Mujeres extraordinarias, mujeres obliteradas: las artistas republicanas


Por Rocío González Naranjo


Gracias a un progresivo interés por la falta de información de mujeres olvidadas de nuestras antologías: estudios universitarios, artículos de divulgación, documentales… comenzamos a conocer figuras tan importantes como Clara Campoamor, Victoria Kent, María Zambrano, Concha Méndez, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Carmen Laforet, María Martínez Sierra, María Teresa León, Isabel Oyarzábal de Palencia, Elena Fortún, Luisa Carnés, Carlota O’Neill… Mujeres pioneras de nuestra Edad de Plata: políticas, científicas, artistas, escritoras, activistas feministas… Sin embargo, aún queda mucho camino por realizar ya que, a pesar de este interés incipiente que surge sobre todo, desde los ámbitos universitarios o feministas, estas personas son completamente desconocidas por [email protected] jóvenes, una decisión arbitraria que les invita a pensar la Historia solamente desde una mitad de la sociedad: la de los hombres.

La nómina realizada por diversos críticos literarios han obliterado completamente la presencia de mujeres en aquellas generaciones que estudiamos desde que tenemos acceso al curso de literatura española contemporánea. Ninguna mujer (o casi ninguna) se estudia como componente de las generaciones y, sin embargo, el panorama es bien distinto del que estos críticos han dejado constancia.

Los estudios de la literatura española contemporánea tienen la «mala» costumbre de diferenciar los autores por generaciones que se suceden vertiginosamente: de la pesimista generación del 98 pasamos a la constructiva generación del 14, para llegar finalmente a una explosión de vanguardias con la generación del 27, sin olvidarnos de la generación de los que sufrieron la guerra, la del 36. Este fenómeno de diferenciar los autores por generaciones es «marca España», ya que en ningún otro país se estudian los autores por generaciones, sino por movimientos. Muchos autores se quedan, de este modo, en los aledaños, e incluso fuera de las citadas generaciones, haciendo así de ellos/ ellas, solitarios e insólitos escritores que no son reconocidos por las antologías. Lo mismo sucede con los/ las artistas, políticos/ políticas, activistas…

Tània Balló ha comenzado un trabajo titanesco con el proyecto transmedia de Las Sinsombrero, cuya segunda parte pronto verá la luz. La productora considera que se trata de mujeres modernas, nacidas a finales del siglo XIX o principios del XX, con una cierta homogeneidad en sus respectivas artes, vidas, amistades, etc. Pero, ¿Y qué hacemos con las mujeres no nacidas en estas fechas? ¿No podemos ver la convivencia que hubo entre las «antiguas» y las «modernas»? ¿Y si dejamos de hablar de generaciones y comenzamos a hablar de «movimientos»? De este modo, [email protected] [email protected] autores marginados por las antologías cobrarían por fin vida, y si hablamos de las mujeres, entonces podríamos comenzar a hablar de una verdadera coeducación en la escuela.

En este artículo quiero demostrarles, con una serie de ejemplos, que mujeres de distintas edades y que por afinidad con hermanos o esposos, se les ha intentado situar en una generación, cuando lo que deberíamos hacer es aglutinarlas a todas en un mismo movimiento: el de las mujeres republicanas, porque todas, de algún modo, adherieron a las ideas republicanas. Pero antes, les voy a dar mi propia nómina. No se trata de una nómina arbitraria realizada justo para introducir mujeres en las antologías. Esta nómina ha costado años de trabajo y de reflexión para la proposición de este movimiento. Ya les he mostrado al principio algunos ejemplos, aquí les dejo las que siguen ausentes:

María Goyri, Zenobia Camprubí, María de Maeztu, Halma Angélico, Matilde Huici, Mercedes Gaibrois, María Luz Morales, Maruja Mallo, Dolores Cebrián, Constancia de la Mora, Carmen Conde, Pura Maortúa, Carmen Baroja, María Martos, María Luisa Navarro de Luzuriaga, Matilde Ras, María Teresa Borragán, Pilar de Valderrama, Abedel (Eduarda Adelina Aparicio y Osorio), Mercedes Ballesteros, Sofía Blasco, Magda Donato (Carmen Nelken), Irene Falcón, Margarita de Fran (Margarita González Giraud), Consolación Gómez Martín, Concha Espina, Pilar Algora, Elena Arcediano, Adela Carbone, Carmen Díaz de Mendoza (Condesa de San Luis), María Luisa Madrona, Elena Minet, Alicia Davins, Angélica del Diablo (María Palomeras Mallofré), Julia Reyes, Conchita Ruiz, Pilar Contreras, Carolina Soto, María Luisa Algarra, Sofía Casanova, Pilar Contreras, Carolina Soto, Elena Macnee, Dolores Ramos de la Vega, Josefa Rosich, Aurora Sánchez, Sara Insúa, Micaela de Peñaranda, Matilde Ribot, Trudy Graa…

