
Los límites de esta historia: Entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977, España fue formalmente una dictadura con todos los ingredientes que tiene un régimen de este tipo: violación sistemática de los derechos humanos, prohibición de reunión, asociación, expresión, huelga, policía política, tribunales especiales… corrupción institucionalizada. Ni si quiera las elecciones generales de 1977, democráticas pero con matices, acabaron con el régimen. Hasta 1979, por ejemplo, la libertad de expresión estuvo limitada. Fue sonado el caso del “Libro Rojo del Cole” (traducción de un libro danés). Por otro lado, hasta 1979, se mantuvieron los consistorios franquistas en ayuntamientos y diputaciones. Esto tuvo consecuencias especialmente en Navarra.
Hasta 1977, no fueron legalizados los
partidos políticos (hay alguna excepción, como la del PP, legalizado
como Alianza Popular en 1976 dentro de la “ley de asociaciones” de la
dictadura. No es de extrañar si tenemos en cuenta que el partido fue
fundado por seis ex ministros de Franco y el presidente de la Hermandad
de Combatientes de la Cruzada). El PCE fue legalizado el Sábado de
Gloria de aquel año, Pero, hasta ahí. Ninguno más a su izquierda. La
ikurriña fue ilegal hasta el Día de San Sebastián de este año. Hasta
1977, funcionaron tribunales de excepción, como el tristemente célebre
Tribunal de Orden Público (TOP) y la policía política, la Brigada
Política Social, implicada en violaciones sistemáticas de los derechos
humanos. Tan solo dos años antes, agentes de la BPS había torturado a
Tasio Erkizia, a la sazón un docente en Santutxu, introduciéndole una
barra por el año y le perforaron el esfínter. Entre los días 12 y 17 de
mayo, la represión de las fuerzas de la dictadura produjo siete muertos:
Rafael Gómez Jauregui, José Luis Cano, Clemente del Caño, Luis
Santamaría, Gregorio Marichalar y Francisco Javier Fernández. A este
último, con una dolencia de hígado, la policía le hizo beber alcohol y
aceite de ricino lo que aceleró la cirrosis de la que falleció. Ninguno
de ellos tiene consideración de “victimas del terrorismo”, claro.
En 15 de octubre de 1977 se produjo un
hecho curioso, solo justificable por el momento histórico pero de
difícil explicación hoy en día, la ley de amnistía. Por ella, se
amnistiaban “delitos” diversos cometidos por quienes había cumplido con
su deber como, por ejemplo, funcionarios de las instituciones
republicanas, militares y civiles. Se amnistiaban las diferentes formas
de resistencia a la dictadura. También la resistencia armada. Y por
supuesto, los delitos y faltas cometidos por autoridades, funcionarios y
agentes del orden de lo que, durante años, se llamó eufemísticamente
“régimen anterior”. A esto hay que sumar otras cuestiones como el hecho
de que Juan Carlos de Borbón fue, al menos entre el 21 de noviembre de
1975 y el 15 de junio de 1977, cabeza de un estado totalitario. Cuarenta
años después, si como se dice no se puede dejar sin efecto la ley de
amnistía, sí se pueden anular todas las sentencias dictadas por los “consejos sumarísimos de urgencia”
y los tribunales de excepción franquista. Esto es algo que las
instituciones y partidos democráticos, también Gogora, deberían llevar a
Estrasburgo.
A estas alturas de la historia, no
estaría de más recordar algunas cuestiones. Los franquistas ocuparon
ilegítimamente el poder y las instituciones: alcaldes, concejales,
gestores de las diputaciones, funcionarios fueron fusilados,
encarcelados, defenestrados… Muchos de estos, además, no ocuparon
únicamente puestos “administrativos”: formaron parte de los
consejos (locales, provinciales, etc.) del Movimiento Nacional y
participaron (como jefes locales de orden público) en la represión. Por
ejemplo, en vísperas del último estado de excepción franquista (1975) se
reunieron en Gernika los jefes locales y provinciales del Movimiento
para planificar la represión. La reunión estuvo presidida por el
subsecretario de Gobernación, Luis Peralta España, y no por el
ministro-secretario general del Movimiento, Fernando Herrero Tejedor. Lo
que siguió fue una orgía sangrienta que desembocó en los fusilamientos
del 27 de septiembre de 1975. Yo no dudo que haya habido gente que
viviese plácidamente mientras se producían este tipo de cosas, pero, no
hay nada en la actuación de un régimen dictatorial que justifique
reconocimiento u homenaje público por parte de las instituciones
democráticas. Nada. De la misma forma que el terrorismo de ETA desde
1978 sirve para blanquear un régimen oprobioso, con los mismos elementos
que ETA quería imponer a la ciudadanía. Estamos ante dos caras de la
misma moneda: el totalitarismo. Y, ni es aceptable lo hecho por ETA
entre 1977 y 2011; ni lo es lo realizado por los franquistas entre 1936 y
1977. Para entendernos (y simplificando mucho las cosas), entre 1936 y
1977 los “malos” era los franquistas que dejaron una herencia de muerte y
destrucción inigualable hasta ahora. La represión solo en Nafarroa
(donde ni hubo frente, ni movimientos revolucionarios) triplica el
número de víctimas mortales producidas por ETA en toda su historia. Yo
recomiendo vivamente la lectura de “Sin piedad”, de Fernando
Mikelarena sobre el holocausto navarro. Y, aquí, lógicamente, no se
suman las víctimas de Gipuzkoa, Araba y Bizkaia.
