El rey superfluo

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El rey superfluo: Artículo de colaboración para Borroka garaia da! Autor: Josemari Lorenzo Espinosa

En unos meses, la heredera al trono español y por tanto a la jefatura del Estado de las autonomías, se convertirá en princesa de Asturias. Pasará a cobrar por este empleo, mas de ocho mil euros al mes. Nada que nos pueda sorprender, a estas alturas. Y perfectamente legal, por obra de los políticos que han jurado la maravillosa Constitución, “que nos hemos dado”. Seguirá disfrutando de esta renta, hasta que su padre decida aumentarla el sueldo abdicando en ella. O por herencia, después de su muerte. Que los dioses no quieran.

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El papel, las funciones y las obligaciones del rey, encomendadas por la Constitución son totalmente superfluas. Tienen un carácter puramente descriptivo, protocolario y ritual. Nada de lo que no se pueda prescindir. O no puedan hacer, en su defecto, el jefe de gobierno con sus ministros. El presidente del Parlamento o los diputados. Sin embargo, las encomiendas al rey tienen un amplio y excesivo tratamiento en el texto constitucional. Pero dado que se trataba del Jefe del Estado y que había sido designado por el régimen anterior, los legisladores quisieron atar los posibles cabos sueltos de esta institución. El temor a perjudicar la herencia y el mandato dejado por Franco, y celado por sus seguidores, condujo a los constitucionales del 78 a respetar y aceptar una fórmula de Jefatura, antidemocrática e inservible, que no añade nada a la carta magna. Ni mucho menos a la democracia. Aunque siempre se puede decir que, al menos, el actual jefe del Estado fue elegido…Una sola vez. En 1969 y por las Cortes franquistas, a propuesta inapelable del dictador.

La Jefatura del Estado, y por ende el rey, no se integra en ninguno de los tres poderes clásicos o constitucionales. Es una especie de cuarto poder. Aunque de hecho, la monarquía no aparece como poder, sino como un órgano del Estado. Ostentando un papel arbitral, que tiene la función simbólica de unidad, impuesta y falsa. De otra parte, el jefe del Estado, al no ser elegido por el pueblo ni por los partidos, permanece al margen de estos sin capacidad fáctica. Sin iniciativa legal y sin responsabilidad política. Es por eso, también, políticamente inviolable. Es decir, no puede ser destituido o sustituido salvo por su heredero. Y solo en caso de inhabilitación, decidida por las Cortes.

El rey, en su función de Jefe del Estado, está obligado a sancionar y promulgar las leyes. Convocar y disolver el parlamento. Y nombrar presidente, de acuerdo con los resultados electorales. En esta actuación autómata, tal vez su función más discutible, y directamente franquista, es que le corresponde el mando supremo de las FFAA. En todo caso, se trata de una serie de funciones la mayor parte simbólicas y de oficio, que sobre todo, son totalmente prescindibles en una Constitución muy poco presidencialista.

La regulación de los derechos, funciones y deberes de la Corona se trata en diez artículos. Desde algunos puntos de vista representan, incluso, una injerencia en los asuntos privados de la casa real. Ya que regula la forma de sucesión, los matrimonios etc. En realidad, la Constitución debería limitarse a los asuntos directamente políticos, relacionados con la Jefatura del Estado. Pero, en este punto, ni siquiera se molesta en justificar, o explicar porqué es una Jefatura atribuida con carácter vitalicio, por mandato del régimen anterior, a la casa de Borbón. Sin someterse a la aceptación o rechazo de los ciudadanos, que de este modo, y en este aspecto, se convierten como es habitual en meros súbditos.
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Un aspecto curioso del comportamiento de los partidos de oposición, con el papel de la monarquía fue la actitud del PCE de Santiago Carrillo. El viejo secretario general, del viejo partido comunista republicano, aceptó la solución monárquica, con más énfasis incluso que sus compañeros de viaje socialistas. Afirmó que era una bisagra necesaria. Y terminó convenciendo, o confundiendo, a los mismos militantes del PC con el argumento de que no se trataba de elegir entre “monarquía o república, sino entre democracia o dictadura”. Sin embargo, y a pesar de la sabiduría política del viejo comunista, una cosa era respetar entonces y no abolir la monarquía instaurada por quien todos sabemos. Y otra, entregar a los Borbones la Jefatura del Estado en forma vitalicia, como hicieron los del 78, por los siglos de los siglos.

En cuanto al comportamiento y actitud de los partidos nacionalistas, vascos, catalanes etc. el asunto monárquico viene en el mismo pack y tratamiento que los españoles. El rey (quiero decir, el Jefe del Estado) no hace nada, no sirve para nada. Ni perjudica, ni beneficia las tópicas “aspiraciones” vasco-catalanas. Por muchos discursos centralistas y “antiseparatistas”, que le hagan leer en público nadie le hace mucho caso.
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Pero… sale en las fotos. Adorna y luce, en los apretones de mano. En las visitas inaugurales, aperturas de festejos, desfiles patriótico-raciales, viajes para comisionistas, cuchipandas empresariales varias etc. O sea, las chorradas carísimas con que los políticos y la sesuda burguesía de gustos medievales, seducen a sus votantes y enaltecen y adornan su democracia coronada.

Con lo fácil (?) que sería ponerse de acuerdo y suprimir la figura de Jefe del Estado, via decreto parlamentario. Sin necesidad de abolir la monarquía. Sin meterse con ellos. Sin plantear ningún debate república-monarquía etc. Simplemente suprimir los gastos innecesarios de la Jefatura del Estado. Y el que quiera que de las gracias a la monarquía, por los servicios prestados, y mandarlos al paro. Luego, si tanta vocación política tienen los de sangre azul, pueden constituirse como partido y presentarse a las elecciones. A lo mejor les votan. O sea les eligen, como hizo Franco.