La dignidad de la gente sensible

La dignidad de la gente sensible


En este paredón, ubicado en un extremo del cementerio de La Almudena, en Madrid, se sabe ya, fueron fusilados centenares de seres humanos, en nombre de una patria justificada por un golpe de Estado. Si uno se acerca, se pueden ver, todavía, varios orificios.

En ese sector, hay huesos de hombres y mujeres silenciados por el miedo cobarde de uniformados. Durante varias décadas, también hubo miedo entre los familiares de las víctimas porque nadie sale entero después de una dictadura y, mucho menos, de una dictadura que transcurrió durante cuarenta años y que marcó para siempre a varias generaciones de un país que pudo ser mucho mejor de lo que es.

Luego vino el pacto de partidos políticos y de millones de personas que han preferido vivir en un silencio más parecido a la complicidad que a otra cosa.

Memoria, verdad y justicia

Recién en el siglo XXI, tímidamente, lo institucional empezó a demoler el muro neblinoso de la masacre, pero la justicia viene lenta como una tortuga.

Algunas familias han podido recuperar los huesos de sus seres queridos, aunque sea, para poder cerrar el círculo nefasto de la silla vacía.

Hace unos años, y por el coraje de cientos de personas que no banalizan la historia, y buscan la verdad, mal que le pese a los iluminados oportunistas del olvido, comenzaron una serie de investigaciones en todo el país.

Ciudadanos, profesionales, miembros de organismos de derechos humanos, siguiendo, de alguna manera, los pasos de lo que se había hecho en Argentina, fueron descubriendo, científicamente, los sitios en donde la dictadura fusilaba y enterraba personas.

Se basaron, además, en testimonios de vecinos o de familiares que comenzaron a poner el dolor en palabras. Y se fue reconstruyendo la historia guardada debajo de la alfombra.

La madre de nuestro amigo Ángel vivió toda su vida a metros del lugar, pero nunca supo que a poca distancia, estaba enterrado su padre, en una fosa común.

En 2013, Carmen murió.

Ángel sabe ya donde están los restos de su abuelo y en algún tiempo, no muy lejano, cuando la burocracia lo permita, los depositará junto a los restos de su padre y de su madre.

Será una forma de cerrar, en parte, una herida sangrante que no cesa porque, se sabe, ninguna sociedad puede crecer sanamente y con valores humanistas si trivializa la historia, si cree que la lucha por los derechos humanos es oportunismo electoral, o negocio para unos pocos.

El abuelo de Ángel murió por defender la democracia, aunque ahora, y en nombre de la patria y la libertad, herederos nostálgicos de aquella dictadura, puedan presentarse a elecciones, gobernar, retroceder cuarenta años, ilegalizar partidos, tal cual lo dicen en sus mítines, quitar derechos, y violentar, una vez más, la dignidad de los pueblos sensibles.

Hace unos días, el principal líder de la oposición española y candidato a presidente de España en las próximas elecciones, resumió el golpe de Estado y la posterior Guerra Civil, de la siguiente manera: «fue una pelea entre abuelos».

La guerra causó más de 500.000 muertos.

Muchos de ellos están enterrados en fosas y cunetas a lo largo y ancho del país; entre ellos, el poeta Federico García Lorca, cuyo cuerpo todavía no ha aparecido.

El poeta debe haber sido un individuo extremadamente peligroso para que la complicidad social y las llamadas «fuerzas vivas» ocultaran su destino.

Los palacios, residencias y templos han guardado secretamente una parte amputada de la historia de España; desconocen que tarde o temprano, la palabra regresa y si es en forma de poema o canción, mucho mejor.

«La muerte
entra y sale
de la taberna.

Pasan los caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra»

Federico García Lorca

Y, para terminar, escucharemos a la bailarina e intérprete hispano argentina, conocida artísticamente como La Argentinita, en una grabación de 1931, donde interpreta un tema del cancionero popular español, armonizado por Federico García Lorca, quien además, la acompaña en piano.


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