Los quince años de resistencia guerrillera en Asturias contra la dictadura
Los quince años de resistencia guerrillera en Asturias contra la dictadura

La historia definitiva de los "fugaos"

Cándido Fernández, "Bardial"

El investigador "Ramón García Piñeiro" ofrece en el libro "Luchadores del ocaso" el estudio más exhaustivo hasta la fecha de los quince años de resistencia guerrillera en Asturias contra el franquismo

Por la izquierda, Manuel Fernández, "Peque"; su hermano Marcelino ("los Maricos") y Nicanor Fernández, "Canor".
Son muchos los asturianos que guardan aún en el desván de su memoria alguna historia de la guerrilla. Entre los pliegues y las sombras de ese pasado se esconden, como figuras mecidas por la derrota y sus vientos hostiles, los "fugaos". Son relatos, no siempre exactos, que fueron transmitiéndose de una generación a otra, casi siempre de manera oral, durante la larga noche del franquismo. Fragmentos con flecos legendarios en los que aquellos alzados en armas contra la dictadura se perfilan como héroes para unos y como vulgares delincuentes para otros. La reciente publicación de "Luchadores del ocaso. Represión, guerrilla y violencia política en la Asturias de la posguerra (1937-1952)", del historiador Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), supone una muy importante contribución al estudio riguroso de una de las páginas más controvertidas de la historia española del siglo XX. El libro, publicado por KRK, es la más amplia investigación (exhaustiva en muchos aspectos) sobre un fenómeno que, como señala el también historiador Secundino Serrano, autor de "Maquis", podemos considerar como la "única resistencia que preocupó verdaderamente a Franco".

Fernández Ladreda, "Ferla"

"Luchadores del ocaso", en el que García Piñeiro sistematiza por ejemplo la composición de las distintas partidas de guerrilleros que operaron en Asturias, resulta así un punto de inflexión en la serie de libros que ha ido abriendo calas, poco a poco, en un territorio apenas explorado durante décadas. El franquismo persiguió con saña no sólo a los "fugaos", a sus familias y colaboradores, sino también a quien pudiera interesarse desde el plano histórico o sentimental por ellos. Y tras la transición española a la democracia, muñida sobre el olvido, los guerrilleros se convirtieron en los fantasmas de un incómodo pasado que socialistas y comunistas intentaron no convocar por temor a las voces y los hechos de aquellos años de plomo y miedo. Trabajos como los publicados por José Ramón Gómez Fouz, Nicanor Rozada, Silvia Ribelles de la Vega, Gerardo Iglesias o la espléndida monografía que el propio García Piñeiro dedicó a Baldomero Fernández Ladreda, "Ferla", necesitaban un marco de referencia mucho más amplio para entender la complejidad del sangriento conflicto en el que se vieron envueltos, al término de la Guerra Civil, miles de hombres y mujeres. El libro muestra, contra el criterio de algunas posiciones revisionistas, el hilo totalitario que siguió el franquismo. Nacido del "pacto de sangre" de los militares golpistas contra la República, con el auxilio del falangismo de pistola, fue ése el cabo del que siempre tiró: el exterminio del adversario político. "Operación exterminio" se titula, precisamente, la novela que Alejando M. Gallo dedicó a contar uno de los episodios de aquella desigual lucha.

