Hacia la superación del franquismo (VIII)

Somos la nación del Valle de los Caídos, de las calles y estatuas dedicadas a asesinos, de “periodistas” y políticos que defienden públicamente a un maldito dictador
Carlos Hernández (periodista e investigador)
Como ya hemos expuesto en entregas anteriores, el robo de bebés fue, en realidad, una manifestación más del exterminio ideológico al que la dictadura sometió a la población. Se ha pretendido desvincular estos terribles hechos del trasfondo de la Memoria Histórica, pero no lo van a conseguir. Porque en efecto, la Guerra Civil no acabó el 1 de abril de 1939, cuando una siniestra voz en Radio Nacional de España anunciaba: "Cautivo y desarmado el Ejército Rojo....La Guerra ha terminado". Serrano Suñer lo afirmaba un año después: "La guerra continúa". Esa era la tremenda realidad. No era una frase retórica. La represión fue mucho más allá de lo imprescindible para cambiar el régimen político, porque de lo que se trataba era de "hacer limpieza" en cada ciudad y en cada pueblo, para que no quedara ni rastro de ese "gen marxista", y de esta forma, la clase dominante, la que se había visto amenazada por la Segunda República, se asegurara unas décadas de tranquilidad. Y lo consiguieron. Lo consiguieron mediante la instauración de un régimen atroz y despiadado, de un régimen criminal que sobrepasó incluso a la muerte física del dictador, tal como hace pocos días hemos recordado en el 40 Aniversario de la matanza de los abogados laboralistas de Atocha, en 1977, dos años después de muerto Franco. Tomamos pie en el artículo que para el medio La Marea redactaron Luis Pla y Miguel Hernández, con ocasión de la publicación del documental sobre el robo de bebés en la Comunidad Valenciana.

Ya nos hemos referido a uno de los personajes más siniestros del franquismo (todavía tendremos que hablar de algunos más durante esta serie), como fue el Doctor Antonio Vallejo-Nájera. Se trataba de un médico militar que se interesó por la psiquiatría durante su estancia en Alemania en los años previos al nazismo. En 1938 envió un telegrama a Franco solicitando autorización para crear el Gabinete de Investigaciones Psicológicas. Se proponía investigar a hombres y mujeres capturados durante el avance de las tropas sublevadas. En sus investigaciones, fue incluso asesorado por agentes de la Gestapo. Las conclusiones de sus "investigaciones" fueron que los "marxistas" (en su jerga, incluía a todos los que se opusieron al Golpe de Estado, ya fueran socialistas, republicanos, anarquistas o comunistas) eran inferiores mental, moral y culturalmente. Según él, la "raza española" había degenerado durante los últimos siglos debido a las maquinaciones de los judíos falsamente convertidos al cristianismo, y la difusión de las ideas librepensadoras, enciclopedistas, masonas y democratizantes. Estaba convencido de la necesidad de librar la cruzada para "liberar a la raza hispana" cultivando la religiosidad y el patriotismo, y para ello era necesario separar a los rojos de sus hijos e hijas para evitar la transmisión del "gen marxista". Los lectores y lectoras podrán estar alucinando como yo lo estoy a medida que lo expongo, pero les aseguro que no exageramos ni un ápice. No estamos hablando de una persona a la que se le hubiese ido la cabeza, muy al contrario. Estamos hablando de todo un "profesional" de la medicina, pero absolutamente sometido a un ideal perverso y macabro. Es absolutamente increíble hasta dónde puede llegar la perversión humana cuando se entrega a un ideal aberrante. 

