Demasiado feminismo, hasta para la izquierda
Demasiado feminismo, hasta para la izquierda 
Teresa Villaverde

Si en la pugna bipartidista entre gobiernos del PP y del PSOE posicionarse en contra o a favor de los avances sociales ha sido hasta ahora clave para diferenciarse, en el Gobierno de coalición, dicen, el Ministerio de Igualdad ha avanzado “demasiado” en feminismo, hasta para la “izquierda”.

“Por una vez, el verbo arrasar me parece bien aplicado: arrasar y destruir por completo un territorio (RAE)”, decía Maruja Torres el domingo después de los resultados de las elecciones. Escribo esto justo después de que Pedro Sánchez anuncie el adelanto de las elecciones generales al 23 de julio. Y pienso: ha sido “demasiado” feminismo, hasta para la “izquierda”.

El Gobierno de coalición no ha hecho todo lo que prometió, como derogar la ley mordaza, ni todo lo que queríamos, como derogar la ley de extranjería. Y todos sus logros han sido criticados. Unos con razones y otros con odio. Entre los primeros, los empañados por los aunques y los peros: los ERTEs y las ayudas frenaron el aumento del paro en el confinamiento, pero hubo errores importantes en la gestión de la pandemia; el pacto amplio para la reforma laboral ha mejorado lo que había, aunque cediendo bastante ante la patronal. También han aumentado de las pensiones, aunque no lo suficiente. La ley de vivienda ha salido, pero en el tiempo de descuento y con carencias. Hay una ley de bienestar animal, aunque también resultó tibia y no sirvió en clave electoral más allá de enfadar a cazadores ya enfadados y servir para llamar zoofílica a Ione Belarra. Luego están los logros atacados desde el odio, los del Ministerio de Igualdad: la ley trans y LGTBI, la ley del aborto y la ley del solo sí es sí.

Al PP no le gustan los avances sociales. Siempre vota en contra y los ha utilizado históricamente para confrontar con el PSOE. El PSOE ha apostado siempre por el progresismo; el PP, por asustar con el caos y el apocalipsis -recordemos que nos íbamos a extinguir con la ley del aborto, con el matrimonio igualitario y ahora con la ley trans- para poder diferenciarse. Al fin y al cabo, la izquierda y la derecha del bipartidismo tienen, en lo económico, alma liberal.

Pero esta vez algunas de las políticas económicas del Gobierno han sido otras, aprobadas, en muchos casos, gracias a Unidas Podemos y a las izquierdas autonómicas, y a pesar del PSOE. Medidas que apuestan por la socialdemocracia (ojo, lejos del comunismo bolivariano) en vez de por la privatización de todo. Invertir más en la ciudadanía y menos en megaconstrucciones. Y los datos han sido claros: el paro desciende, la inflación está controlada. La temporalidad laboral –que afecta más a las mujeres– baja.

Así que los berridos contra los avances sociales tenían que ser más fuertes, sobre todo con Vox enseñando los dientes. Y la derecha lo ha tenido fácil porque estos avances han sido “demasiado” para todos. También para esa gente que se reconoce como izquierda en cuanto a derechos laborales, sanidad, etcétera, pero que critica duramente lo que llama izquierda woke. Izquierda woke es todo aquello que no afecte al hombre obrero blanco o todos los logros que den miedo a las mujeres blancas. Izquierda woke es el antirracismo, la ley trans, los derechos LGTBIQA+. Izquierda woke es la “agenda feminista posmoderna” y por eso, dicen, la culpa del auge del fascismo es de las feministas. No reconocerán que el problema es su machismo o su racismo. No reconocerán que nos odian porque, para ellos, hacemos demasiado feminismo.

El odio ha sido tal, también desde cierto feminismo, que hasta las reivindicaciones clásicas -ley del aborto, mejora del empleo para las mujeres, ley de corresponsabilidad parental o ley contra las violencias sexuales- se consideran desviaciones de Lo Importante. El remate fue la ley del solo sí es sí, que iba al corazón del consentimiento y se ha mostrado como imposible de digerir para una sociedad patriarcal. Da igual que la clave punitivista no sea la que nos interese a las feministas, da igual que las rebajas de penas hayan sido recurridas por Fiscalía, da igual que todas las leyes tengan un periodo de prueba y se enmienden, da igual que la norma tuviera grandes avances contra las violencias sexuales. Da igual que haya pasado el mismo proceso de elaboración de cualquier ley. El resumen: Irene Montero ha hecho una ley que suelta a violadores.

Irene Montero es la mujer enfadada. Es la feminista fea. La radical. La que grita. El acoso y derribo de los medios contra ella ha sido tremendo. Y ella ha respondido desde el enfado, como habríamos hecho muchas. De poco sirve decir ahora que la actitud tenía que haber sido otra, porque a saber si habría funcionado sonreír.

Las cajas de resonancia mediáticas que generan las redes sociales provocan, además, que cada quien se entere solo del discurso que le interesa. Pese a una pandemia, la erupción de un volcán y una guerra, este Gobierno ha hecho una gestión bastante digna. Pero las cajas de resonancia reaccionarias dirán otras cosas: que el problema es la ocupación. Que las feministas odian a los hombres y que las mujeres tienen privilegios. De asesinar a personas migrantes en la valla de Melilla, no depurar responsabilidades y seguir gobernando con Marlaska, que sí debería ser un límite en política, nadie dice ni mú, salvo las compañeras de Afrofem. El problema es que te gobierna ETA.

Si gana la derecha con Vox en el juego político es probable que se deroguen las leyes aprobadas por Igualdad. Con el fascismo en las instituciones y en los medios de comunicación, ser abiertamente lgtbfóbo ya no es vergonzoso. Ahora es una rebelión contra la corrección política, contra esas niñatas posmodernas, pijas y enfadadas que nunca hemos pisado una obra. Probablemente hoy la Ley Integral Contra la Violencia de Género no se aprobaría con la unanimidad parlamentaria que hubo en su día, junto al PP y con el aplauso de todo el hemiciclo. Quizá hasta eso nos deroguen. De las reformas económicas ni hablamos, porque ya sabemos que el modelo es destrozar lo público: liberar, privatizar, recortar.

Hace unos días me llegaba un artículo de un señor que decía que el feminismo se había pasado de frenada, que había criticado demasiado a los hombres y que tenía que volver a un feminismo menos enconado, abandonar los bandos. No tengo ganas ni tiempo de desmentir a este señor. Sí tengo claro lo que el feminismo está haciendo: queremos un sistema público de cuidados fuerte, queremos derogar la ley de extranjería. El colectivo Regularización Ya está empujando para regularizar la situación de miles de personas y con ellas tenemos que empujar todas. Queremos acabar con la ley mordaza, queremos mantener los avances sociales y laborales y aumentarlos, y conseguir más derechos.

Esto lo seguiremos haciendo en la calle –sabemos hasta dónde llega el sistema de partidos–, pero necesitamos unas instituciones que escuchen. La candidatura de izquierdas para estas elecciones tiene que ser sólida e ir unida y entonces votaremos en bloque. Y, si gana, tiene que legislar sin peros ni aunques, porque, para nosotras, nunca es suficiente.


Fuente → pikaramagazine.com 

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