Con la entrada de las Brigadas Navarras en Gijón, el 21 de octubre de 1937, la República perdió el baluarte de Asturias y con ella se desmoronó el frente Norte. Con la derrota, llegó la hora de la represión incontrolada: "paseos" y largas penas de prisión o internamientos en campos de castigo. Unas 5.000 muertes, según recoge la historiadora Carmen García en "Los comunistas en Asturias (1920-1982)". García Piñeiro sostiene, por su parte, que entre 10.000 y 15.000 derrotados, con una muy amplia presencia de socialistas, se emboscaron entonces en los montes asturianos: 1.208 fueron abatidos por las fuerzas militares o policiales, mientras que se entregaron casi 6.000 huidos. Al término de la contienda española, el 1 de abril de 1939, la cifra de "fugaos" fue disminuyendo por uno de los pertinaces y acuciantes problemas de la guerrilla: las dificultades para la sustitución de sus bajas. A principios de los años 40, la cifra de huidos no alcanzaba el medio millar, siempre según datos del autor de "Luchadores del ocaso". Su objetivo fue siempre restablecer la legalidad republicana. Por eso, estos irreductibles, que se consideraban a sí mismos como los representantes de un Ejército popular en territorio tomado por el enemigo, tenían por costumbre presentarse como la "autoridad legítima".
Mario Llaneza
Asturias ofrecía unas excelentes condiciones para la lucha guerrillera: montes, cuevas, minas, pueblos diseminados y lugares en los que los "fugaos" eran bien acogidos no sólo por parientes o amigos, sino también por muchos vecinos. Esa amplia base de apoyos, que tiene su reflejo en la tupida red de enlaces que dieron respaldo a los huidos, explica que la resistencia armada al franquismo se prolongara en territorio asturiano durante quince años, desde finales de 1937 hasta el 14 de octubre de 1952, cuando el último guerrillero en activo, Ramón González, fue cercado y abatido en una vivienda de La Camocha. El Estado de guerra estuvo vigente en Asturias, con unos 5.000 mineros aún en las cárceles a principios de los años cuarenta, desde el 28 de julio de 1936 hasta 1952. "La guerrilla en Asturias dispuso de un respaldo popular sin parangón en el resto de España", sostiene García Piñeiro.

El guerrillero fue un huido que se organizó con cierto sentido político y combatió con las armas en la mano. Para el franquismo, en cambio, todos eran forajidos, bandoleros. En esa asunción de la identidad militante fue fundamental la insistencia que puso, por ejemplo, un jefe como Ladreda. Persona de gran carisma (durante la guerra pasó de simple miliciano a mayor de Brigada, rango equiparable al de general) tuvo clara la necesidad del encuadramiento militar para que la población no confundiera a los "fugaos" con simples delincuentes armados. En la persecución de "los del monte", como también se les llamaba, participaron el Ejército (incluidas tropas regulares y moras), la Policía Armada, falangistas o somatenes, pero el peso de ese combate lo llevó la Guardia Civil, fundamentalmente la Brigadilla. Un dato: los guerrilleros mataron en sólo nueve años a 16 guardias e hirieron a otros 27. A su vez, casi todos estos rebeldes, salvo los que lograron poner tierra de por medio, "murieron de forma violenta, por conflictos internos, traicionados, en combate, pasados por las armas o agarrotados", recuerda el autor de "Luchadores del ocaso". Otros se suicidaron.

Después de la caída del frente Norte y "mientras compartieron la amarga experiencia de la clandestinidad y hasta que restablecieron el contacto con sus respectivas organizaciones, socialistas y comunistas coexistieron sin distinción de ideologías", relata García Piñeiro. Una convivencia no exenta de tensiones. Esos "sentimientos solidarios" se concretaron en la formación, en agosto de 1943, del Comité de Milicias Antifascistas (CMA). Antes, en enero de 1930, los socialistas habían intentado sin éxito una evacuación masiva de guerrilleros por el puerto de Tazones. Un año después el comandante José Mata lo intentó de nuevo, a pie, por la Cordillera. La dirección del CMA recayó en los socialistas Arístides Llaneza (hijo del fundador del SOMA y alcalde de Mieres) y "Comandante Flórez" (Manuel Fernández Peón), así como en el comunista Ladreda. Esta organización estaba inspirada por un deseo y una esperanza: la invocada intervención de las tropas aliadas en España después de vencer a los ejércitos de Hitler y Mussolini, los dos dictadores que apoyaron como armas y tropas a Franco. En 1944 se produjo la fracasada invasión de 3.500 guerrilleros por el valle de Arán. Poco a poco, los "fugaos" fueron dándose cuenta de que estaban solos y de que, como mucho, sólo serían peones para el sacrificio en el nuevo contexto mundial de otro ajedrez, la "guerra fría". Dice García Piñeiro: "A partir de 1948, el deseo de salir (de España) se apoderó de cada guerrillero. En esa fecha, los socialistas lograron embarcar en Luanco a 29 "fugaos". Esa evacuación dejó la resistencia armada asturiana casi exclusivamente en las solitarias manos de los comunistas.