Y como decíamos, todo este fue el trasfondo que legitimó las terribles prácticas del robo de bebés. El nuevo Estado había de dotarse de una legislación que amparara la desaparición de los hijos e hijas de los perdedores de la guerra. La patria potestad pasaría al Estado, y se les podía cambiar el nombre y los apellidos. De esta forma, además, se dificultaría la posible búsqueda posterior por parte de sus progenitores. Esos niños y niñas fueron educados en centros religiosos, incluso muchos de ellos acabaron convertidos en sacerdotes y monjas. Por tanto, no bastaba con asesinar, torturar, exiliar, o encarcelar a los enemigos políticos. Había también que impedir que se tuviera que luchar contra las siguientes generaciones, para lo cual, también había que exterminar (ideológicamente) a sus hijos/as. Había que secuestrarlos y reeducarlos en el sentido diametralmente opuesto desde un punto de vista político y religioso, a como iban a serlo por sus familias. Pero todo ello tampoco fue suficiente. Había incluso que perseguirlos en el extranjero para retornarlos a la "madre patria" y educarlos "como Dios manda". Y en ese sentido, la Falange creó un Servicio Exterior para localizar, seguir y capturar a los hijos de nacionalidad española en todos los países de Europa y del norte de África donde habían llegado los nazis, y también en las repúblicas americanas. Pero como también hemos indicado en anteriores entregas, a medida que avanzaban los años de la dictadura, esa motivación ideológica se trocó en suculento negocio. 

Y así, una vez creadas las tramas oportunas, y amparados en la impunidad que les proporcionaba el Estado fascista, esta perversa práctica se difundió y generalizó, estallando en miles de casos a través de varias décadas. Los "compradores" no se limitaban a pagar los gastos del parto, sino que también desembolsaban grandes sumas de dinero a unas tramas intermedias (las auténticas organizadoras del cotarro) que estaban integradas por monjas, ginecólogos, abogados,  notarios, sacerdotes, celadores, incluso taxistas. Las sumas de dinero entregadas, que variaban según los casos y a lo largo de los años, pero que venían a coincidir más o menos (según los autores del documental referido) con el precio de un piso de la época, desmienten el supuesto móvil "caritativo" de estas asignaciones. Sin embargo, nunca se trató de una mera transacción mafiosa, pues el régimen se aseguraba muy bien a quién le entregaban los infantes. Debía tratarse de una familia adicta al régimen, con buenas posibilidades económicas, y con garantías de que iba a ofrecer a ese niño o niña una educación política y religiosa en consonancia con los valores nacional-católicos. De esta forma, el pensamiento dominante (grabado a sangre y fuego durante la dictadura) se aseguraba también para las próximas generaciones. Y como decimos, el desmontaje de estas tramas mafiosas no finalizó a la muerte del dictador, pues durante la Transición (de la que también hablaremos largo y tendido en su momento) no se llevó a cabo la necesaria depuración del aparato del régimen, ni de sus estructuras de decisión y de poder. De esta forma, la impunidad continuó durante algunos años más. 

Luis Pla y Miguel Hernández dan en el clavo cuando afirman: "Este exterminio ideológico, complementario al genocidio físico realizado durante toda la dictadura franquista, ayuda a explicar cómo se constituye la sociedad española en la actualidad y puede contribuir a que se entienda por qué tiene rasgos tan diferentes a otros países vecinos". En efecto, esta es la explicación, este es el verdadero fondo de la cuestión para poder explicar, aún bien entrado el siglo XXI, cómo es posible que padezcamos un buen grado de "franquismo sociológico" en una alienante sociedad. Fueron décadas de brutal represión, de lavado de cerebro, de difusión de un aberrante nacional-catolicismo (con su carga de machismo, homofobia, etc.), de anulación de las posibilidades de pensar libremente, de no aceptar otras premisas sociales, económicas y políticas, que las consecuencias llegan hasta nuestros días. Porque entonces...¿cómo explicar que después de 42 años de la muerte del tirano, aún suframos una Administración que pone trabas a la investigación, que defiende a los franquistas, que no cumple la Ley de Memoria Histórica, que cierra los archivos, que impide a las víctimas acceder al legítimo derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación? La única explicación es concluir que los tentáculos del franquismo llegan hasta nuestros días, laten en la actualidad, continúan vivos, y siguen protegidos y amparados por un régimen que aunque ya no es totalitario, está al servicio de los mismos agentes del poder que auparon el golpe militar: la Iglesia, la aristocracia, los terratenientes, los militares, la banca, los grandes empresarios, el gran capital. Y a la cabeza de todos ellos, el Rey. Porque el Rey representa y defiende a todos esos estamentos. El Rey no representa al pueblo, representa las clases dominantes, justamente las enemigas de la República. Por eso se defienden entre sí. Continuaremos en siguientes entregas.