La transición, el gobierno del cambio y otros seres mitológicos.
Arias Navarro anuncia la muerte de Franco.

En estos tiempos en que se publicita la libertad como una concesión en abstracto hacia los oprimidos por parte de los poderosos (menospreciando el concepto filosófico que se esconde tras el término), en que tenemos derecho a organizarnos en sindicatos sin que nos fusilen al alba (o eso dicen), en que supuestamente podemos expresar nuestras posturas sin miedo (pese a que la realidad indica que puedes acabar preso tan solo por opinar), etc, es muy fácil incurrir en el error de pensar que cualquier tiempo pasado no fue mejor.

Pero, ¿hemos superado acaso una de las épocas más negras de la historia de España?

En mi modesta opinión, no.

El fiel continuismo del franquismo apuntala con su discurso reaccionario la estrategia de perpetuar su modelo económico de gestión, así como su proyecto político reconvertido en una pseudodemocracia burguesa y antiobrera, amparado por el beneplácito de sus nuevos valedores, integrados en las élites de un proyecto supeditado a los intereses de las oligarquías financieras de la Unión Europea y a la OTAN, brazo armado del imperialismo estadounidense.

Las fuerzas de la “derecha estatal” continúan extendiendo por los diferentes territorios su ideología extremista, completando su rol dentro de la confrontación de clases y amparadas por una sospechosa inacción general al respecto.

Lo hacen a través de un discurso violento y supremacista en fondo pero cordial en forma, que goza de total impunidad, heredado directamente de un régimen dictatorial que no ha sido convenientemente depurado en las instituciones, y que perpetúa su estructura de poder mediante el uso indiscriminado de métodos coercitivos y represivos, contra toda aquella persona u organización que ose desafiar su carácter impositivo.

Continúa existiendo una corriente que sobrevivió a la muerte del dictador, dotada tras esta de mayor independencia, y que alcanzó el culmen de su historia post-franquista cuando consiguieron introducir como diputado a Blas Piñar, al frente de la coalición Unión Nacional (compuesta por Fuerza Nueva y FE de las Jons entre otras organizaciones), condenada a convertirse en un ente marginal.

Basan su argumentario en una prolongación de un pensamiento nacional-católico que caló demasiado hondo, tal fue el empeño de los aparatos ideológicos del estado y la interesada colaboración de la Iglesia Católica, siempre al servicio de las “labores civilizadoras del Reino”.

En nuestros pueblos, en cada barrio, implícito en el propio lenguaje de nuestros vecinos y vecinas, se advierten los posos de ese pasado que a través del miedo y la propaganda parece resucitar, y que trasciende de los nombres de las calles y los escudos de los edificios.

Esto no es casual ni inocente, es el resultado de la negación constante del carácter totalitario del régimen, por parte de los propios implicados reconvertidos hoy en poder a través de diferentes vías, y del modo que se ha modelado el discurso político para alejarlo de referencias agresivas y adaptarlo amablemente al contexto actual sin perder un ápice de contundencia (recordemos el teórico desplazamiento hacia posiciones más centristas encabezado por José María Aznar).

Los medios de comunicación más relevantes, una vez más, se convierten en pieza clave dentro de este complejo entramado orientado desde la corporatocracia para consumar su plan de desinformación. Hago alusión al título de aquella publicación llamada “La voz de su amo”, para describir el objeto final de tales maniobras mediáticas, que no responden sino a un esquema de promoción y lavado de imagen de la “marca España”, desgastada ya por la falta de credibilidad del proyecto.

No nos engañemos, el tránsito hacia lo que algunos denominan “democracia”, se ha producido en condiciones excluyentes, precipitado por el fallecimiento de Francisco Franco en la cama en vez de haber sido propiciado por una revolución popular, y siempre bajo la atenta tutela de la monarquía española y de su brazo ejecutor, el ejército, con una consigna en común como legado del generalísimo, que no es otra que preservar la “indivisible unidad del Reino”.

En palabras de José Antonio Primo de Rivera, “el fascismo no es una táctica, la violencia, sino un principio, la unidad”. Este discurso no hace sino evidenciar la utilización de la guerra y el imperialismo como herramientas para mantener el orden nacional, dentro de un estado caudillista y autoritario, si bien difiero con la adopción del término “fascista” (yo mismo suelo incurrir en un uso casual y equivocado de esa palabra), pues poco tiene que ver el franquismo en su profundidad con esta ideología pese a su animadversión conjunta por el comunismo, por lo que el general busco aliados en Hitler y Mussolini.