Hermano  de Mario, Andrés, el Gitano

Es cierto que se produce una cierta renovación de la guerrilla entre 1944 y 1946, con algunos enlaces descubiertos que optan por tirarse también al monte. El mierense Quintana, uno de los "fugaos" más populares, se unió a la guerrilla en marzo de 1947. Ladreda impulsa una comisión político-militar con dos lugartenientes: Constantino Zapico "Bojer" y Manuel Díaz "Caxigal", dos de las figuras más respetadas. La dirección del PCE en el exilio tuvo siempre como asignatura pendiente el control de los guerrilleros. Esas tensiones se expresaron en la estigmatización de Ladreda, expulsado de su partido en 1946 y, un año más tarde, detenido y agarrotado en la cárcel de Oviedo. El "ladredismo" pasó a ser una herejía, como lo fueron el "quiñonismo" o el "monzonismo" para la cúpula instalada fuera de España, a la que el veterano mayor de milicias reprochaba su desconocimiento de lo que pasaba en los montes asturianos. Desde el asesinato del dirigente del PCE Casto García Roza en la comisaría de Gijón, hasta 1948, con la llegada de Luis Montero "Sabugo", la dirección comunista no envió a nadie a Asturias.

En la destrucción de la guerrilla asturiana por parte de las fuerzas estatales de la contrainsurgencia hay tres fechas fundamentales: la redada de 1946, la infiltración de 1948 (posiblemente el golpe que más daño hizo a los "fugaos") y la caída del comité provincial comunista el 7 de febrero de 1950, con la muerte de Manolo "Caxigal" tras una supuesta delación de "Sabugo". Después de ser abatido "Bojer", "Caxigal" quedó casi como la única la gran referencia de los viejos y los nuevos guerrilleros. Ellos dos, junto con un tal "Requejo", del que a día de hoy aún ignoramos hasta su nombre, habían sido los jefes de las tres brigadas que se organizaron tras ser eliminado Ladreda.

Guerrillero muerto en 1945, sin identificar.

La infiltración antiguerrillera de 1948 se saldó con catorce "fugaos" y cuatro enlaces muertos. Los guerrilleros cayeron en un lazo astutamente tendido. En la madrugada del 27 de enero se desembarcaría en la playa de La Franca una gran cantidad de armas. El plan policiaco consistía en dejar los supuestos pertrechos en una "ruta de la muerte" que pasaba por San Antolín, Soto de Dueñas, Puente Nuevo, La Venta del Cruce y Santo Emiliano, entre Mieres y Langreo. Fueron aniquilados algunos de los guerrilleros de mayor nombradía: los "Castiello", Aurelio "Caxigal" o el citado "Bojer". Si se salvaron Manolo "Caxigal", junto con "Bardial", Canor, Manuel "Peque" y Manuel Rubio fue porque desconfiaron ante la concurrencia de varios vehículos sospechosos.

El socialista Mata llegó a manifestar que con la muerte de Manolo "Caxigal" y la caída del comité provincial del PCE, el 7 de febrero de 1950, "desaparecía el último guerrillero comunista". No fue exactamente así. De hecho, como recuerda García Piñeiro, le sucedió provisionalmente el inestable Andrés "el Gitano" (mató a su hermano Mario en un arrebato). En 1951 llegó aún del exterior Eusebio Moreno Planisolis (su identidad fue investigada y revelada por Gerardo Iglesias en su imprescindible libro "Por qué estorba la memoria"), más conocido como "Antonio el Maqui". Éste sería abatido el 31 de diciembre de aquel año en La Muezca, en Mieres. Pocos meses después, en julio de 1952, sucumbieron Andrés "el Gitano" y Fernando "el Alcalde". Ramón González, el último de los irreductibles, aún aguantó, como se ha dicho, hasta el 14 de octubre de 1952. Santiago Carrillo, entonces en París y responsable de la política de su partido para España, llegó a admitir algún error "por no haber sabido retirar a tiempo a nuestros camaradas". Gerardo Iglesias, que le sucedería en la secretaría general del PCE y fundaría más tarde IU, ha sido crítico con las decisiones que adoptó Carrillo con los "fugaos".