Hay muchas otras que no he insertado, pero que sigo trabajando para que aparezcan. Seguramente les suenen algunos nombres, como el de María de Maeztu, la directora de la Residencia de Señoritas, equivalente a la Residencia de Estudiantes, en la que muchas de estas mujeres compartieron trabajo, estudios y sensibilidades; Zenobia Camprubí les puede también recordar a la mujer de Juan Ramón Jiménez. Pero no sólo fue eso: bibliotecaria de la Residencia de Señoritas, co-fundadora del Lyceum Club, traductora de las obras del autor Rabindranah Tagore, e incansable republicana; Ya les hablé de Halma Angélico, de María Luz Morales, de Carmen Baroja, de Matilde Ras, de María Teresa León, Ernestina de Champourcin, Carlota O’Neill, María Luisa Algarra… Pero siempre individualmente. Ahora toca hablar de ellas como movimiento incipiente de pioneras en las letras, las artes, el feminismo, el asociacionismo y el activismo. Por ello, a partir de una serie de premisas, demostraré la necesidad de un cambio en las antologías escritas por hombres.

Para empezar, hay que pensar que estas mujeres tienen un carácter total de femme de lettres, como decía María Teresa León en su libro de memorias:

Me gusta cuando los franceses dicen: ‘femme de lettres’. Eso, mujer de letras, una junto a otra, no de palabras, letras sueltas como aquellas que nos servían en la sopa del Sagrado Corazón […]Nunca me he sentido más letrada, nunca he sentido más reverencia por el estado de mi inquietud, por esa comezón diaria en carne propia que me da el escribir.1

Es un sentimiento compartido por todas estas mujeres, que se atreven con todos los géneros. Tenemos el caso de María Teresa Borragán, que escribió, además de teatro, obras que se acercan a la prosa poética y ensayos regionalistas mexicanos ya en su exilio2. Luisa Carnés produjo, además de teatro, novelas y ensayos como la biografía de Rosalía de Castro, e incluso tuvo una pequeña incursión en la poesía, dedicándole a su hijo y a su madre los poemas3. Isabel Oyarzábal de Palencia es también autora de ensayos y novelas. Pero además fue traductora de ilustres autores, y desarrolló la biografía y autobiografía4.

En segundo lugar, son «mujeres de mundo», interesadas por otras culturas, realizando viajes educativos, culturales o simplemente para independizarse de la opresión de una familia patriarcal, como es el caso de Concha Méndez, la cual, a pesar del rechazo de su familia, se va a vivir a Londres en 1929 y se codea con los mejores ambientes culturales del momento, continuando el mismo año su periplo hacia Buenos Aires. Algunas fueron subvencionadas con becas o por el Estado español en estos viajes. Tal es el caso de María Teresa León que viajó, en 1932, por orden de la Junta para Ampliación de Estudios para conocer el teatro de post-vanguardia en países como Alemania o Rusia. María Martínez Sierra, a través de una beca conseguida por la Escuela Normal para estudiar en Bélgica en 1905, viajó, junto a Gregorio, por Francia, Inglaterra y Suiza.

En tercer lugar, todas estas mujeres sienten la necesidad de asociarse, de poder compartir un lugar de encuentro en el que poder expresar sus inquietudes y desarrollar sus vetas artísticas sin la mirada opresora de las instituciones del momento. De este modo, abundan las asociaciones femeninas, feministas, culturales, políticas… Según Amparo Hurtado:

La necesidad de asociarse se impuso a partir de la Primera Guerra Mundial […] Las primeras tentativas para obtener mejoras sociales en beneficio de la mujer habían formado la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (1918), presidida por María Espinosa, y la Unión de Mujeres Españolas (1918), dirigida por María Lejárraga; mientras que María de Maeztu […] formó la Federación Española de Mujeres Universitarias (1921), aunque sólo para licenciadas y doctoras. Máxima representatividad, en cambio, logró enseguida el Lyceum Club (1926), la primera asociación feminista del país. En poco tiempo se convirtió para la opinión publica en el símbolo de la emancipación de la mujer.5

En efecto, el asociacionismo dio alas a este movimiento de mujeres, a este «movimiento mujeril» como lo llamaron en la época la prensa más rancia y retrógrada. Así, podemos contar entre ellas a Halma Angélico, que fue la última presidenta del Lyceum Club (en 1935) y que antes se había encargado de la Sección de Literatura; María Martínez Sierra, que creó la Asociación Femenina de Educación Cívica; la pertenencia de Oryazábal a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, o el caso de María Teresa León, muy ligada a la Institución Libre de Enseñanza. Incluso las mujeres que no estaban asociadas, eran invitadas a estos círculos, como es el caso de Carlota O’Neill, que pudo presentarn en el Lyceum, a finales de 1935, su obra inédita Paraíso Perdido6.