Obsérvese como al contrario que la ruptura frontal con la dictadura en Italia y Alemania incluso, donde algunos de los principales dirigentes y responsables de la barbarie nazi fueron ajusticiados o condenados a prisión (no todos fueron desactivados), en el estado español no hubo un solo juez del Tribunal de Orden Público de Franco, ni un político, ni un clérigo, ni nadie que fuera reprobado por su participación de la dictadura.

Ni lo habrá, debido en primer lugar a la ley de Amnistía de 1977.

Más bien al contrario, pues gran parte de ellos pasaron a ocupar posiciones relevantes en nuevas plataformas y a engrosar numéricamente la cantidad de cargos de Alianza Popular, rebautizado en 1989 como Partido Popular.

Por mucho que nos dejemos imbuir por el sentimentalismo, y algunos hagan de tripas corazón para defender la legalización del PCE de un Santiago Carrillo entre las cuerdas (colaborador necesario de la monarquía en última estancia), la Ley de Reforma Política o la redacción de la Constitución como algo positivo, es fácil sacar conclusiones que avalen la teoría de que institucionalmente seguimos infectados por el fiel continuismo franquista, máxime a tenor de las bochornosas proclamas y vítores que podemos escuchar en cualquier pleno municipal o de la financiación con fondos públicos que recibe la fundación que lleva su nombre y que en cualquier otro país estaría condenada e inactiva.

Pero observemos simplemente en un plano superficial, como la Jefatura de Estado pasa por herencia del caudillo y sin posibilidad de elección a Juan Carlos de Borbón, quien reafirmó en su puesto al Presidente del Gobierno del régimen franquista, Carlos Arias Navarro, posteriormente sustituido en nombre de la “democracia” por Adolfo Suarez. Observemos también como la Iglesia Católica sigue manteniendo su fuerte presencia en el ámbito social, y el Tribunal de Orden Público sigue en funciones rebautizado como Audiencia Nacional.

Como consecuencia de esta transacción que algunos coinciden en llamar equivocadamente “transición”, por citar algunos ejemplos más mediáticos, continuamos encontrándonos por un lado ante una exacerbada y sistemática oposición por parte de la derecha ultranacionalista a trabajar la política referente a los movimientos migratorios, que no son sino el producto directo o indirecto de sus injerencias en el exterior y que en el Estado Español ha alcanzado cotas numéricas muy elevadas. Parece ser que no hay espacio en la memoria de determinados “patriotas”, para recordar los cientos de miles de desaparecidos y el exilio forzoso al que gran cantidad de familias de su país fueron relegadas, obligadas a emigrar por Europa y Latinoamérica mayoritariamente, si bien nuestra posición siempre debe ser en lucha porque no se vean obligados a desplazarse y abandonar su hogar, generalmente de manera irremediable derivado de las políticas intervencionistas de las principales naciones imperialistas.

Pretendemos camuflar de populismo la mala praxis en las fórmulas utilizadas para con este tema, y eludir así nuestras reponsabilidades, dirigiendo el dedo acusador hacia otro lado, y culpabilizando a las inocentes víctimas de esta crisis económica derivada de la recesión que las propias potencias han generado. A costa de repetirlo cual mantra, desvían la atención de una población que no duda en asumirlo como necesario, y que encuentra en la derecha más reaccionaria una herramienta que les permite canalizar su descontento.

Proporcionalmente surge un repunte en el índice de delitos de odio contra las personas sin recursos y especialmente los denominados “sin techo”.

La crisis financiera y laboral que se produce tras el derrumbe de la burbuja inmobiliaria, provoca un distanciamiento aun mayor entre ricos y pobres, lo que genera un caldo de cultivo idóneo para la germinación de estos postulados tremendamente conservacionistas.

A su vez entra en juego el miedo como arma arrojadiza. El miedo y la sumisión de una gente capaz de legitimar cualquier aberración, engañados por una falsa sensación de proteccionismo maternal al abrigo de sus explotadores.

Para mantener ese sentimiento, el estado nos presenta de manera premeditada y metódica, una serie de enemigos (en muchas ocasiones ficticios) de la patria que alentados por el precepto de disolver el reino, podrían llegar a atentar supuestamente contra nuestra integridad física y moral. Suele recurrir a montajes para imputarlos, y envolverlos en un halo de carácter extraordinario, magnificando su peligrosidad real a efecto de conseguir un mayor respaldo social de cara a combatirlos, por lo que no es de extrañar la abusiva utilización del término “terrorista” en la actualidad.

Justifican así de antemano cualquier intervención desproporcionada, que de otro modo no tendría sentido a ojos del inconsciente público, que observa impávido desde sus casas una sucesión de acontecimientos cada vez más dramáticos.