Las víctimas de franquismo, a pesar de
todos los esfuerzos, siguen esperando reparación. Y no solo los
asesinados (ejecutados “legal” o “alegalmente”). Todos los condenados
por rebelión militar, auxilio a la rebelión, bandidaje… esperan que sus
“juicios” se anulen y resplandezca la verdad, y que sus víctimas y sus
familias puedan (podamos) creer que se va en la buena dirección.
En los últimos tiempos, hemos asistido al
grotesco intento desde cierta derecha de, por un lado, hacer un
homenaje institucional a dos ex presidentes franquistas de la Diputación
(curiosamente, solo se homenajeaba a dos de ellos: Ybarra y Unceta) que
habían ocupado ilegítimamente el cargo entre los dos representantes
democráticos (y legítimos) de la institución: Rufino Laiseca Oronoz y
José María Makua Zarandona. Es cierto que los propuestos para el
homenaje son víctimas de ETA (ambos fueron asesinados en 1977), pero ni
siquiera esto no justifica una dictadura.
Y este tipo de cosas, a las ocurrencias
de esa “cierta derecha”, se sumaba un tal Fernández Barbadillo,
articulista de “Libertad Digital” que titulaba así su perorata: “¿Pedirá perdón el Gobierno Vasco por las matanzas de Bilbao?” Se refiere a la matanza de “230
presos indefensos ocurridas en Bilbao y que superan en mucho a los
muertos de Guernica, que una asociación local calcula en algo más de
150” (sic). Este individuo se olvida de varios datos (además de lo
de los 150 muertos de Gernika). Que el lehendakari Urkullu ha
reconocido públicamente y por escrito la “injusticia” que representó el
asesinato de 224 presos. Que el Gobierno de Aguirre inició un proceso
para depurar responsabilidades. Que los franquistas ejecutaron a todos
los funcionarios de prisiones estuvieron en el lugar, aunque no
participaran en los hechos (ni pudieron hacer nada por evitarlos): este
fue el caso de Marcelino Hernández, Clemente Inchaurbe, Enrique
Bermudez, Salvador Puig, Arsenio Agüero, Federico Yermo, Victor Bilbao,
Francisco Cuesta. Heraclio Sierra o Eugenio Alonso. Y no solo eso.
Asimismo, fueron fusilados dos presos Heraclio Sierra, requeté de
Barakaldo, y Daniel Garamendi por haber señalado a algunos de los presos
que fue asesinado por los asaltantes. Al capellán del “Cabo Quilates”,
Manuel Lladós, el “fiscal” militar franquista le pidió pena capital por
“convivir” con los milicianos franquistas. Lo tuvieron ocho años preso
(hasta 1944, falleció al mes siguiente de su liberación).
En resumen: sería importante delimitar el
periodo de dictadura y calificar, a la luz de la legislación
internacional para este tipo de regímenes, la responsabilidad de quienes
actuaron (en todos los niveles) en la misma. E, igualmente, habrá que
hacerle la misma justicia (y reconocimiento) que a todas las víctimas de
otras formas de terrorismo. Hoy parece claro que la dictadura de Franco
fue una forma de “terrorismo de estado”. No estaría de más repasar las
obras de Julián Casanova o Paul Preston o el recuento de las víctimas de
la represión en la zona nacional hechas por el juez Baltasar Garzón.
Hay que comenzar a poner límites a esta historia...
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