Los diarios españoles parecían ayer muy satisfechos porque el Tribunal Constitucional alemán ha emitido un auto de inadmisión a una petición de celebrar un Referéndum de Autodeterminación en Baviera. La decisión es sumarísima y daría pie a empezar un debate político más profundo de lo que pretende la prensa española.
Para empezar, una inadmisión no es una sentencia. Si la petición de ejercer el derecho a la autodeterminación hubiera llegado de parte del Parlamento bávaro o de partidos mayoritarios en aquel land, el TCA se habría visto en la obligación de emitir una decisión más razonada. No habría sido suficiente con este papelote que sólo menciona el Referéndum en las partes, casi de paso.
Yo diría que el TCA se cura en salud para protegerse ante el choque de culturas constitucionales que se está gestando en Europa y que, de hecho, ya ha provocado el Brexit y el enfrentamiento entre Catalunya y España. Es bastante curioso que de este auto sólo se haya hecho eco el Washington Post y, a través suyo, toda la prensa de Rajoy. Que yo sepa, hasta ayer ningú diario alemán o bávaro, había publicado el tema.
Seguramente el hecho de que la Constitución Alemana fuera impuesta por los americanos, igual que la japonesa o que la iraquí, es un tema que no apetece recordar, sobre todo porque entonces los bávaros ya insistieron en que los titulares de los poderes constituyentes tenían que ser los Länder. Teniendo en cuenta que el partido que ha hecho la petición no supera del 2.1 por ciento de los votos desde 1966, es posible que no haya planteado la cuestión de la forma adecuada, o que se haya dejado utilizar.
En Catalunya, ya sabemos cómo se puede intentar boicotear el ejercicio de autodeterminación por una mezcla se incompetencia, de hipocresía y de cinismo. Vistos los precedentes, tampoco puede coger por sorpresa que la noticia llegue una semana antes de que Bruselas acoja unas jornadas dedicadas a la legalidad de los referéndums unilaterales, protagonizadas por escoceses, flamencos, catalanes, irlandeses, vascos y griegos.
Como ya escribí hace unos meses, España es el único Estado que se ha beneficiado de las políticas de Hitler dos veces. Primero para imponer una dictadura militar de raíz castellana y después para continuar la tarea de borrar Catalunya de los mapas acusando de nazis, de racistas o de contrarios a la ley los catalanes más beligerantes con las políticas de asimilación.
No entraré a explicar hasta qué punto la guerra y la dictadura de Franco ayudaron a Hitler a encontrar las condiciones para organizar su cristo mundial. Es evidente que si la Segunda República y Catalunya no hubieran estado aniquiladas por el fascismo, los nazis se habrían encontrado en un contexto más adverso y combativo, y Baviera seguramente no se encontraría ahora atrapada en una Constitución militante, única en el mundo, diseñada como una prisión de libertades.
Las tragedias del siglo XX tienen importancia porque, como dice Bruce Ackermann, Europa está viviendo una crisis similar a la que provocó la caída de Weimar. España, Italia y Alemania podrían volver a constituir otro eje del mal capaz de frenar el progreso de la humanidad, disfrazando el autoritarismo de una cultura constitucional que a la larga sólo puede favorecer Estados multitudinarios y centralistas como Rusia o China.
Después de descolonizar el tercer mundo y la Europa oriental, curiosamente el avance de la democracia ha quedado atascado en la parte más occidental del continente, la que durante 500 años fue el centro del mundo. Como explico a Londres-París-Barcelona, cada vez será más evidente que el patriotismo constitucional de Habermas i d'Aznar es el último bostezo de un sistema de equilibrios que quedó herido de muerte con Hitler y sus amigos.
El futuro de la democracia pasa por descolonizar a las naciones que, como Catalunya, Flandes o Venecia, pagaron con su libertad la hegemonía del viejo orden europeo. Para que la Unión Europea funcione y tenga un peso en el mundo cada pueblo, por pequeño que sea, debe de poder tener la oportunidad de ser libre y tener voto en la ONU. Si no el mensaje que envías a la comunidad internacional es que los misiles siguen siendo más importantes que la cultura y el comercio, y que las diferencias entre China y los Estados Unidos en el fondo sólo son formales.
Ya decía Cicerón que la fuerza de Roma no estaba en sus legiones sino en las virtudes que encarnaban.
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