Alcubierre llegó al campo de Mauthausen en 1940, a los 14 años de edad y junto a su padre, en el conocido como “convoy de Angulema” o “convoy de los 927”, el único que llegó con familias enteras. Sería liberado por las tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Su padre fue asesinado por los nazis en marzo de 1941 en el subcampo de Gusen.
Junto con otros presos del campo y la ayuda de una mujer que vivía en un pueblo cercano, consiguieron sacar y ocultar una serie de fotografías realizadas por los nazis, que sirvieron para documentar las atrocidades del campo y fueron utilizadas en los juicios de Núremberg y Dachau. Tras ser liberado, se instaló en Angulema.
Durante los siguientes 70 años José Alcubierre obtuvo reconocimientos y reparaciones por parte de Alemania y el Estado francés. El pasado año, el gobierno galo le declaró Caballero de la Legión de Honor. Sin embargo, del Estado español solo recibió olvido, el mismo olvido que siguen sufriendo tantas víctimas del franquismo y el fascismo.
La última vez que Alcubierre estuvo en el Estado español fue en mayo del 2015, cuando acudió para protagonizar en Madrid junto al también deportado Siegfried Meir la presentación del libro ‘Los últimos españoles de Mauthausen’, del periodista y escritor Carlos Hernández.
José Alcubierre Pérez
Nació el 8 de mayo de 1926 en Barcelona.
Deportado a Mauthausen el 24 de agosto de 1940. Prisionero nº 4.100.
Falleció en Angulema el 5 de enero de 2017.
Su familia, originaria de Tardienta (Os Monegros), emigró a Barcelona. Su hermano, Miguel Alcubierre, fue destacado dirigente del PSUC y director general de Transportes de la Generalitat de Catalunya, motivo por el que huyeron a Francia ante el imparable avance franquista. Otro de sus hermanos murió en el frente de Aragón.
Fue deportado en el llamado “convoy de los 927”, que salió de Angulema hacia Mauthausen, repleto de familias españolas que se encontraban internadas en el campo francés de Les Alliers. Al llegar a la ciudad austriaca, hicieron bajar del tren a los hombres y a los muchachos mayores de 14 años. José los había cumplido solo tres meses antes. El tren fue enviado hacia la frontera española con los menores y sus madres, que vivieron la dura represión franquista, señalados como “rojos”.
José entró al campo con su padre, Miguel. A los más jóvenes se les asignó la tarea de mantener limpias las instalaciones. Los adultos, entre ellos Miguel, fueron destinados a trabajar a la terrible cantera. Para José era una tortura ver cada día como su padre regresaba, agotado y empapado por la lluvia; sufría por él, son sus peores recuerdos del campo. El 24 de enero de 1941, a Miguel le seleccionaron para trasladarle al letal subcampo de Gusen, donde pronto murió de una paliza junto a dos amigos aragoneses. La separación y la noticia de su muerte, que conoció tiempo después, fueron un duro golpe para José.
Ya sin su padre, fue destinado a la cercana localidad de Vocklabrück para formar parte del kommando César; un grupo de trabajo llamado así porque su kapo era un valenciano llamado César Orquín. Le asignaron un puesto en la cocina; recuerda que cuando iba al pueblo, escoltado, los niños le tiraban piedras. Coincidió con Fernando Pindado, que sería liberado por gestión directa del ministro español y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer. Por último, trabajó en el kommando Poschacher, un grupo formado por jóvenes españoles que fue destinado a explotar una cantera ubicada en el pueblo de Mauthausen.
Cada día, tras la jornada de trabajo, los chavales volvían a dormir al campo. Aprovechando esta circunstancia, José, junto con Jesús Grau y Jacinto Cortés, sacaron y ocultaron una serie de fotografías realizadas por los nazis, que sus compañeros Francesc Boix y Antonio García, destinados al laboratorio fotográfico, habían ido guardando pacientemente. En ellas se veían algunas de las atrocidades perpetrados por los SS.
Hacia el final de la guerra, los integrantes del kommando Poschacher disfrutaban de un régimen de semilibertad. José hizo amistad con la austriaca Anna Pointner, que vivía en las proximidades del pueblo. Le pidió su ayuda y ella aceptó, con el riesgo que suponía, esconder las fotografías en su casa. Este valioso material, tras la liberación, constituyó una importante prueba de los crímenes cometidos en el campo de concentración y fue utilizado en los juicios de Núremberg y Dachau.
A su regreso a Francia, José se estableció en Angulema, la ciudad en la que empezó su tragedia. Allí comenzó una nueva vida. Durante años no contó los detalles de su cautiverio a su familia: “Mis hijos no sabían cómo había muerto mi padre. Un día de peregrinaje a Mauthausen, un chico le contó a mi mujer la muerte tan violenta de mi padre. Mi mujer me preguntó por qué nunca lo había contado”, explicaba.
Alcubierre recordaba que al principio transportaban cadáveres de Gusen para quemarlos en Mauthausen. “No sé dónde quemaron a mi padre, por eso he puesto dos placas en su memoria, una en cada crematorio”. Volvió en varias ocasiones a Mauthausen, con motivo de los actos de conmemoración de la liberación. Allí se reencontró con otros camaradas deportados.
Hasta el día de su muerte, siguió aportando su valioso testimonio, dando charlas en institutos o ante periodistas. Su mujer, Janine, le animaba a hacerlo: “Es el deber de la memoria”, dice con determinación. José siempre llevaba una medalla colgada de su cuello: un triángulo en el que estaba grabado su número de prisionero 4.100 y el de su padre, 4.218.
Falleció el 5 de enero de 2017 a los 90 años de edad.
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