Los Caxigales, Manuel Díaz (a la izquierda) y su hermano Aurelio.

Lo cierto es que los guerrilleros empezaron a ser un problema para quienes marcaban la línea estratégica del PCE desde el exterior. En septiembre de 1948, Stalin convocó en Moscú a Dolores Ibarruri, "La Pasionaria"; Francisco Antón y al propio Carrillo. Hizo ver la necesidad de un giro táctico en las luchas españolas. Pasaba por el abandono de las armas y una progresiva infiltración, como caballo de Troya, en la organización sindical del franquismo. Pero el PCE no sacó de España cuando estaba a tiempo a los pocos resistentes que aún quedaban, acorralados, en los montes asturianos.

"Luchadores del ocaso" ofrece muy vívidas descripciones de los días y las desventuras de los guerrilleros , desde el armamento que portaban (su preferencia por la pistola del 9 largo o por la pistola ametralladora Schmeisser), pasando por los problemas de salud o su azarosa vida sentimental y sexual. Fue gente de acción, no de reflexión. Su lectura favorita, por lo visto, era una colección de romances sobre sus andanzas. La financiación fue otro de sus numerosos problemas. No dudaron en acudir a robos, asaltos y secuestros. Asegura García Piñeiro que la Iglesia y sus representantes (algún cura fue activo colaborador de los "fugaos") no estaban entre sus "objetivos". No ocurría así con los que tachaban de "verdugos del pueblo". 

Ovidio Llaneza Rozada “Gitano” (1925-1947) • Nació en Collau Escobal, Santa Bárbara (Sotrondio). Tras la huida al monte de su hermano Andrés, en Junio de 1945, toda la familia fue sometida a una insoportable persecución. Ello terminó empujando a Ovidio y a su hermano Mario a unirse a la guerrilla. Esto ocurría en Marzo de 1947. Tan solo dos meses más tarde, el 19 de Mayo, Ovidio encontraba la muerte en una emboscada de la Guardia Civil, en El Espineral de los montes de Polio. Con él caían otros cuatro guerrilleros. http://es.slideshare.net

El historiador, que también recorre la actividad menos conocida de las mujeres guerrilleras, ofrece un dato contundente: los del monte mataron en esos quince años a 339 personas, "una cifra sin parangón en España". Hay que sumar los numerosos sabotajes a la actividad económica. No faltaron los ajustes internos de cuentas (Manuel Fernández ,"Lolo el Gatu", mató a su amigo y compañero de partida Víctor Argüelles Álvarez) o salvajadas como la matanza perpetrada el 6 de diciembre de 1938 en La Mosquita, en Mieres.

Los "fugaos" y todos cuantos se relacionaron con ellos (a veces, ni siquiera) sufrieron, por su lado, la "guerra sucia" de los cuerpos policiales: torturas, violaciones, prisión, fusilamientos, ensañamientos de todo tipo o asesinatos mediante palizas y el expeditivo tiro en la nuca. En enero de 1948, por ejemplo, fue incendiada en Quintes la casa de Emilio Rubiera, con él y sus hijas amarrados dentro de la vivienda. "En Asturias fueron varios los millares de personas que, por simpatía ideológica, amistad o parentesco, pagaron un elevado precio por apoyar la resistencia armada", escribe García Piñeiro.

La publicación de "Luchadores del ocaso" coincide con el homenaje que el Rey Felipe VI acaba de hacer a los republicanos españoles que combatieron en La Nueve y liberaron París del yugo nazi el 24 de mayo de 1944. Una paradoja que ya señaló Secundino Serrano en su libro "Maquis". Mientras el republicano y comunista asturiano Cristino García Granda tuvo los mayores honores que concede Francia, ha sido considerado en su propio país como un bandolero. Los comportamientos y hechos de armas fueron similares a un lado y otro de los Pirineos. La diferencia es que, en España, los guerrilleros fueron condenados a la esquina más sombría de la Historia. Es hora, quizá, de intentar comprender las razones de su rebeldía.

Por la izquierda, los "fugaos" Esteban Noriega, Segundo Argüelles Valles, Jovino Argüelles, Sabino Suárez, Constantino Zapico, Manuel Fernández "Lolo el Gatu" (borrado) y Jesús Costales.


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