La sombra de la impunidad ¿Se alarga o se combate?
Fuente: La sombra de la impunidad ¿Se alarga o se combate?:

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Julia Monge Sarabia, Intxorta 1937 kultur elkartea * E.H

Se cerró 2016. Las agendas guardan notas, citas, fechas importantes que no queríamos olvidar. Para las personas y grupos memorialistas el año acaba con un balance apretado de homenajes, cursos, jornadas…, pero sobre todo de aniversarios, tristes aniversarios de la entrada de los fascistas en tantos y tantos pueblos. 80 aniversario de bombardeos, asesinatos, detenciones, violaciones… 2017 será intenso también.

Cuando se está en el torbellino, en la inmediatez, es difícil calibrar lo que se avanza. A veces medirlo es a posteriori. Mientras tanto, seguimos detrás de la pancarta, convocando concentraciones, haciendo comunicados, sacando adelante nuevos proyectos y perfilando nuevos retos. Cada cual se fija en un punto, se concentra en un objetivo y a la noche, siempre hay algo que gira, desaparece o se instala para volver al día siguiente como reflexión, pregunta o preocupación.

Comparto aquí una idea que ha atravesado en los últimos meses conversaciones y cambio de impresiones en diferentes foros, los victimarios.

El conjunto de principios para la protección y la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la impunidad, promulgado por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas el 8 de febrero de 2005, establece que:

“La impunidad constituye una infracción de las obligaciones que tienen los Estados de investigar las violaciones, adoptar medidas apropiadas respecto de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia, para que las personas sospechosas de responsabilidad penal sean procesadas, juzgadas y condenadas a penas apropiadas, de garantizar a las víctimas recursos eficaces y la reparación de los perjuicios sufridos de garantizar el derecho inalienable a conocer la verdad y de tomar todas las medidas necesarias para evitar la repetición de dichas violaciones”.

A las personas sospechosas de responsabilidad penal, a los autores de violaciones, se las define como victimarios. La mayoría de las veces utilizamos este término sin añadir nombre y apellidos, por desconocimiento o por otras razones, ¿qué pasa cuando tenemos datos suficientes de quiénes fueron?

El último comunicado de la Plataforma vasca para la querella contra los crímenes del franquismo se cierra con un comentario sobre la mención de ´Su majestad el rey de España ´: “Por mucho que el Borbón en su último discurso insista en que hay que olvidar y no abrir viejas heridas, el camino contra la impunidad que él y su Régimen pretenden mantener está marcado: exigir, aquí y ahora, toda la Verdad; y aplicar toda la Justicia a lo que fue el régimen criminal surgido de aquel golpe fascista de 1936”.

¿Qué implica exigir toda la verdad? La lista de hombres y mujeres que sufrieron algún tipo de vulneración ha ido engrosándose gracias al trabajo de cientos de personas memorialistas, historiadoras, familiares… son los nombres y apellidos de las víctimas. Son datos necesarios para completar esa Verdad que seguramente y por desgracia, no podrá ser toda. Bien, ¿y los victimarios? ¿los autores? ¿los responsables?

Tuvimos ocasión de escuchar, hace unos días, a Fernando Mikelarena en las Jornadas organizadas por Berria, hablando de su libro Sin Piedad. Limpieza política en Navarra, 1936. Responsables, colaboradores y ejecutores. Lo que él hace en este extenso trabajo no es un ejercicio habitual. ¿Por qué? Aquí viene la discrepancia, la contradicción, el meternos en un charco de barro en el cual, no todo el mundo quiere chapotear.

Y cuando digo todo el mundo no hablo del Borbón, que coherente con su privilegio, aboga por el olvido, ni tampoco me refiero al Gobierno que una y otra vez se ríe de las recomendaciones internacionales para que se investiguen los crímenes cometidos por la Dictadura franquista, cuando digo todo el mundo hablo de nuestro estrecho y pequeño mundo, de nuestras instituciones, de nuestros ayuntamientos, más, de nosotros y nosotras mismas.

Considero que tenemos que abrir un debate sobre esto. No es la primera vez que un político, alcalde, agente para la convivencia o (incluso) memorialista, aduce lo siguiente: que hoy en día no aporta nada la publicación de los nombres y apellidos de los victimarios, que la convivencia en un pueblo puede resentirse al saber quiénes fueron los autores de denuncias, robos, abusos, asesinatos…

Y aquí vienen las preguntas que apunto para la nueva agenda, esa que se ha empezado a llenar ya de actos, de nuevos aniversarios, de reivindicaciones, en muchos casos contra la impunidad, en un grito que en principio parece unánime dentro de un sector que aboga por la Ve

¿Nos tenemos que quedar con los nombres de las víctimas y tachar en nuestros propios libros el de los victimarios? ¿En nombre de qué?



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Claro que muchos de los victimarios están muertos, también las víctimas, razón por la cual esas personas sospechosas de responsabilidad penal no pueden ser ya procesadas pero ¿tienen nuestras instituciones la obligación (o por lo menos el compromiso) de garantizar el derecho inalienable a conocer la verdad? ¿cuántos lados de esa verdad? ¿se puede reparar mínimamente a las víctimas, aunque solo sea socialmente, admitiendo y socializando que quien abusó, violó y asesinó, no era un fantasma, sino que era una persona muy conocida en su pueblo? ¿podemos apuntar el nombre de un torturador solamente cuando queda lejos de nuestro círculo? Cuando se apela a que, sí lo hicieron, pero ahora ya no están y tienen hijos, nietas que pueden sentirse agraviadas ¿es esto una razón?

Nos contó una vez un periodista asturiano una historia de su abuelo, de la que se enteró siendo él mayor. Le apuntaba como victimario de un hecho tremendamente sanguinario en el que las víctimas eran tres hermanas. Lo contaba con pena, todavía con asombro, pero lo contaba. Y añadía que le había costado, que había hecho un enorme trabajo personal para no cargar con una mochila que no era suya, ¿es este el camino?