Estas mujeres comparten no sólo espacios vitales, sino sensibilidades parecidas: todas quieren avances para las mujeres en una sociedad patriarcal, y lo primero que van a solicitar es una educación completa para la mujer española. Este feminismo, muy a la española, fue el que se impuso en aquellos primeros años de la década de los años veinte, dando paso después a demandas más politizadas como el sufragio femenino. Y todo ello se fraguó en estos espacios, sobre todo en el Lyceum Club. Del mismo modo, muestran un compromiso por la República: algunas de un modo más tímido, pero otras integrando las filas de los partidos antimonárquicos. Especial es el caso de María Teresa León o de María Lejárraga.

En cuarto lugar, estas mujeres participan en proyectos culturales importantes, demostrando que forman parte de la vida artística y social del país. María Teresa Borragán por ejemplo, crea, en el Teatro Martín, la Campaña de Arte de 1924 a 1925. Aunque sólo se mantuvo durante una temporada, las obras representadas pretendían romper con el teatro comercial y decadente que había en Madrid en ese momento. Pilar de Valderrama creó en su casa el teatro íntimo Fantasio, un cenáculo teatral muy parecido al Mirlo Blanco de los Baroja, o al Club Anfístora fundado por otra mujer, Pura Maortúa de Ucelay junto con Federico García Lorca, en el seno de La Cívica. Otra de nuestras autoras en crear proyectos teatrales, pero de diferente índole que las anteriores, fue María Teresa León, con Nueva Escena, Teatro de arte y propaganda y las Guerrillas del Teatro, donde no dudó en ir al frente para representar obras de urgencia a los milicianos republicanos. Luisa Carnés, ya en el exilio, creó la revista Mujeres Españolas; Carlota O’Neill fundó Nosotras, una revista que sin duda, mezclaba el feminismo con la lucha obrera; Y el caso de Concha Méndez es de especial interés para la creación de la denominada generación del 27, ya que gracias a su labor como editora, junto a su marido, el poeta Manuel Altolaguirre, se pudieron publicar textos de todos los autores en sus diferentes revistas, una de las más importantes sin duda es Caballo verde para la poesía.

En quinto lugar, estas mujeres participaron en la prensa como editoras, articulistas, críticas, redactoras… En la prensa más importante de la época. El Heraldo de Madrid pero también en revistas especializadas como es Mundo Femenino, órgano de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas. En general, se ve una tendencia a escribir más en el exilio, en medios relacionados con los exiliados republicanos y con las mujeres. Algunas de ellas eligieron pseudónimos para escribir en la prensa, como es el caso de Luisa Carnés, conocida como Clarita Montes o Natalia Valle, o Isabel Oyarzábal de Palencia que a veces escribía con el pseudónimo de Beatriz Galindo.

En cuanto a la temática, las autoras pasan del realismo al modernismo, la vanguardia, el drama rural, el teatro proletario… diferentes estilos pero con un objetivo común: mostrar los cambios que se están produciendo en la sociedad en cuanto a la política y a las mujeres. La diversidad de temáticas y de formas de dramaturgias hacen que sean consideradas en grupos distintos: desde el modernismo de María Martínez Sierra, pasando por el teatro de agitación de Luisa Carnés y María Teresa León, siguiendo con los dramas rurales de María Teresa Borragán y Halma Angélico, o con el simbolismo del teatro infantil de Concha Méndez.

En conclusión, y resumiendo las seis características, hemos podido comprobar que todas estas mujeres, aunque de diferentes edades (« generaciones ») comparten sensibilidades, espacios vitales, actos culturales y sociales, ideas políticas… Mujeres que aún hoy en día no las encontramos en las antologías de nuestros institutos. La labor de los investigadores es fundamental, pero necesitamos una política educativa que rehabilite estas figuras para que las alumnas puedan verse representadas, por fin, en la historia de nuestra literatura.

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