como en todas partes, semejante estrategia exige acabar con la memoria popular, con la riqueza teórica desarrollada por la lucha de liberación y con su ética de la resistencia: toda la historia en cuanto tal ha se ser desnaturalizada y vaciada de contenido crítico. En otros textos hemos dado cuenta de todo ello, en especial del montaje de la Capitalidad Cultural europea en Donostia durante 2016. Durante el transcurso de 2017 hemos tenido varios ejemplos más de tergiversación de la historia como es la insoportable película Gernika de Koldo Serra.
La llamada «batalla por el relato» y las discusiones sobre las «memorias», temas a los que volveremos, son parte de la auténtica guerra cultural que a su vez está inserta en la contrainsurgencia12. La memoria popular, contradictoria en su misma riqueza, es un objetivo especialmente atacado por el imperialismo13. Acosta Matos ha sintetizado en cinco pasos el método de la guerra cultural imperialista: uno, elaborar mitos fundacionales que legitimen el poder establecido; dos, destruir los mitos fundacionales del pueblo atacado; tres, crear una historia oficial del poder contraria a la historia popular; cuatro, crear metáforas que hagan ambigua e incompresible la memoria y la historia popular, pero que respeten las del poder; y cinco, destruir la identidad del pueblo explotado y quebrar su autoorganización14.
La imprescindible investigación de Acosta Matos no duda en emplear la expresión «mitos fundacionales» porque aunque su estudio comienza significativamente con la falange española de la década de 1930, por eso mismo recurre a los «mitos fundacionales»: no solo nos remiten al fascismo falangista sino también que el uso de este concepto nos explica cómo el fascismo (re)construye mitos justificadores del imperialismo español desde el exterminio de Al-Ándalus y los emplea en el presente.
Como hemos argumentado en otros textos, el mecanicismo antidialéctico castró la capacidad de casi todos los marxistas para descubrir qué era el fascismo y sobre todo la importancia de los «mitos fundacionales» como campo de batalla. Daniel Guerin analizó las «carencias del socialismo» no solo en la batalla por los mitos, sino profundizando en la importancia de la mística revolucionaria como una de las más efectivas armas contra la mística fascista15.
La «batalla por el relato», por las «memorias», etc., es surcada por el papel de los mitos y de las místicas en el sentido materialista, condicionando desde dentro cualquier interpretación de la historia como una linealidad mecánica, matemática al decir de Gramsci que avisa que la «economía» no lo explica todo, que los «nudos causales» son enredados y complejos, y que esas contradicciones explican que de lo cuantitativo, la «economía», surja lo cualitativo, la acción humana que dirige la economía.
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