Canarias: Los campos de la muerte (I): El campo de concentración de La Isleta.
Castelao, “Castigo menor”, grabado perteneciente a la serie “Atila en Galicia”. Fuente: Tripod
Canarias, julio de 1936. El golpe militar de Franco ha cambiado
radicalmente la vida de las islas. El terror y el pánico se han sembrado
entre la población. Los campos de concentración se van llenando de
presos políticos a medida que pasan los días de ese fatídico verano.
Los prisioneros son cada vez más maltratados a medida que las
noticias llegadas desde la Península confirman que los rebeldes
fascistas se han hecho fuertes en muchas zonas. Los falangistas
canarios se envalentonan a medida que Queipo de Llano en Sevilla y Mola
en Navarra comienzan a cometer asesinatos en masa, sembrando el terror
entre el pueblo. Esto les anima a perpetrar sus matanzas.
En las semanas posteriores a la sublevación militar del 18 de julio
de 1936, cientos de detenidos políticos van abarrotando las distintas
prisiones, que se ven insuficientes para albergar a tanta cantidad de
reclusos.
Guardias civiles y fascistas en La Hermigua, en la Isla de La Gomera. Fuente: Facebook
Se tienen que improvisar otros lugares de internamiento masivo: el
Campo de Concentración de La Isleta en Las Palmas de Gran Canaria y
luego el de Gando, al sur de la isla, y el de Fyffes en Santa Cruz de
Tenerife. Por ellos pasarán miles de canarios entre 1936 y 1945.
El campo de La Isleta estaba ubicado en los terrenos militares de la
península del mismo nombre. Situado en un lugar elevado, estaba limitado
por una triple hilera de alambradas de púas, sostenida cada pocos
metros por gruesos postes de madera y sujetada con grapas.
En el interior se levantaron casetas de campaña de lona, capaces para
12 o 14 personas y en donde llegaron a estar 50 presos. Tenían forma de
un cono, sostenido por un fuerte palo central y sogas exteriores atadas
a gruesas piedras que daban tirantez a la estructura.
Fotografía tomada en Tenerife a principios de julio de 1936, de una
comida celebrada por los jefes y oficiales de las Guarniciones de
Canarias, bajo la presidencia del comandante general de Canarias,
general Francisco Franco, en la que se ultimaron algunos detalles
relacionados con el alzamiento. Fuente: LaProvincia.es”
Fuera del recinto estaban las tiendas de los jefes del campo y las
del cuerpo de guardia, así como también los almacenes para la comida y
la cocina de campaña. La estrecha vigilancia hacía imposible la fuga y
estaba a cargo de numerosos soldados de reemplazo que se apostaban cada
cinco metros a lo largo de todo el perímetro del campo; junto a ellos se
situaban falangistas que vigilaban, al mismo tiempo, a soldados y a
presos. En cada uno de los vértices del campo, una garita con
ametralladora.
Los cabos de vara, presos que se encargaban del cumplimiento de las
estrictas normas, estaban dispuestos a apalear a los otros detenidos a
cambio de librarse ellos de los palos, tener doble ración de rancho,
poder fumar tabaco y tomar café y coñac.
Presos republicanos con sus guardianes, en alguna prisión de las islas Canarias.
Fuente: Todos los Rostros
La Isleta se hizo tristemente célebre por la brutalidad que se
empleaba contra los presos, pues era más un auténtico campo de castigo
que de concentración. También hacía las veces de campo de trabajo, pues
en ese tiempo se construyeron varias pistas: una que conducía al Faro y
otra a una batería de costa, aunque muchas de las tareas impuestas sólo
eran un medio de agotar a los prisioneros puesto que no tenían ninguna
explicación lógica.
Las sacas y los “paseos” eran frecuentes. Los testimonios cuentan que
un coche llegaba por la tarde con una lista de presos y se los llevaban
para el interrogatorio nocturno. No regresaban. En las playas aparecían
días después hombres ahogados, con los brazos atados con alambre.
El 6 de agosto de 1936 fueron fusilados en el campo de tiro de La
Isleta Eduardo Suárez, comunista, diputado del Frente Popular, y
Fernando Egea, socialista, delegado del Gobierno de la República, que
habían sido condenados en un Consejo de Guerra sumarísimo.
A las seis de la mañana de ese día los presos del campo oyeron las
descargas que acababan con las vidas de estos dos políticos de
izquierda. Una gran indignación recorrió los barracones de los presos, y
muchos de ellos fueron apaleados por protestar por los fusilamientos.
Eduardo Suárez Morales y Fernando Egea Ramírez, asesinados el 6 de agosto de 1936 por tropas fascistas. Fuente: P.R.C.C.
Desde la misma llegada, y después de hacerles una ficha y otorgarles
el número correspondiente, los presos empezaban a recibir garrotazos por
parte de los suboficiales de la oficina. Luego los cabos de vara,
mientras atravesaban un estrecho pasillo de alambradas, les propinaban
palos en la cabeza, cara y espalda.
Durante el trabajo, los palos y agresiones estaban a la orden del
día, por infracción de alguna de las normas: por caérseles el café, por
falta de marcialidad a la hora de desfilar o carencia de entusiasmo en
proferir los gritos de rigor, por quedarse dormidos, por comentar temas
prohibidos con algún compañero…
Los castigos se procuraban hacer a la vista de todos para dar
escarmiento y consistían en apaleamientos delante de la misma formación
de reclusos, o se les iba a buscar a su chabola de noche, se les sacaba
al exterior del campo y, detrás del cuerpo de guardia, les propinaban
una brutal paliza esposados.
En otras ocasiones les obligaban a correr con un saco de arena a la
espalda, descalzos sobre el picón o el jable, hasta que sus pies
ensangrentados ya no daban más de sí.
Muchos de los presos de La Isleta tuvieron que pasar también por interrogatorios a cargo de los temibles policías de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de Las Palmas. Muchos eran sacados del campo y remitidos a la propia comisaría para regresar después de unos días de tratamiento especial.
Algunos no regresaron al campo por lo que es probable que murieran en pleno interrogatorio. Es el caso conocido del presidente de la Federación Obrera de Las Palmas, Agustín Cabrera, que salió del campo el 27 de enero de 1937 y se sabe, por testimonios directos, que fue ahorcado en la misma comisaría en presencia de otros presos.
En el campo los prisioneros dormían hacinados en sus chabolas, hasta
tal punto que una variación de la postura para dormir conllevaba el
cambio automático de toda la hilera. Dentro, el olor era insoportable y
numerosos parásitos se enseñorearon de sus cuerpos, sufriendo plagas de
piojos y pulgas.
La alimentación era claramente insuficiente: café clarucho por la
mañana y unos cazos de rancho dos veces al día, un mejunje pardo a base
de fideos y papas, a veces con carne cocida en el mismo caldo o tocino.
Esto con una ración de gofio de millo para mezclarlo con el rancho.
El internamiento, el castigo, la reeducación y la reutilización de la
mano de obra de los prisioneros republicanos en la Guerra Civil fue tan
importante entonces como infravalorado ha sido después a la hora de
forjar una imagen pública de la dictadura de Franco.
En esta serie de artículos veremos los ejemplos de los campos de
concentración en Canarias y lo que significaron en la historia de la
violencia y de la represión franquista durante la guerra y la posguerra.
Hay que recordar que en las islas no hubo frente de guerra, ya que
quedaron en manos de Franco desde el 17 de julio de 1936, y que en esa
situación de dominio absoluto los falangistas y otros fascistas
cometieron en toda Canarias miles de asesinatos...
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