Las Fosas del Sucu-Ceares (Gijón) albergan los restos de mas de 3.000 REPUBLICANOS ASESINADOS por los franquistas

La captura de Asturias por los fascistas en octubre de 1937, abrió una terrible etapa de represión sobre la población Republicana, hombres, mujeres y niños comenzaron a vivir una feroz pesadilla cuando los vencedores, actuando con total impunidad impusieron un régimen de terror, deteniendo, torturando y asesinando a las personas que se habían mantenido fieles a la II República. Mediante juicios sumarísimos, los militares franquistas sometieron a unos detenidos que carecían de todas las garantías necesarias para su defensa. Las insistentes condenas a muerte se utilizaban para amedrentar a la población derrotada.

Durante 15 años se produjeron fusilamientos determinados por tribunales de guerra en sesiones de 45 minutos. La represión franquista se manifestó en la aparición de cadáveres “paseados” en las cunetas de las carreteras, en las proximidades de los cementerios, en las calles. Las fosas comunes se llenaban de “desaparecidos”, de fusilados por la aplicación de la justicia militar, de los fallecidos en cárceles y campos de concentración, donde el hacinamiento, el hambre, la miseria y las torturas, contribuían al objetivo de los vencedores, extinguir a los enemigos. Miles de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones fueron asesinados y arrojados indiscriminadamente a las fosas comunes.

Las fosas abarcaron una gran extensión, en ellas están enterrados los presos de la cárcel de El Coto condenados a muerte y ejecutados, los fallecidos en dicha prisión, los “paseados” en Gijón en un número difícil de calcular ya que los crímenes no eran registrados de forma oficial, incluso a veces no había modo de identificarlos. Todos ellos eran muertos anónimos y sus familiares no tenían derecho a enterrarlos de acuerdo con sus creencias. La historia de la fosa común del cementerio de Ceares es la misma que la de la represión de la posguerra. La dictadura prohibió que los parientes de los enterrados pudieran acercarse a la fosa.

El Muro de los Fusilamientos, el paredón del cementerio del Sucu–Ceares de Gijón, ha dejado una honda huella en la ciudad, tanto por la barbarie que sufrieron aquellos que defendieron la legalidad republicana y la libertad como por la cantidad, ya que en esas tapias fueron fusilados 3.000 ciudadanos durante los años 1937-1941, entre ellos muchas mujeres. Las ejecuciones en ese paredón, tras condenas en juicios sumarísimos, superan las 1.300. Tras cumplir la última pena, los cuerpos sin vida eran enterrados sin orden ni control. El Sucu se convirtió además en el destino favorito de los falangistas, para asesinar a numerosos republicanos que no habían sido sometidos a ningún tipo de juicio.

Los paseos a cargo de asesinos a sueldo se extendieron por todo el concejo, era habitual ver cadáveres tirados en Roces, La Pedrera y Puente Seco. Los falangistas que integraban el “nuevo” consistorio presumían de ser muy “pulcros”, y para evitar tener docenas de fosas diseminadas a diestro y siniestro fletaban camiones que diariamente trasladaban al Sucu lo que ellos calificaban como “carroña”. El franquismo fusiló a los abuelos y sumió en el miedo a viudas e hijos. Unas y otros optaron por el silencio ante el temor a nuevas represalias en plena dictadura. Muchos años después son los nietos los que echan la vista atrás para sacar del olvido y recuperar la memoria de sus mayores.

Aunque la paz franquista de los cementerios olvidaba a la justicia y a la piedad con los Republicanos asesinados, durante la dictadura algunas personas llevaron algún símbolo de recuerdo a la fosa del Sucu, rememorando el episodio, eliminando en algún momento la cal que cubría el “paredón” del cementerio para dejar al descubierto los millares de marcas de bala. Con el final del franquismo, la fosa común se convirtió en un lugar de recuerdo de todas las personas que sufrieron represión por defender los ideales de libertad y justicia, siendo el 14 de abril el día escogido para el homenaje colectivo en la tapia del cementerio en la que tuvieron lugar las ejecuciones, y en la que se habían ido colocando placas de recuerdo por parte de distintas instituciones y familias.

El 14 de abril de 2010, frente a un bosque de banderas tricolores de la II República, se inauguró un monumento para recobrar la identidad de los hombres y mujeres asesinados y enterrados en la fosa común del cementerio municipal de El Sucu (Ceares) entre octubre de 1937 y 1951, en un intento de saldar la deuda que la sociedad tiene con ellos. Una placa recuerda: “A las víctimas de la represión franquista, luchadores por la libertad y defensores de la dignidad humana”. En la piedra del monumento se recogen grabados los nombres de los fusilados por aplicación de sentencia, de los fallecidos en prisión y en el campo de concentración de El Cerillero, y de los asesinados o “paseados” a partir de la entrada de las tropas nacionales en Gijón, el 21 de octubre de 1937. Están organizados en un único listado, distribuidos por años y en orden alfabético.

El monumento tiene forma de libro, con sus páginas abiertas en forma de estrella, reflejando la historia trágica de tantas personas que dieron su vida en defensa de la República. Cada página corresponde a un año con los nombres de las víctimas que fueron asesinadas en ese tiempo. La investigación previa que permitió poner nombres y fechas fue llevada a cabo por la historiadora Enriqueta Ortega y el investigador Luis Miguel Cuervo, presidente de la asociación “Todos los nombres”, quienes lograron identificar a 1.934 víctimas, 52 de ellos mujeres, 700 tenían menos de 30 años de edad. Las zonas en blanco de las hojas de ese libro se irán rellenando a medida que se vaya completando la documentación de todos los enterrados en la fosa común.

La emoción de los familiares y el respeto de las autoridades eran más que palpables en el acto de inauguración del monumento. Decenas de hijos, nietos y biznietos de los represaliados no pudieron contener la impresión que supuso poder ver por primera vez los nombres de sus familiares sobre una lápida, el libro de una historia trágica, triste, ligada a una guerra, a muchas mentiras, odios, traiciones e injusticias, una más de las miles que vivieron aquellos años muchos españoles.

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