Para hacernos una ligera idea de cómo la sociedad burguesa concibe este fenómeno, podemos echar la vista atrás y explorar cualquiera de los miles de ejemplos que se han producido hasta hoy en sentido inverso, cuando han sido los estrechos colaboradores ideológicos del sistema quienes han sido participes de algún delito. Así notaremos la diferenciación en el trato de los hechos, por parte del aparato judicial y de la prensa, según quien sea la víctima y quien el verdugo.

Por citar alguno de los que tuvieron más repercusión, se me viene a la cabeza el caso reciente de aquella chica de Murcia de ideología neonazi, que se vanagloriaba entre otras lindezas de organizar periodicamente batidas para practicar agresiones de tintes homófobos y xenófobos. Por estos motivos, fue atacada por un grupo de damnificados. Radio, prensa y televisión consiguieron disfrazar de angelito a esta criminal, y de paso suscitar un debate sobre la poca ética de quienes la agredieron.

O el de los descerebrados valencianos que hacían apología del nazismo abiertamente, a quienes incautaron un arsenal de armas, con las que además comerciaban ilegalmente. La justicia los absolvió.

Como también absolvió a los miembros del frente atlético que asesinaron a Francisco Javier Romero Taboada “Jimmy”, el joven hincha del Deportivo de la Coruña al que arrojaron desde un puente al río Manzanares.

Falta combatividad. La desmovilización progresiva que ha padecido la calle a favor del electoralismo, y que repasaba más detalladamente en uno de mis artículos anteriores, facilita a estos grupúsculos la ocupación de un espacio anteriormente conquistado por un ente más plural.

Un espacio que conserva su simbología franquista, pese a la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica, pues hay lugares donde abolir esta alargada sombra y tratar de cerrar heridas no entra dentro de sus posibilidades.

Poner de manifiesto el legado asesino y golpista del régimen, contribuiría en cierta forma a restituir la verdad histórica y devolverla a su sitio, aunque siempre habrá quien no lo tolere.

Podemos decir a modo de conclusión que el franquismo y otros movimientos de ultraderecha se han reciclado para sobrevivir al paso del tiempo, y que se antoja necesario librar una ardua batalla física y educacional para exterminarlos.

Solo cuando la solidaridad internacionalista obrera se imponga, logremos cambiar los valores imperantes, golpear los mecanismos de control social, restablecer el respeto hacia las distintas realidades históricas y culturales sin prejuicios, devolvamos la capacidad de decisión al pueblo y lo dotemos de soberanía, y cuando enterremos definitivamente a nuestros muertos, solo entonces podremos hablar de derrota de la clase dominante.

Desgraciadamente, la progresiva pérdida de identidad de clase y de contacto con nuestro pasado, así como la represión policial, las nuevas políticas, la falta de autocrítica del izquierdismo infantil y la desafección social, vacían las grandes alamedas facilitando el avance de estas corrientes ideológicas de carácter fascista.

El fenómeno de desmovilización que se está produciendo en estos momentos en el país, comienza a alcanzar cotas preocupantes a pesar de honrosas excepciones, coincidiendo además con este periodo que decimos donde el auge de las corrientes de derechas en el marco estatal, sostiene con firmeza la impunidad del fiel continuismo franquista en las instituciones, ante la pasividad cómplice de todos aquellos que acatan su condición de meros espectadores.

Y lo aceptan, asumiendo la imposición de caminar hacia la alienación individual y colectiva por decreto, siendo protagonistas de un proceso circunstancial de pérdida de la conciencia obrera y memoria histórica, así como de la progresiva instauración del desarraigo hacia la realidad actual y el diseño y construcción de un proyecto venidero, que ofrezca unas garantías mínimas de poder desarrollarse con eficiencia hacia la dictadura revolucionaria del proletariado.

La identidad en lo individual ha de ser vista como un ente indisoluble de la esencia de la persona y seña de independencia, lo que no impide la creación de un tejido solidario en común que se extienda en colectivo a través de nuestros hermanos proletarios, pese a la constante de presentarla como un concepto sectario. La enajenación como intento de privación de nuestra identidad de clase, representa por tanto el germen de la domesticación de la propia conciencia.

El imperio ha cimentado la estructura de su sistema, sobre una base de propaganda moralista que condena todo aquello que escapa a su control, haciendo participes de este modo a gran parte de la población que, ajenos al problema, contribuyen “heroicamente” a la persecución de todas nuestras conquistas anteriores.

