Cambios
Fuente: Cambios:

El paso del tiempo cambia a las personas. Evolucionan o caen en picado, pero cambian. Con la sociedad ocurre lo mismo, pues no deja de ser el conjunto de personas el que la forma; no obstante, la mutación de ésta se sustenta en otros factores que lo diferencian del individuo y por ello, a causa de esas diferencias, los caminos de ambos –individuo y sociedad– muchas veces divergen en distintas direcciones.

Remontémonos unos años atrás. Años ochenta, plena movida; después de cuarenta años de dictadura la población española se sentía por fin liberada de una censura que impedía expresarse sin ataduras. Fueron tiempos de grandes movimientos culturales, intelectuales y sociales. Bajo un gobierno socialista –a priori–, España se encaminaba como un cohete a la constelación europea. Se entró en la OTAN y en la Unión Europea. Ya estábamos en la élite, eramos lo mejorcito del planeta.

Pero los tiempos pasan, cambian. Y como se ha dicho más arriba, también lo hacen las personas. Y la sociedad.

En pleno siglo XXI nos encontramos con la gran paradoja: tenemos más libertad y medio para expresarnos que nunca gracias a Internet, y sin embargo la represión recuerda a tiempos en blanco y negro. ¿Cómo es eso posible? Algunos no pueden entender todavía el grado de linchamiento al que nos estamos sometiendo como individuos frente a una sociedad convertida en una especie de turba inquisitorial propia de la Edad Media.

Una de las claves están en la saturación. Tenemos un acceso tan amplio a la información que gran parte de la población no es capaz de asimilarla, amén de que ésta -la información, el ocio, el deber- se tiene que llevar a cabo en tan poco tiempo que tarde o temprano aparece una especie de estrés, algo de lo que habla Byung Chul Han en su ensayo “La sociedad del cansancio“: una población cansada de la velocidad con la que se tiene que hacer todo y que sucumbe a esa tensión dejándose llevar, sin emplear tiempo en pensar, recapacitar o crearse un discurso propio.





Esa incapacidad para filosofar es lo que nos está llevando a lo que vivimos en la actualidad: legiones de gente que siguen los discursos de cuñados que opinan sin apenas tener idea de nada, pero que se convierten en catalizadores de corrientes de pensamiento que convierte en masas borregas a quienes les leen y hacen suyas aquellas ideas. No hay espíritu crítico, no hay planteamiento de debates reales, no hay dudas; lo que dicen va a misa, y lo repiten como loros amaestrados. Ese es el gran problema que tenemos hoy en día en la sociedad, porque si existiera realmente ciudadanos y ciudadanas que no se dejaran moldear ideológicamente hoy en día muchas cosas serían diferentes. Los políticos saben que sus actos pocas o ninguna consecuencia real les va a acarrear, viviendo en una especie de colchón de seguridad: la baja capacidad crítica de los votantes.

¿Cómo afrontamos la decadencia de nuestro sistema democrático? Despotricando en RRSS, convirtiéndonos en inquisidores digitales en busca del más débil para lanzarnos al cuello, participando en polémicas absurdas mientras quienes tienen los bolsillos llenos de dinero, sangre y corrupción se descojonan en sus palacios. De vez en cuando lanzan a sus perros –los famosos influencers, cuñados sin saber que lo son– y de esa manera calman a las masas.

Había quien creía que Internet nos salvaría, cuando sólo nosotros mismos podemos hacerlos. Siempre ha sido así y siempre lo será.

Así que como reza el famoso libro –que he de confesar que no he leído–: “Más Platón y menos Prozac”

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