Azaña, el hombre con sombra
Azaña, el hombre con sombra: Manuel Azaña Díaz, el político y escritor alcalaíno que llegó a presidente de la Segunda República, cumple 137 años este 10 de enero, un aniversario que pasará tan desapercibido como siempre en su ciudad y en el resto del país, salvando felices excepciones, como el puntual y elocuente homenaje que el editor y erudito literario Vicente Alberto Serrano le suele dedicar. Su vida, su pensamiento y su obra, sin embargo, no dejan de despertar interés; especialmente tras la publicación de sus segundas y definitivas Obras Completas hace ya casi una década, al cuidado del historiador Santos Juliá, que permitieron saber más de una personalidad tan lúcida como desolada.

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Manuel Azaña, de niño (extraída de 'Azaña, memoria gráfica. 1880-1940)
 Como cuando una sirvienta despertó al niño Manuel Azaña una madrugada. Tenía 9 años. Le espabiló a duras penas y le condujo por pasillos y escaleras del caserón familiar de la calle de la Imagen, hasta el dormitorio de su madre, Josefa, que agonizaba. Ella le abrió los brazos y el niño se abalanzó y se sumergió entre ellos como "en un mar de amargura". "Algo se rompió en mí que ya no nacerá jamás". Con estas palabras pero con otra identidad describió muchos años después el adulto Azaña la muerte de su madre. Fue en La vocación de Jerónimo Garcés, una novela de corte autobiográfico escrita en 1904 e incorporada a las citadas Obras Completas, que junto a otros documentos han permitido perfilar una imagen del estadista alcalaíno "que no tiene nada que ver con el estereotipo de hombre frío e insensible que siempre le persiguió", contó en su momento Juliá, subrayando además la importancia del lance traumático del temprano fallecimiento de su madre, que explica en buena medida "la tristeza que siempre le acompañó, así como la pena, la sensación de pérdida que siempre le asaltó cuando regresó a Alcalá".

La infancia de Azaña, que estudió junto a sus hermanos Gregorio, Carlos, Josefina y Concepción en el colegio de los Padres Escolapios, fue feliz y despreocupada, como hijo de buena familia que era, precisamente hasta la edad de 9 años. En 1889 se desató la calamidad al morir no solo su madre, sino también su abuelo. Y un año después la orfandad se completó con la muerte del padre, el célebre Esteban Azaña.

Arrastrando esa pesada sombra inició en 1893 un periplo de estudios por El Escorial, Zaragoza y Madrid que se orientaron a las leyes, doctorándose en 1900. Alternó algunas estancias en Alcalá, intentando sin mucho éxito dedicarse a los negocios familiares. Más fructífera fue su labor como periodista, participando en diversos periódicos locales y fundando con unos amigos, en 1910, la revista satírica La Avispa. Los inicios de su compromiso político también tuvieron como escenario su patria chica: el 4 de febrero de 1911 leyó en la Casa del Pueblo socialista la conferencia El problema español. Curiosamente, todas esas experiencias no hicieron más que alejarle de sus paisanos, que consideraban exagerada e inoportuna la acidez de sus críticas sociales y políticas.

En 1913 Azaña fue elegido secretario del Ateneo de Madrid e ingresó en el Partido Reformista, empezando así su relación con los cenáculos de la intelectualidad española. Él mismo se encargó de presentar su partido en Alcalá con un discurso que rescató Santos Juliá para las Obras Completas. En él se plama, según las palabras del historiador, "el proyecto de un liberal reformista y la quintaesencia de su pensamiento político", así como una defensa de la conquista democrática del poder sin revoluciones para "reformar a fondo no el gobierno sino la sociedad entera". Por último, el discurso incorpora un mensaje de Azaña a sus paisanos animándoles "a hacer política, algo que no estaba bien visto por entonces".

Bajo la dictadura de Primo de Rivera, abandonó el Partido Reformista y se declaró partidario de la república, fundando así el partido Acción Republicana en 1925. Paralelamente se consagró como autoridad literaria con la publicación de obras como El jardín de los frailes o Vida de Juan Valera, con la que conquistó el Premio Nacional de Literatura en 1926.

En 1930 accedió a la presidencia del Ateneo y se sumó al Pacto de San Sebastián contra la Monarquía. Al proclamarse la República el 14 de abril de 1931, Azaña entró a formar parte del gobierno provisional como ministro de Guerra. Intervino en las Cortes Constituyentes y asumió la presidencia del Consejo de Ministros cuando Alcalá Zamora dejó el gabinete. Como jefe de un gobierno formado por socialistas y republicanos de izquierdas, entre 1931 y 1933, impulso un ambicioso plan de reformas que no convenció a nadie: los conservadores lo consideraron excesivo y las fuerza de izquierdas insuficiente.

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Azaña con su mujer, Dolores de Rivas, a finales de los años 20 (archivo familiar).

En 1934 fusionó su partido con los radicales, naciendo Izquierda Republicana, que a su vez se integró en el Frente Popular que ganó las elecciones del 36. El 10 de mayo fue elegido presidente de la República y dos meses después estalló la Guerra Civil. Tras varios intentos infructuosos de parar la contienda, el 30 de enero de 1939 se acordó su salida a Francia. El 5 de febrero cruzó la raya francesa.

Un año más tarde, en febrero de 1940, se le declaró una enfermedad de corazón y tras pequeñas estancias en diversas localidades, y con el acoso de la Gestapo y de agentes enviados por Franco en la Francia ocupada por los nazis, Azaña y su mujer, Dolores de Rivas Cheriff, quedaron recluidos y aislados en el pequeño municipio de Montauban. Allí murió y fue enterrado entre un grupo reducido de amigos y familiares y con el único amparo institucional de la embajada de México. El próximo 3 de noviembre se cumplirán 77 años.

Cuesta creer que en aquella hora fatal el anciano que fue niño en la calle de la Imagen echara de menos el "sol de la infancia" al que regresó antes de su último suspiro su compañero de exilio Antonio Machado. "El pueblecito me parece más triste, más pobre, abandonado como nunca lo estuvo...", dejó escrito en su diario tras su última visita a Alcalá en noviembre de 1937, ante la sombría visión de los edificios bombardeados, los soldados desfilando por las calles principales y atravesado por la mirada del paisanaje. Entonces la masa le consideraba un indeseable. Hoy es un extraño de puro desconocido.