La creación de nuevos paquetes legislativos de excepción con la represión como telón de fondo y el endurecimiento de las penas, es otra de las herramientas más utilizadas por el poder para disuadir cualquier atisbo de “emponderamiento” popular, convirtiendo al obrero y al ciudadano de a pie en el objeto cotidiano de las iras de las fuerzas de seguridad, y contribuyendo a contrarrestar el impulso de las masas que parecía rebrotar significativamente entre los años 2009 y 2014. Obsérvese a modo de ejemplo, que Cantabria es la autonomía donde más sanciones se han tramitado desde la entrada en vigor de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana.

Las “nuevas políticas”, presentadas como supuestas alternativas al discurso caduco e improductivo que imperaba hasta entonces, son utilizadas por las élites a modo de “Caballo de Troya” con el que renovar su imagen sin afectar lo más mínimo a su hegemonía jerárquica.

Con ayuda de los medios, han conseguido disuadir a la población más activa del ejercicio de sus derechos, encomendándolos a delegar sus responsabilidades a terceros a través de las urnas, y disfrazando la democracia bajo la apariencia de algún sujeto mesiánico cuya retórica introduzcan calculadamente entre la sociedad, a fin de preservar el “estado de las cosas”.

Esto supone uno de los potenciales errores que surgen en la praxis, al anteponer la batalla electoralista en las instituciones a la lucha en la calle, descuidando el contacto directo con la realidad de nuestros convecinos.

Como decía el escritor Rubén Ribero en su obra Insurrecto, “creer que el pueblo ha conseguido sus derechos gracias a los políticos, es como creer que la gente dispone de agua gracias a los grifos”.

La teoría que nos dictan y pretenden creamos indica que nosotros gobernamos, y quienes dicen representarnos tan solo deben actuar como altavoz de nuestros deseos para que una red de organismos asépticos e imparciales los ejecute.

Desafortunadamente, parecemos haber olvidado en quien debe recaer la toma de decisiones que nos afecten directa e indirectamente, y hemos cedido terreno en las conquistas logradas con anterioridad, en vez de aumentar la intensidad en la reivindicación de nuestros derechos como se intuía pertinente.

La indignación y la rabia canalizada de manera organizada multitudinariamente en las vías públicas desde lo común, han dado paso a una amalgama de causas aisladas, condenadas a quedar reducidas a una batukada y un par de textos mensuales en Internet, a la espera de ser leidos por alguna entidad con suficiente autoridad e interés para cambiar el curso de los acontecimientos.

Mientras tanto los autodenominados “adalides de la moderación”, fomentan en un parlamento cada vez más desacreditado la extinción del pensamiento libre y la conciencia de clase, dejando pasar de refilón aquellos temas prioritarios pero más controvertidos, que puedan repercutirlos disminuyendo el número de fieles o medios en las siguientes elecciones, y condenando por ende tales conductas. No son sino nuevos políticos, enquistados en los viejos hábitos del rédito parlamentario.

El tiempo se escapa tratando de jugar una partida amañada de antemano, con las reglas de un régimen difícilmente mutable desde dentro, poseedor de una coraza (metafórica) que le permite pertrecharse contra las agresiones externas, cuya constancia se ve mermada ante la falta de éxito en la consecución de objetivos, lo que provoca la irremediable inhibición del individuo.

La clase dominante ha sabido utilizar sus cartas para transformar el descontento generalizado de los explotados en una insondable sensación de miedo y sumisión, imponiendo sus tendencias conservadoras ante una “izquierda” socialdemócrata fragmentada que parece vivir de rentas, incapaces de articular una respuesta digna para combatir la resignación, y sin musculo para aglutinar un amplio espectro de posturas que conduzcan hacia la unidad popular.

La brutalidad de la crisis económica sin embargo, sigue recayendo por igual sobre amplios sectores civiles, con dificultad o imposibilidad para acceder a los recursos básicos necesarios, monopolizados por auténticos mafiosos, que viven cómodos en un clima de lo que algunos coincidieron en denominar “desafección social”.

Dicha desafección, entendida como una sensación subjetiva de falta de confianza en los agentes políticos, y de deterioro en las relaciones entre la clase trabajadora y sus representantes, nos sirve para argumentar el abandono de nuestro lugar en la historia.

Palabras como asamblearismo, transparencia, horizontalidad, respeto, se desvirtúan y sirven para confundir a las diferentes sensibilidades necesitadas de su ración de demagogia, que oculta la falta de coraje de ambas partes.

Ahora curiosamente, los mismos que vaciaron desde sus poltronas las grandes alamedas por donde paseaban hombres y mujeres libres, los mismos que pusieron freno a la revolución amparados por la consigna de asaltar las instituciones para conseguir el ¿cambio?, nos alientan al activismo desorganizado, sectario e improvisado como medida urgente para recuperar su credibilidad.
Pero…Quizás ya sea demasiado tarde para volver a ver las calles ardiendo otra vez… ¿o no?

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